La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Martes de la V semana de Cuaresma

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Números (21,4-9):

EN aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edón.
El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia».
El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 101,2-3.16-18.19-21

R/.
 Señor, escucha mi oración, 
que mi grito llegue hasta ti


V/. Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco,
escúchame enseguida. R/.

V/. Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.

V/. Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,21-30):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Martes de la V semana de cuaresma.
 
«Salvar» es infundir vida. «Amar» es entregar libremente la propia vida. La «salvación» es amor en acción. Dios es «salvador», como Padre que es, comunicando su propia vida como don, para que los salvados por él tengan vida eterna (cf. Jn 3,16-17). La salvación exige la libertad, porque el amor solo puede darse en libertad. Por eso, después de meditar en la actividad liberadora de Dios, meditamos ahora en su actividad salvadora.
Jesús no «salva» (da vida) por una acción de poder, exterior al hombre, sino por la acción interior de su entrega, que provoca la fe, adhesión de parte del hombre, y permite la infusión del Espíritu Santo en el «corazón». El hombre ha de enfrentar sus miedos, sobre todo el miedo a la muerte, y mirar al crucificado como fuente de vida definitiva, como lo hacemos los cristianos.
Quienes miran la cruz con horror y pavor se quedan solo en la superficie del asunto, su mirada es exterior, no percibe la verdad integral. Es verdad que la cruz de Jesús muestra con espanto el extremo al que es capaz de llegar el odio del mundo. Pero no es menos cierto que ella manifiesta hasta dónde es capaz de llegar el amor de Dios, y no en abstracto, ni con romanticismo, sino en su capacidad de derrotar el odio y de superar el dolor.
 
1. Primera lectura (Nm 21,4-9).
Para comprender mejor este relato hay que tener en cuenta que en hebreo se da un parentesco entre «serpiente» (נָחָשׁ) y «bronce» (נְחֺשֶׁת) con el verbo «adivinar» (נחשׁ); y, también, recordar que «rebelarse» contra Dios, en el Antiguo Testamento, no significa oponer resistencia a una tiranía, sino resistirse a la iniciativa liberadora del Señor.
El relato se sitúa en el desierto. El pueblo rescatado se desanima, siente extenuante el camino y se pone a difamar la liberación de la que está siendo beneficiario. En vez de un camino de vida, ve una «trampa» de muerte, el maná le parece miserable. No ve el amor que lo libera y lo lleva a la tierra de la vida, tierra espaciosa, que mana leche y miel.
El relator le atribuye a Dios las consecuencias de la maledicencia del pueblo: surgen en medio del pueblo «las serpientes, los serafines» (literalmente: הַנְּחָשׂים הַשְּׂרָפִם), seres mitológicos de origen egipcio, representados como serpientes con alas, que engalanaban el trono del faraón. O sea, la maledicencia genera el pánico supersticioso de que los dioses protectores del faraón van a llevar al fracaso el éxodo del Señor. La mordedura de «los serafines» se entiende mejor cuando se tiene en cuenta que «serafín» (שָׂרָף) evoca un nombre, «jefe» (שַׂר), que se predicaba de un general que representaba al rey (en este caso, al faraón), y, además, está emparentado con el verbo «quemar» (שָׂרַף), que aquí describe el tormento del veneno de las serpientes. Se trata, entonces, del miedo no superado a los ejércitos del faraón.
Esto hace que muchos «mueran» (caigan en el engaño) y desistan. Cuando el pueblo reconoce su pecado y recurre a la intercesión de Moisés, el Señor le indica a este que haga para sí un serafín (שָׁרָף) y lo coloque en un estandarte (hebreo, נֵס; griego, σημεῖον: cf. Lc 2,34) para que todo el que sea mordido viva al verlo inerte. Moisés, sin embargo, hace una serpiente (נָחָשׁ) de bronce, que cumple ese cometido. Aquí se trata de enfrentar («ver») el propio miedo con fe en el Señor y con confianza en la guía de Moisés. Esto le dará vida al pueblo. Y lo que era causa de muerte, por esa fe y esa confianza, se convierte en causa de vida.
 
2. Evangelio (Jn 8,21-30).
Jesús les advierte a los judíos que van a eliminarlo que su verdadero problema no es él, sino el odio que sienten contra él, ya que –al contrario– él es quien los puede salvar. El pecado que los llevará a la muerte («el pecado del mundo») es la actividad de ellos encaminada a reprimir o a suprimir la vida humana, oponiéndose así al proyecto de Dios. Jesús les explica que pertenecen a dos esferas distintas: él es de la esfera «de arriba» (el reino de Dios); ellos, a la «de abajo» (el «mundo»). Él posee el Espíritu, ellos carecen de él. Por eso no son capaces de seguirlo: son incapaces de darse (amar) porque no conocen al Padre y no son libres.
La muerte de Jesús les mostrará su amor, porque él es desapegado y libre de dar la vida para que los demás tengan vida. Jesús habla de su muerte como de un éxodo voluntario («yo me voy»), y se les propone para que crean en su condición divina («yo soy»). La partida (muerte-glorificación) demostrará que dicha condición divina no es una pretensión infundada. Cuando ellos lo levanten a él –como Moisés la serpiente en el desierto (cf. Jn 3,14-15; 8,25)– comprenderán que él actuaba y hablaba guiado por el amor del Padre, y que el Padre no lo abandona en la muerte, sino que lo acoge consigo. Ellos verificarán que él no es su enemigo, sino que todo lo que ha hecho es por encargo del Padre y con su respaldo. Él, «levantado», los atraerá a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). «Levantado» se refiere a la vez a su crucifixión y a su resurrección o exaltación.
Sus palabras provocan nuevas adhesiones.
 
Mirar con fe al crucificado no es fijar la mirada en un fetiche. Es considerar la muerte de Jesús, coherente con el amor que ha testimoniado, como camino de la plenitud definitiva. El verdadero amor da vida, y la da cuando es entrega de sí mismo, y no mero suministro de cosas. Jesús en la cruz desafía tanto el odio asesino como la muerte. Quien lo mira con fe se adhiere a ese desafío del mismo modo que él, amando hasta el don total de sí mismo.
Los miedos intoxican la vida y la convivencia llenando de desaliento a los individuos y los grupos; actúan como un fuego que reduce a cenizas hasta los más preciados sueños de libertad y de vida de las personas. Ese es el veneno que inoculan las distintas «serpientes» (mentiras) que intentan neutralizar el éxodo. La superstición del poder potencia esos miedos hasta el punto de hacerlos insoportables, obligan a ceder. El mayor de esos miedos es el miedo a la muerte. Jesús, libre para amar, por la libre entrega de su vida al servicio liberador supera ese miedo y nos invita a que lo hagamos nosotros como lo hizo él, confiando en el amor salvador del Padre.
En la eucaristía, Jesús se da a sí mismo, no nos promete cosas que nosotros podríamos alcanzar con nuestro esfuerzo. La eucaristía es el don de sí mismo como culto al Padre, dador de vida; es decir, es acción de gracias por el don de la vida recibida, y el que la recibe entra de modo libre en esa dinámica de donación para hacerse solidario con Jesús. Por eso hablamos de «comunión eucarística», comulgamos con Jesús en esa entrega que es gratitud por la vida recibida.
Feliz martes.

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