Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,6.12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.»
Palabra del Señor
Después del relato de 12,1-9, hay un viaje de Abram y Sara a Egipto que parece una prolepsis del mensaje del libro del Éxodo. Y enseguida viene este capítulo 13 que parece presagiar la futura división del reino de Israel. A continuación, el capítulo 14 mostrará a Abram como un líder de talla universal y que quienes lo bendigan son bendecidos, y quienes lo maldigan fracasan.
La narración que sigue parte de una hipérbole: Abram y Lot eran tan ricos (o sea, bendecidos) que el territorio no alcanzaba para que ellos, sus criados y sus ganados pudieran satisfacer todas sus necesidades. La bendición del Señor desbordó los límites del territorio y los pastores de ellos entraron en disputa unos con otros. Parecería como si la bendición los enfrentara. La solución a la disputa se encuentra en la generosidad de Abram, en contraste con el oportunismo de Lot.
Gen 13, 2.5-18.
La riqueza, entendida como abundancia de bienes para favorecer la vida, era interpretada como una bendición del Señor. El hombre justo, cuya vida agrada al Señor, debía ser presentado como rico, longevo y prolífico, señales estas de que había obtenido el favor del Señor. Por eso, en este relato, Abram y su sobrino Lot son presentados como muy ricos. Pero, a continuación, se narra un hecho que va a poner a prueba la calidad de la justicia de cada uno de ellos. Es como si dijera el relato: ambos eran sumamente bendecidos, pero ellos eran diferentes. La bendición del Señor es igual para ambos; son ellos los que marcan la diferencia.
La bendición, que debía ser motivo de regocijo, gratitud y alabanza, se convierte en pretexto para rivalidades y contiendas entre sus pastores. Ya no caben juntos, la convivencia se hace imposible. La riqueza, considerada antes como una bendición, es ahora vivida como una fuente de conflicto, porque colisionan los intereses de los ricos. Esta pugna comienza por los subalternos, defensores de los intereses de sus respectivos amos. A esta altura de la narración, el relator informa que en el país había un conflicto entre dos pueblos («En aquel tiempo, cananeos y fereceos habitaban en el país»). Los fereceos eran uno de los pueblos del país de origen no semítico que dominaban sobre los cananeos. La disputa entre la gente de Abraham y la de Lot está contextualizada.
La diferencia se presentó cuando Abram tomó la iniciativa de buscar un arreglo, y puso a Lot a escoger la tierra donde quería vivir. El punto de partida de Abraham es la relación interpersonal puesta por encima de los intereses económicos («no haya pleitos entre nosotros ni entre nuestros pastores»). La vida es la primera bendición; los bienes materiales son una bendición subordinada a ella. Por consiguiente, lo primero que hay que cuidar es la vida humana. La razón que aduce el patriarca es radical («somos hermanos»). Más allá del parentesco familiar o de la autoridad que él tenía sobre su sobrino y protegido, hay una razón fundamental: la común hermandad humana. Y además de dar pruebas de sensatez, Abram se muestra magnánimo: invita a Lot a que escoja primero, dándole la seguridad de que él respetará la decisión que tome («si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda»). Abram, el hombre de fe, propone una salida que los cananeos y fereceos no han considerado.
Lot «echó una mirada y vio» lo que le interesaba ver en un horizonte limitado tanto en el espacio como en el tiempo. Efectivamente, en ese momento «la vega del Jordán era… como un paraíso», pero «los vecinos de Sodoma eran perversos», y eso no permitía esperar un futuro promisorio. Con el tiempo, ese espacio terminará convertido en un desastre (cf. Gen 18–19). Lot escogió la región más fértil, en tanto que Abram, fiel a su palabra, se quedó en Canaán.
Después de la separación, Dios invita a Abram a echar una mirada mucho más amplia que la de Lot y le promete a él y sus descendientes el extenso territorio que puede abarcar con la mirada puesta en los cuatro puntos cardinales. La mirada de Lot estaba guiada por sus intereses, pero la de Abram estuvo guiada por el Señor. Él, además de prometerle la tierra, le ratificó la promesa de darle una descendencia, esta vez incontable. Y lo invitó a pasearse a lo largo y ancho del país, como un reconocimiento anticipado de la tierra que iba a recibir. Todavía se movía al filo de la esperanza, confiando en que el Señor le daría lo que le había prometido. Y nuevamente tomó él posesión de la tierra erigiendo un altar y consagrándosela al Señor, su Dios, junto «al encinar de Mambré en Hebrón». Este santuario jugó un papel importante para el clan de Abram; de él se conservan construcciones de los tiempos de Herodes, a tres kilómetros al norte de Hebrón. Es aún significativo para las tradiciones judía, cristiana y musulmana. Esto permite suponer que ese altar erigido por Abram no tenía carácter polémico ni proselitista. Afirmar la propia fe no exige necesariamente entrar en conflicto con la de otros.
El relato presenta a Abram como hombre de paz. Confiado en la promesa de Dios, no disputa la tierra; al contrario, es generoso y desinteresado. Sin ambición y sin envidia, deja que Lot escoja. Abram no escoge la tierra, la recibe como don de parte de Dios, como una promesa que él debe hacer efectiva recorriéndola y refiriéndola a su donante. No se dice que Lot haya erigido altares.
Si la tierra es espacio de señorío y tutela de la libertad, también es cierto que la verdadera libertad es la que brota desde dentro, de un corazón generoso, desapegado, que no propicia rivalidades, sino que busca el arreglo pacífico. La tercera bienaventuranza declara: «dichosos los sometidos, porque esos heredarán la tierra». Ahora bien, entre la condición de «sometidos» y la promesa de que «heredarán la tierra» hay un proceso de liberación que va de la dependencia a la libertad. Y la primera bienaventuranza pone las bases para que se cumpla esta promesa: elegir ser pobre, es decir, optar por ser solidario y generoso con los otros. Esa es la clave de la verdadera libertad. Y eso es lo que se aprecia ya en Abram.
Hoy la posesión de la tierra no está ligada al ejercicio de libertad, sino al ejercicio del poder. De la posesión de la tierra se pasó al dominio del territorio, con claro sesgo político y, muy a menudo, con el sacrificio de las libertades. Los discípulos de Jesús necesitamos tener clara conciencia de este fenómeno, valorarlo en la perspectiva de las bienaventuranzas y actuar con consecuencia.
El banquete eucarístico, figura del reino de Dios, nos enseña a sentarnos como iguales al mismo tiempo que a sentirnos iguales, como hijos del mismo Padre, hermanos unos de otros, herederos de toda la tierra, que es el ámbito en donde hacemos realidad nuestra libertad de hijos de Dios.
Feliz martes.
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