Lectura del santo evangelio segun san Lucas (11,29-32):
EN aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús,
y él se puso a decirles:
«Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Palabra del Señor
Miércoles de la I semana de Cuaresma.
La tentación del poder es reiterativa y asume diversos disfraces. La generación del éxodo (cf. Sl 95,10) se resistió a ser liberada, y pidió muchas pruebas al Señor.
El «diablo» ha inducido en el pueblo la concepción según la cual el atributo propio del Mesías y de Dios es el poder (cf. Lc 4,3.9-11) y que, por tanto, son necesarias «señales prodigiosas» para reconocer a Dios y a su enviado. Los dirigentes judíos, en especial los letrados fariseos, así lo entendían y así lo enseñaban. Jesús descalificó esa idea y esa enseñanza como algo opuesto a la realidad divina, e indicó que para reconocer y aceptar a Dios no se requiere más que el mensaje que, de su parte, exige justicia y rectificación de toda forma de injusticia.
1. Primera lectura (Jon 3,1-10).
Por segunda vez envía Dios al profeta Jonás a anunciar el mensaje a la ciudad cruel, agresora e injusta (cf. Nah 3,1.4). Jonás va esta vez y cumple a cabalidad su misión con notable éxito: «los ninivitas creyeron» y dieron reales muestras de arrepentirse «de su mala vida y de sus acciones violentas». El plazo de 40 días no tenía el propósito de intimidarlos; es un término que señala un período de tiempo homogéneo, de calamidad o de paz. Se trataba de darles tiempo a la enmienda. Era como decirles: «pasado este período de prosperidad, Nínive sucumbirá». La forma de revertir la catástrofe era la oportunidad de enmienda que Dios les ofrecía. Y Dios, en vista de que ellos dieron marcha atrás, declaró nula la catástrofe que los amenazaba. El lenguaje usado por el autor del libro («Dios se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó») quiere subrayar el papel protagónico de Dios, pero lo que en realidad significa es que, a causa de la conversión y de la enmienda de vida de los ninivitas, la catástrofe no sobrevino.
Sorprende la celeridad con la que responden los ninivitas ante el mensaje de Jonás, porque marca un contraste visible entre estos paganos –considerados crueles e inhumanos– y la lentitud de los israelitas para responder a ese mismo mensaje. Esa es una de las finalidades del escrito, poner a los israelitas a reflexionar en su propia respuesta al llamado de Dios a la rectificación.
Sorprende también la convocación de los animales al ayuno. Era natural que los seres humanos se preocuparan por los animales (Jr 14; Jl 2), pero es imprevista esta participación de los animales en el ayuno de los hombres para impetrar la compasión de Dios. Esto se debe a la convicción de fe de que «el Señor socorre a hombres y animales» (cf. Sl 36,7). De hecho, todas las creaturas sufren igualmente las consecuencias de la injusticia de los hombres, y, de modo semejante, se benefician de la paz en entre los pueblos.
2. Evangelio (Lc 11,29-32).
«Para tentarlo» (cf. Lc 11,16), sus contemporáneos le exigen a Jesús «una señal que venga del cielo» como requisito para creerle que es enviado de Dios. Esta exigencia entraña el concepto de que Dios se define y manifiesta como poder. Así, ellos encarnan al tentador. Jesús declara que la generación que hace esa exigencia es «perversa», y advierte que la única «señal» (o signo) que «se le dará» (voz pasiva, que remite a Dios) será «la señal de Jonás», es decir, la «señal» que fue Jonás para los habitantes de Nínive. Así como Jonás fue «señal» para los ninivitas, el Hijo del Hombre lo será para esta generación. Por consiguiente, excluye las señales de poder.
Jonás fue enviado a una sociedad opresora y el Hijo del Hombre es enviado a una generación perversa. El mensaje es claro: la sociedad judía debe enmendar sus relaciones de convivencia si quiere ver la acción de Dios. La «señal» es el mensaje, que se identifica con el mensajero y que exhorta a la sociedad a la enmienda. Esto aparece como una provocación de su parte, porque los israelitas se consideran superiores a los ninivitas, pero también implica decepción de parte de ellos, porque esperan que el Mesías les dé «señales» como las que se le atribuían a Moisés. Por eso aduce dos testimonios que favorecen a los paganos (cf. Lc 4,25-27; 10,13-15): la reina del sur será testigo de cargo en contra de «esta generación» y pedirá su condena, pues ella vino a buscar sabiduría en Salomón, y Jesús ofrece mayor sabiduría que Salomón (experiencia del misterio de Dios); los mismos habitantes de Nínive también lo harán, porque ellos le creyeron a un Dios del cual no habían oído hablar y enmendaron sus relaciones de convivencia, pero el llamado de Jesús a la enmienda tiene un motivo superior al de Jonás (la amenaza), que es la misericordia de Dios (cf. Lc 13,6-9), conocida por los israelitas a lo largo de su historia.
En el Nuevo Testamento la conversión se expresa en términos de fe en Jesús. Esto entraña la aceptación de Dios como Jesús lo encarna y presenta. Desconocer que Dios es Padre y que exige un amor que se traduzca en justicia y que llegue más allá de la justicia significa negarse a creer. La fe es libre, no obligada, por eso no puede basarse en señales portentosas (en manifestaciones de poder), porque, perdida la libertad, el hombre es incapaz de dar fe a Dios. La relación que se entabla por el acto de fe es una relación de amor, no de dominio; ese amor excluye toda sujeción de uno de los que se aman con respecto de otro u otros de ellos.
Las relaciones de dominio pervierten las relaciones humanas porque impiden la convivencia y la libertad para amar. Esa perversión se manifiesta al máximo cuando, para justificar el dominio, se recurre a la divinización del poder. Presentar a Dios como un poder humillante, y hacer pensar que esa humillación favorece a los seres humanos, es una perversidad que, al mismo tiempo daña la relación del hombre con Dios e impide relaciones sanas entre las personas.
Convertirse a Dios es entablar libremente con él esa relación de amor que propone Jesús. Esa relación exige la decisión de romper espontáneamente con toda forma de injusticia para entablar con los demás una relación semejante a la que Dios, por medio de Jesús, entabla con nosotros. Ese es otro de nuestros propósitos en esta cuaresma, y vamos afianzándolo en la aceptación de la entrega de amor de Jesús que conmemoramos en la celebración de la eucaristía.
Feliz miércoles.
Comentarios en Facebook