Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,23-26):
En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.»
Palabra del Señor
Martes de la XXI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
La carta prosigue con una reminiscencia de las relaciones de Pablo, Silvano y Timoteo con los tesalonicenses, y con una descripción de la conducta del apóstol entre ellos y del modo como ellos le correspondieron. Pablo desgrana las características de su apostolado y perfila la figura del apóstol en negativo (declarando lo que no es) y en positivo (afirmando lo que sí es). Eso también permite hacerse a una idea de los «ídolos» que hay que abandonar y de lo que implica «convertirse al Dios vivo y verdadero» (cf. 1Tes 1,9).
En el texto propuesto para hoy, el apóstol desarrolla la idea que expuso al hablar del lo que significó para los tesalonicenses el anuncio de la buena noticia (cf. 1,5) a partir de la «llegada» (cf. 1,9) de Pablo y sus compañeros a Tesalónica y la acogida que los tesalonicenses les dieron.
1Tes 2,1-8.
Parte del reconocimiento de que la acogida de los tesalonicenses no ha sido inútil («en vano»), sino que perdura hasta el presente. Y esto corresponde a la buena voluntad de ambas partes.
Recuerda que llegaron a Tesalónica después de haber padecido «sufrimientos e injurias» en Filipos (cf. Hch 16,11-40) –padecimientos conocidos por los tesalonicenses– y destaca tres actitudes decisivas de parte de los misioneros:
1. Valentía (2,2). Apoyándose en su Dios («nuestro Dios»), se atrevieron a exponer la buena noticia de Dios, en medio de una fuerte oposición (cf. Hch 17,5). En el momento del primer anuncio de la buena noticia, su Dios no era el de los destinatarios. Enfrentaron sufrimientos físicos y morales y una «fuerte oposición», pero su confianza en Dios fue mayor.
2. Honestidad (2,3). La exhortación que les dirigieron a los tesalonicenses no procedía ni de la mentira ni de motivaciones sucias ni torcidas. La propuesta del kerigma se presenta como «exhortación» (παράκλησις), testimonio vital apasionado que busca respuesta decidida. En él no hubo los vicios de los retóricos charlatanes ambulantes, propagandistas religiosos.
3. Fidelidad a Dios (2,4). Dios los aprobó para anunciar la buena noticia, y ellos anunciaron el mensaje sin pretender halagar a hombres, sino a Dios. Por sentirse responsables ante Dios, Pablo y sus compañeros entregaron el mensaje con rectitud de intención, ante la mirada del Dios que escruta los corazones y discierne las intenciones sin fijarse en apariencias.
Por eso:
1. No mostraron adulación ni «codicia disimulada» de riquezas. La adulación a los poderosos pretendía ganarse su favor (benevolencia) o sus favores (regalos). La palabra «codicia» (griego πλεονεξία, de πλέον, «más», y ἔχω, «tener») implica el afán por acumular. Solo Dios lo puede descubrir, por eso Pablo cita a Dios como testigo supremo de que eso no lo mueve.
2. No buscaron «honores humanos». Descarta dos tipos de «honores»: los que podrían surgir dentro de la comunidad («de ustedes») y los que se pueden dar fuera de ella («de otros»), pero, en ambos casos, considera que esos honores son «de los hombres» (ἐξ ἀνθρώπων), es decir, no obedecen a los criterios de verdad ni a los impulsos de amor del Espíritu Santo.
3. No pretendieron dominar a la gente. Su calidad de «apóstoles del Mesías» (enviados suyos) podría haberlos autorizado a recargar sobre los tesalonicenses su «peso» (el sostenimiento, la potestad), pero –en vez de eso– renunciaron a toda apariencia de dominio, entablando con ellos unas relaciones de consideración y respeto, como iguales, familiares, maternales.
Positivamente, su trato con la nueva comunidad de creyentes lo expresa en estos términos:
1. Le dieron un trato delicado y cariñoso. Pablo utiliza alternativamente las imágenes de la «madre» (cf. v. 7) y del «padre» (cf. v. 11) para describir el modo como él y sus compañeros se relacionaron con la recién fundada iglesia local de Tesalónica, refiriéndose a la iniciación en la fe («crianza») o a la consiguiente educación cristiana («exhortación»).
2. Le entregaron su propia vida con amor. La entrega de la buena noticia de Dios se produjo con la entrega personal de sí mismos a la comunidad, no como el cumplimiento de un deber oneroso, sino por la dedicación de sí mismos, con todas sus fuerzas, de manera que resultara una entrega mucho más abnegada que la de una madre que lacta a sus hijos.
3. Se cuidaron de ser una carga para ella (v. 9, no leído hoy). Esta es una prueba más de que no perseguían intereses mezquinos ni se aprovechaban de la comunidad. Pablo recuerda con mucha frecuencia la satisfacción que experimenta por no haber dependido económicamente de las comunidades que fundó (cf. 2Ts 3,7-9; 1Cor, 4,12; 2Cor 11,7-10; 12,13-18).
Se nota que aquí al apóstol no le preocupan cuestiones doctrinales, sino, ante todo, poner de manifiesto la intensidad de los sentimientos que lo vinculan a una comunidad que él fundó recientemente y de la que no hace mucho se había separado. Después de una cierta inquietud, se alegra con las buenas noticias recibidas. Su alegría por ver irradiarse la fe de la joven iglesia se expresa en una prolongada acción de gracias. No tiene que corregir errores, los hermanos de Tesalónica van por el camino correcto. La única recomendación que les hace es perseverar en ese camino y continuar con su proceso de crecimiento.
Es un sintético «manual del misionero» cuya validez sigue vigente. Muestra que el auténtico discípulo de Jesús supera las tres grandes tentaciones enemigas del seguimiento:
• La codicia de riqueza,
• Las ansias de prestigio y
• La ambición de poder.
Y eso es lo que hace eficaz su labor como misioneros. Al superar esas tentaciones, dieron el paso de los ídolos al Dios verdadero. Y al dar testimonio de ello muestran el camino que ha de seguir el discípulo que verdaderamente quiere convertirse el Señor.
En algunos ámbitos daría la impresión de que estas tentaciones no impiden la fe, sino que la autentican. Por ejemplo, «iglesias» que pretenden acreditarse como emporios de riquezas, o como poderosos e influyentes partidos políticos, o miembros de coaliciones en el gobierno de naciones, o dirigentes de las mismas convertidos en figuras mediáticas de dudosa fama o prestigio abiertamente cuestionable, etc., quieren dar la impresión de que son comunidades o personalidades exitosas. No obstante, esos logros no resisten un simple análisis a la luz de la figura de Jesús o del ideal del reino de Dios. Por eso, Pablo presenta –como muestra de autenticidad– el desinterés con el que proceden él y sus compañeros.
La eucaristía, sacramento de la generosa entrega de Jesús, nos confirma en la misión y nos habilita para llevarla eficazmente a cabo, sirviendo «al Dios vivo y verdadero» (1Tes 1,9) con el propósito no de contentar a hombres, sino a Dios, que sondea nuestro interior. Comulga con Jesús quien sintoniza con él interiormente, por la fuerza y la alegría del Espíritu, y actúa como él en sus relaciones con Dios y con la humanidad.
Feliz martes.
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