La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Foto tomada de Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Martes de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de Esdras (6,7-8.12b.14-20):

En aquellos días, el rey Darío escribió a los gobernantes de Transeufratina: «Permitid al gobernador y al senado de Judá que trabajen reconstruyendo el templo de Dios en su antiguo sitio. En cuanto al senado de Judá y a la construcción del templo de Dios, os ordeno que se paguen a esos hombres todos los gastos puntualmente y sin interrupción, utilizando los fondos reales de los impuestos de Transeufratina. La orden es mía, y quiero que se cumpla a la letra. Darío.»
De este modo, el senado de Judá adelantó mucho la construcción, cumpliendo las instrucciones de los profetas Ageo y Zacarías, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia. El templo se terminó el día tres del mes de Adar, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas, sacerdotes, levitas y resto de los deportados, celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos, uno por tribu, como sacrificio expiatorio por todo Israel. El culto del templo de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por grupos, y a los levitas, por clases, como manda la ley de Moisés. Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero; como los levitas se habían purificado, junto con los sacerdotes, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 121,1-2.3-4a.4b-5

R/.
 Vamos alegres a la casa del Señor

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,19-21):

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»
Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Martes de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El capítulo 2 recoge la memoria de los primeros repatriados. Todavía hoy hay judíos que hacen remontar su nombre al de alguno de esos repatriados, cuyo número se estima en 42.370 personas, sin contar los 7.337 esclavos y esclavas. El capítulo 3 narra los comienzos de la reconstrucción, comenzando por la del altar, seguida dos años después por la del templo, con la emocionante y conmovedora finalización de sus cimientos.
Los descendientes de los colonos asirios residentes en el desaparecido reino del norte quisieron intervenir, pero los judíos se opusieron y adujeron la orden de Ciro para justificar su oposición. En realidad, los judíos no querían reconocer esos mestizos que ya no llevaban la sangre de los descendientes de Abraham. Esta es una de las explicaciones que tiene el afán por la pureza de la sangre en la legislación posterior al exilio, así como la prohibición más tajante de casarse con una pareja de otro pueblo. Los colonos se dedicaron a entorpecer las obras sobornando consejeros, según lo que aparece en el capítulo 4, pero los judíos lograron reanudarlas después, como narra el capítulo 5, en el reinado de Darío I (520-515 a. C.), y a eso se refiere este texto.
 
Esd 6,7-8. 12b. 14-20.
La intervención de los reyes paganos en la construcción, las facilidades y el apoyo que ofrecen, y la orden perentoria que urge su ejecución tienen la finalidad de mostrarles a los judíos que su Dios está por encima de los reyes de la tierra. Sobre todo, si se tienen en cuenta las intrigas que oponían los burócratas de la época para firmar su poder sin dar la impresión de deslealtad con el rey de turno, pero haciéndose sentir en el territorio que administraban (satrapías, en este caso).
La relativa autonomía de que disfrutan los judíos (tienen gobernador –Zorobabel– y un senado) y la fluida relación entre esta administración suya, autóctona, y la administración central del reino (hacen oración por el rey pagano: cf. v.10, omitido) permiten entrever que Dios ha hecho que se ganen el favor de los reyes de turno (Ciro, Darío, y Artajerjes), es decir, que por darle culto al verdadero Dios este los protege de los gobernantes paganos. Ahora, teniendo en cuenta lo que dispuso Ciro (cf. 6,1-5), Darío ordena que el sátrapa y sus subordinados se mantengan al margen de las obras de construcción del templo y las dejen en manos de las autoridades judías (cf. 6,6). Él trata de recomendarles que se desentiendan del asunto, es decir, que no se preocupen más de eso. Esto constituye un gran logro, porque permite destrabar el conflicto de poderes y superar de una vez el estancamiento de dichas obras debido a los mencionados trámites burocráticos.
La financiación de las obras de construcción, incluido el pago a los trabajadores, con «los fondos reales de los impuestos de Transeufratina», es decir, con los ingresos al fisco provenientes de los impuestos colectados en la misma provincia, parecen más un reembolso que una manifestación de generosidad, pero alivian mucho a los constructores, ya que por sí mismos no tenían medios económicos para financiar esa construcción. Esta directriz refuerza la línea política asumida por Ciro en el sentido de mostrarse como liberador más que como conquistador, respetar lo propio de cada pueblo y favorecer sus expresiones religiosas. Eso contribuía a la estabilidad del reino.
La eficiente gestión combinada del poder civil y del senado, animado este por los profetas Ageo y Zacarías, logró el objetivo: el templo se terminó con éxito el 3 de marzo del año 515, y a tiempo para la Pascua, que se celebró el 14 de abril del mismo año. Fueron cinco años de construcción. Su dedicación se celebró el sábado 12 de marzo de 515 a. C., o tal vez –para evitar tal agitación en un sábado– el viernes 1 de abril (cf. 3Esd 7,5; Josefo). Ciertamente, no tenía las dimensiones del templo construido por Salomón, pero tendría una duración mucho mayor (585 años).
Propiamente hablando, se trata de una fiesta de «los deportados», que ahora representan las doce tribus («doce machos cabríos, uno por tribu»: v. 17). Los «sacerdotes y levitas» que menciona el narrador parecen distinguirse del «resto de los deportados». Es posible que sumara los que habían permanecido en el lugar más lo que vinieron con los deportados. De hecho, la lista que maneja el autor de los deportados que retornaron cuenta 4.289 sacerdotes (2,36-39) y 74 levitas (2,40). Así tiene sentido la observación de que «el culto del templo de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por grupos, y a los levitas, por clases, como lo manda la Ley de Moisés» (6,18). La dedicación del templo se narra en arameo, el idioma oficial de las cancillerías, en tanto que la fiesta de Pascua –un mes después– se relata en hebreo. Este detalle quiere enfatizar el carácter oficial de la dedicación del templo y su trascendencia como acontecimiento «internacional».
El cordero lo inmolaron los levitas debidamente purificados «para todos los deportados, para los sacerdotes sus hermanos y para ellos mismos». Inicialmente, eran los cabezas de familia los que lo hacían (cf. Exo 12,6); Josías les había encargado esta función a los levitas (cf. 2Cro 35,6). Los sacerdotes fueron encargados de la aspersión de la sangre (cf. 2Cro 35,11). La celebración, jubilosa y espléndida, puso de manifiesto una vez más la fuerza liberadora y salvadora del Dios de Israel. El éxodo había sido renovado, Dios seguía siendo liberador, y la salvación continuaba en todo su vigor.
 
La obra liberadora y salvadora de Dios no es solo memoria del pasado sino gozosa fiesta del presente y segura promesa del futuro. Esa obra se renueva constantemente, pues Dios no se deja doblegar por las opresiones que en cada período de la historia inventan los tiranos y sus pueblos. La oración por los reyes paganos se recomendaba (cf. Jr 29,7; Ba 1,10-11; 1Mac 7,33) porque los israelitas tenían la convicción de que el Señor podía influir en los reyes del mundo.
Esa celebración no es meramente cultual, ella entraña la «resurrección» del pueblo. El «resto» se apersona ahora de la promesa de Dios a Israel y, con la reconstrucción del templo, comienza la reconstrucción de la nación en vistas al cumplimiento de dicha promesa.
La eucaristía hace la Iglesia, en el sentido de que la convoca y la llama a configurarse con el Señor Jesús. Es la pascua del cristiano, en la cual la Iglesia conmemora la entrega liberadora del Mesías Jesús, se alimenta con su cuerpo y se configura con él en virtud de su sangre derramada, que es el Espíritu infundido en el corazón del creyente. Así va realizando la promesa de salvación.
La eucaristía es memoria viva, presencia real y esperanza cierta. Su fuerza liberadora y salvadora renueva cada día en nuestra vida y en nuestra convivencia el misterio de la Pascua del Señor: Así decimos: «Anunciamos tu muerte (memoria) proclamamos tu resurrección (presencia): ¡ven, Señor Jesús! (esperanza)».
Feliz martes.

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