La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Martes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año II

Santa Eduviges, religiosa. Santa Margarita María Alacoque, virgen

Feria o memoria libre, colores verde o blanco

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (5,1-6):

Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espiritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,41.43.44.45.47.48

R/. Señor, que me alcance tu favor

Señor, que me alcance tu favor,
tu salvación según tu promesa. R/.

No quites de mi boca las palabras sinceras,
porque yo espero en tus mandamientos. R/.

Cumpliré sin cesar tu voluntad,
por siempre jamás. R/.

Andaré por un camino ancho,
buscando tus decretos. R/.

Serán mi delicia tus mandatos,
que tanto amo. R/.

Levantaré mis manos hacia ti
recitando tus mandatos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,37-41):

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo.»

Palabra del Señor


Reflexión de la Palabra

Martes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año II.

Ser cristiano significa ser libre. Esa es la esencia del éxodo del Mesías: la libertad personal. Así subraya el apóstol la diferencia del nuevo y definitivo éxodo con el antiguo, que enfatizaba la liberación del pueblo y subordinaba la del individuo. Pablo se mueve en el horizonte mental del pensamiento de su época, en la cual era legal la esclavitud, y la emancipación de los esclavos, por su propia cuenta (cf. 1Co 7,21) o, sobre todo, por parte de otro (Fm 13-17), era admitida. Pero la condición de hombre libre condicionaba la relación de unos con otros (solo había verdadera amistad entre libres), y permitía la posesión de las cosas (los esclavos no podían tener bienes). Y, sobre todo, ser libre era la condición propia de los hijos adultos. En este sentido, los hijos de Dios, hechos adultos por el don del Espíritu, son libres de por sí. Ser esclavo es incompatible con la condición de hijo adulto (cf. Gal 4,4-7).
El texto de este día comienza con el versículo final del texto del día anterior.

Gal 5,1-6.
La expresión «Para que seamos libres nos liberó el Mesías» puede entenderse de dos maneras:
• Es un hebraísmo, que pretende dar toda su intensidad a la acción de liberar. Esta es la acepción primaria de dicha expresión. La libertad que Jesús otorga es ilimitada, porque tiene su raíz en el «corazón» de la persona. La libertad tiene dos formas: libertad de acción, o libertad exterior, que faculta al ser humano para obrar sin constricciones a su actividad; libertad de opción, o libertad de interior, que permite al ser humano decidir sobre las razones y los motivos de sus actuaciones. La libertad que Jesús confiere va más allá de la libertad interior, porque le da al ser humano la experiencia del amor de Dios que lo hace libre para amar, y lo desvincula hasta de sus propios egoísmos, temores y mezquindades.
• Es afirmación de que el Mesías no libera para dominar, sino para dejar libre. El cristiano no es un «redimido», según la concepción romana antigua, es decir, alguien que fue comprado para ser esclavo de otro. Jesús hace al cristiano libre para que sea libre de toda dependencia. El señorío de Jesucristo no se afirma a costa de la libertad de sus seguidores, sino, al contrario, él potencia dicha libertad. Jesús, al infundir su Espíritu en el «corazón» de su seguidor, lo hace partícipe de su señorío, para que el cristiano sea dueño de sí mismo, señor de su propia vida, sometiendo sus propios impulsos y sus aspiraciones al objetivo fundamental de su existencia, su realización como persona, el logro de su propia plenitud, la consecución de su felicidad.
El «yugo de la esclavitud» se refiere a la Ley, que es, a la vez, cárcel y niñera, o sea, que restringe la libertad para proteger la convivencia («cárcel»), pero que mantiene al hombre en estado infantil mientras está sujeto a ella («niñera»). La opción por la Ley se opone a la libertad que confiere el Espíritu Santo. Escoger la Ley como criterio y norma de vida es optar contra el Espíritu de Jesús.
Pablo se refiere a la «circuncisión» como rito religioso, no como cirugía profiláctica. Como rito, vincula a la Ley de Moisés y manifiesta el compromiso de observarla íntegramente. Así que circuncidarse equivale a buscar la vida no en la promesa sino en la Ley, lo cual implica ruptura con el Mesías, ya que en él todo es gracia, no mérito, como sucede con las obras de la Ley. Eso sería pretender la salvación por el propio esfuerzo y no como don de Dios, sería ponerse por fuera del ámbito gratuito del amor de Dios, lo que significaría caer en desgracia.
La condición de «justo» (rehabilitado) la alcanza el cristiano por su adhesión (fe) a Jesús, que le obtiene el don del Espíritu Santo como respuesta de Dios y lo acoge. Esa fe (adhesión a Jesús) cancela el pasado de injusticia (pecado), y, al acoger el Espíritu, el hombre pasa de pecador a hijo adulto, o sea, libre, libre para amar como Jesús, sin las ataduras del egoísmo que induce al pecado. Esta acogida se percibe en su entrega de amor. Para el cristiano, da lo mismo estar circuncidado que no estarlo (cf. 1Co 7,18); lo que importa para él es «una fe que se traduce en amor». Sabe a ciencia cierta que la rehabilitación le permite esperar la realización de la promesa divina. Espera la resurrección (cumplimiento pleno de esa promesa de vida) y por eso no se mide en su entrega. Es decir, el cristiano goza de la libertad misma de Dios. Y así como Dios se da libremente por medio de su Hijo, el cristiano libremente se entrega por el designio de su Padre.

El concepto cristiano de «libertad» ha sido con frecuencia mal entendido:

• En algunos círculos se ha reducido a una vaguedad que se conoce como «libertad espiritual», cuyo contenido es impreciso, puesto que no equivale al concepto de «libertad interior», o libertad de opción, que es fruto del Espíritu Santo.
• En otros, se ha politizado, identificándolo con las libertades civiles reconocidas o desconocidas por los poderes políticos. Se refiere a la libertad de acción, a menudo sin referencia con la vida, muerte y resurrección de Jesús.
• En otros, se ha convertido en un lamentable espectáculo que mezcla morbo con ignorancia y superstición, lo cual, lastimosamente, redunda en descrédito para la fe en el Señor Jesús. Tiene un sentido agónico, como una lucha de poderes.
En la explicación de Pablo, la libertad es una nueva forma de ser, por la cual el hombre toma el control de sí mismo gracias al amor experimentado como don y recibido como capacidad. En otros términos, el Espíritu Santo le permite al ser humano el señorío sobre sí mismo, señorío por el cual se hace «hijo» adulto de Dios y se realiza a plenitud. Por eso, el Espíritu libera de la falsa religiosidad, que somete al ser humano y le impide la verdadera libertad. Comulgar con Jesús, beber su sangre, es interiorizar ese Espíritu de libertad para crecer en libertad.
Feliz martes.

Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page 

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