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Miércoles de la II semana del Tiempo Ordinario. Año I
La Palabra del día
Primera lectura
MELQUISEDEC, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando este regresaba de derrotar a los reyes, lo bendijo y recibió de Abrahán el diezmo del botín.
Su nombre significa, en primer lugar, Rey de Justicia, y, después, Rey de Salén, es decir, Rey de Paz.
Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida.
En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente.
Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado:
«Tú eres sacerdote para siempre
según el rito de Melquisedec».
Palabra de Dios
Salmo
R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
V/. Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R/.
V/. Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.
V/. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R/.
V/. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec». R/.
Evangelio
EN aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.
Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada:
«Levántate y ponte ahí en medio».
Y a ellos les pregunta:
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».
Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
«Extiende la mano».
La extendió y su mano quedó restablecida.
En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la II semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El autor ha venido aplicándole al Mesías Jesús títulos propios de la cultura religiosa judía, pero mostrando que en él se realiza de manera excelente e inigualable lo que cada uno de ellos señala. Como portador de la palabra de Dios, es superior a los profetas, como rey, no lo es en relación con David, sino por ser Hijo de Dios, y como sacerdote, es muy superior a los sumos sacerdotes del pueblo, porque él sí reconcilia con Dios. Pero queda una objeción por superar.
Aunque David en algunas ocasiones asumiera funciones sacerdotales (cf. 2Sam 6,12-13.17-18), no existía en Israel la institución de rey-sacerdote, dado que los reyes eran de la tribu de Judá y los sacerdotes de la tribu de Leví; por consiguiente, el autor tiene que justificar su presentación del Mesías como rey-sacerdote. Eso es justamente lo que hace a continuación, después de haber afirmado que Jesús fue hecho por Dios «sumo sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec».
Heb 7,1-3.15-17.
En el Antiguo Testamento hay dos claves: la figura de Melquisedec, rey-sacerdote, que aparece en relación con el patriarca Abraham, y el hecho de que el salmista hable de un sacerdocio eterno «en la línea de Melquisedec». Son dos menciones, únicas en su género, pero suficientes para este autor, que se muestra versado en el manejo de las escrituras al mejor estilo rabínico.
El autor se refiere de entrada (vv. 1-10) al relato de Gen 14,17-20, y reserva para la segunda parte de su exposición (vv. 11-28) el comentario del Salmo 110,4. El título divino «Altísimo» aparece en Num 24,16; Dt 32,8 como denominación universal de Dios.
Melquisedec aparece en primer lugar como «rey de Salem» y, además, como «sacerdote del Dios Altísimo»; en segundo, lugar, en relación con el patriarca Abraham, Melquisedec «lo bendijo», y Abraham «le adjudicó el diezmo de todo». Todo esto ocurre después de una victoria militar del patriarca, lo que indica que el «diezmo» que le adjudica es un tributo de acción de gracias.
En su exégesis, el autor señala que el nombre de Melquisedec significa «rey de justicia», en tanto que el título de rey de Salem significa «rey de paz». El silencio del relato respecto de la familia y la genealogía, del nacimiento y de la muerte de Melquisedec lo interpreta como sugerencia de su inmortalidad, lo cual lo asemeja al Hijo d Dios, con un sacerdocio que permanece para siempre, distinto del sacerdocio aaronita, ya que los sumos sacerdotes lo eran hasta su muerte (cf. Num 20,24-28), en tanto el sacerdocio de Melquisedec permanece (cf. Heb 7,8, omitido).
Melquisedec no era, pues, de la tribu de Leví, y ni siquiera de la descendencia de Abraham; esto lo hace tipo de Jesús, pues –sin origen humano– ostenta un sacerdocio universal («sacerdote del Dios Altísimo») que lo establece por encima del sacerdocio levítico. Esa superioridad se confirma en la adjudicación de los diezmos que Abraham le hizo a Melquisedec, hecho que el autor aplica a los levitas, descendientes de Abraham; además, Melquisedec fue quien bendijo al patriarca, lo cual también redunda en la superioridad de Melquisedec sobre Abraham y sus descendientes, los levitas incluidos (cf. vv. 4-10, omitidos).
El autor se pregunta qué falta hacía que surgiese otro sacerdote, en la línea de Melquisedec, y no en la de Aarón, si el sacerdocio levítico estaba realizando la función para la cual fue instituido y cuya existencia era parte de la legislación dada al pueblo, ya que cambiar el sacerdocio implicaba forzosamente cambiar también la Ley. Más extraño resulta este planteamiento si se tiene presente que, así como Melquisedec no perteneció al pueblo de Abraham, Jesús no era de la tribu de Leví, sino de la de Judá, que nada tenía que ver con el sacerdocio. Esto conlleva un cambio social muy profundo, ya que la sociedad israelita descansaba sobre la distinción entre la casta sacerdotal y el pueblo raso, distinción que ahora desaparece, porque de un sacerdocio se pasa a un sacerdote, y este era socialmente un miembro más del pueblo, no uno de la casta sacerdotal. Su calidad ya no depende de la institución jurídica (o sea, de una disposición sobre el linaje), sino de la fuerza de una vida indestructible, según el oráculo divino (11-14, omitidos; 15-17).
Y la respuesta que encuentra a su pregunta es que el sacerdocio levítico, con toda su legislación cúltica, no logró transformar a las personas (llevarlas a su «consumación») ni otorgarles el libre y pleno acceso a Dios, lo que sí logra el sacerdocio de Jesús, que se basa en ese sacerdocio cuya institución reposa en la «fuerza de una vida indestructible», alusión al Espíritu Santo que se recibe por la adhesión de fe a Jesús. Ese sacerdocio deroga la disposición anterior, «por ser ineficaz e inútil», pues «la Ley no consiguió transformar nada», pero, a cambio de la Ley, se introduce una esperanza más valiosa, «por la cual nos acercamos a Dios». La promesa de «vida indestructible», alude al Espíritu Santo e introduce esa «esperanza más valiosa por la que nos acercamos a Dios» (cf. vv. 18-20, omitidos).
En la antigua alianza el sacerdocio y la realeza era recíprocamente excluyentes. Es cierto que hay un texto en el que se conjugan estas dos nociones: «Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes» (מַמְלֶכֶת כֹּהֲנִים cf. Ex 19,6). Esa expresión la entienden unos como «un pueblo formado por reyes y sacerdotes», y otros como «un reino gobernado por sacerdotes», que es la realidad que se dio después del exilio. En todo caso, no significa lo mismo que lo que el predicador que escribe este «sermón» quiere significar cuando habla del Mesías rey-sacerdote.
El apóstol Pedro cita ese texto para aplicarlo a la comunidad cristiana entera, como explicación del efecto que produce en ella la infusión del Espíritu Santo (cf. 1Ped 2,9). El carácter sacerdotal atribuido al pueblo, no a una casta, implica que la cercanía a Dios, la capacidad para acercar a los hombres a Dios, y la facultad de ofrecer «sacrificios espirituales» (1Ped 2,5) son atribuciones del nuevo pueblo. Este nuevo pueblo es universal, consagrado por el Espíritu Santo como propiedad de Dios («adquiriste para Dios»), partícipe de la condición real de Dios («linaje real»), que goza de libre acceso a Dios («sacerdotes para nuestro Dios») y tiene la promesa de libertad y señorío en la historia («reinarán sobre la tierra»): es el pueblo de la nueva alianza (cf. Ap 1,6; 5,9-10).
El sacerdocio real tiene que ver con el culto a Dios en la historia, no con el culto ceremonial y ritual del Antiguo Testamento. Quienes participamos de la eucaristía la empobreceríamos si la redujéramos a una bella ceremonia sin trascendencia vital e histórica. El «amén» implica nuestra propia transformación en hijos de Dios y el empeño por transformar el mundo en reino de Dios.
Feliz miércoles.
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