La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Martes de la XXXII semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de la Sabiduría (2,23–3,9):

Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella. En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz. La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de si; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.16-17.18-19

R/. Bendigo al Señor en todo momento

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,7-10):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa» ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú» ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Martes de la XXXII semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Luego de invitar a buscar la Sabiduría, el autor se refiere particularmente a los pecados de la lengua, y declara que la palabra que procede de la injusticia no es inocua, porque quita la vida del que la pronuncia y de su víctima: «la palabra calumniadora mata» (Sab 1,11). De allí pasa a afirmar que «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes», por lo que no es sabio ni justo aliarse con la muerte. Se refiere a la muerte física, común a todos los hombres, pero que puede ser adelantada por el homicida; y también a la muerte definitiva, que al autor reserva a los malvados, «porque la justicia es inmortal». Los impíos llaman a la muerte tanto con sus palabras como con sus acciones, y se hacen partidarios de la misma (cf. Sab 1,8-16).
En ese horizonte reducido de la vida física se dan razonamientos equivocados y pesimistas. Eso abre camino a un desesperado afán de disfrute que ante nada se detiene y rehúye a todo lo que implique debilidad: «que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil –eso es claro– no sirve para nada». Y deciden llevarse por delante al justo pobre (cf. Sab 2,1-20).

Sab 2,23-3,9.
El autor establece un paralelismo antitético entre el justo y el impío, mostrando que cada uno escoge ser lo uno o lo otro. «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad (ἀφθαρςία)». En Primer lugar, afirma que el origen del ser humano no es el azar –como sostienen los impíos (2,2)–, sino la iniciativa creadora de Dios; enseguida, afirma el destino definitivo del mismo: la indestructibilidad, es decir, para la inmortalidad (cf. 4Mac 9,22; 17,12: ἀφθαρςία, con 16,13: ἀνασθαςία: las dos expresiones son equivalentes). Ese es su plan original: todos destinados a permanecer. No afirma que Dios creó al hombre inmortal, como lo enseñó la filosofía griega, particularmente en su doctrina sobre la «transmigración de las almas». El designio de Dios no condena al hombre, ni a la vida ni a la muerte sin libertad; propone la vida y deja al hombre la posibilidad de elegirla a rehusarse a ella. La razón de este destino es la condición de imagen de Dios de la que goza el ser humano desde su creación. El autor sobrepasa notablemente el relato original, como se puede ver en relación con el origen (cf. Gen 1,27: ἐποίησεν, «hizo»; Sab 2,23: ἔκτισεν, «creó») y en relación con el destino (Gen 3,19εἰς γῆν ἀπελεύσῃ, «a la tierra volverás»; Sab 23:ἀφθαρςία, «incorruptibilidad»).
La muerte hace su entrada en el mundo por envidia del «diablo» (la «Serpiente»: cf. Gen 3,1), es decir, la personificación del falso profeta, figura corporativa. Los que lo siguen pasan por esa muerte. No se refiere a la muerte física, que es común a todos, sino a la muerte definitiva, que está reservada a los partidarios del «diablo». Así como la incorruptibilidad está vinculada a la condición de imagen de Dios, la «experiencia» de la muerte está vinculada a la condición de «partidario» del diablo. La «envidia» del diablo –cuyo objeto no se especifica– puede que se deba al destino final del hombre. Dado que «la justicia es inmortal» (1,15) y la perdición es consecuencia de una vida extraviada (1,12), ser impío es ser del «partido» de la muerte, que es el mismo partido del diablo. La justicia del justo provoca la envidia del impío, que pretende suprimir al justo con la muerte, de la que el justo se siente defendido por Dios (2,10-20).
En cambio, la vida de los justos está en las manos de Dios, donde no llegará tormento alguno. No está en manos de los impíos decidir el destino de los justos, como erradamente imaginan los impíos. Incluso en la muerte, los justos permanecen bajo el señorío de Dios, porque nada escapa a su soberanía. Pero la perspectiva cambia según como se perciba la misma realidad:
• En el pensamiento de los insensatos la muerte se percibe como aniquilación, como fracaso, como destrucción. La miran como un castigo. El hecho de la muerte física del justo parecería darles la razón y confirmar su opinión: la muerte se enseñorea también de los justos. Pero el autor alude la muerte del justo como su «tránsito» (ἔξοδος) y su «partida» (πορεία), evitando el término «muerte». Como consecuencia, el castigo lo sufren ellos, los impíos (a causa de su opción), pues menospreciando al justo se apartaron del Señor desdeñando la sabiduría. Su esperanza se revela vacía, desiertos sus afanes, inútiles sus obras. Su desgracia repercute sobre toda su familia (3,10-12, omitido).
• La experiencia de los justos es opuesta. Destinados a la incorruptibilidad a por designio de Dios, su destino final es la paz o felicidad. La mirada nublada de los impíos no alcanzó a ver más allá de las apariencias y tampoco ahora es capaz de percibir la diferencia. Los justos, por el contrario, no están en el mundo de las conjeturas, «están en paz» de manera permanente, es decir, en el disfrute pleno de la vida y la alegría junto a Dios. «Esperaban», y su esperanza no era vacía, porque «esperaban de lleno la inmortalidad». Como comprobación de su calidad («justos»), queda su resistencia en la adversidad. A cambio de «pequeños tormentos» reciben «grandes favores»; Dios comprobó su valor incomparable y los recibió como el más excelso sacrificio. Su destino es la gloria, el reinado y la victoria, y –sobre todo– el honor de que Dios mismo sea su rey. Seguirán al lado de Dios (puesto que se pusieron de su parte frente a los impíos) y experimentarán su amor y su protección.
«Los que confían en él comprenderán la verdad». La confianza actual («confían»), verificada en la fidelidad y la esperanza en medio del sufrimiento de esta vida terrestre, tienen asegurado un futuro («comprenderán») que implicará no solo la superación de esta etapa de tormentos, sino también la comprobación gozosa de la fidelidad de Dios («la verdad»).

Opina Luis Alonso Schökel que «hay que notar la expresión “Dios creó al hombre para la inmortalidad” (ὁ θεὸς ἔκτισεν τὸν ἄνθρωπον ἐπ’ἀφθαρσίᾳ). No dice que “Dios hizo al hombre inmortal”, sino “para la inmortalidad”. ἀφθαρσίαaplicado a vivientes equivale a inmortalidad, como “corrupción” equivale a muerte… En este verso no se propone la teoría griega de un alma por naturaleza inmortal o incorruptible, encerrada y aun prisionera de un cuerpo corruptible y mortal. El autor, recordando aquí el texto de Gn 1,27 afirma, más que la naturaleza, un destino. Si todas las cosas las hace Dios “para que existan” (1,14), al hombre lo hizo para que viva, para la inmortalidad… Compárese con la expresión de 1,15: “la justicia es inmortal (ἀθάνατος)”, en la que no se habla de destino, sino de naturaleza» (Conferencia).
Los impíos dejan al justo en la muerte. Dios lo toma y lo conduce a la vida gloriosa. Aquí se vislumbra la fe en la resurrección que Jesús anunciará y revelará en sí mismo. Los discípulos del Señor no podemos ser inferiores en la fe al autor de este libro. Y, como él, debemos tener bien claro que se trata de la resurrección de «los justos» (cf. Mt 25,46; Lc 14,34).
El Señor resucita a quien come su carne y bebe su sangre, es decir, a quien comulga con su entrega de amor y se la apropia convirtiéndola en su norma de conducta.
Feliz martes.

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