Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,12-14):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».
Palabra del Señor
Martes de la II semana de Adviento.
Los sermones de corte moralista tienden a estigmatizar siempre «la oveja extraviada», haciéndola responsable de su extravío. Esa visión no compagina con la imagen que emplean los profetas y que desarrolla Jesús, dadas las muestras de ternura de parte del Señor Dios y del Señor Jesús con la oveja reencontrada. Y es porque la causa del extravío de la oveja no es responsabilidad de esta, sino descuido de sus pastores.
El Señor viene a buscar la oveja perdida porque esa ha sido siempre su conducta: él fue a Egipto a buscar su pueblo, fue a Babilonia, y va donde sea preciso ir, en busca del ser humano, que siempre necesita liberación y salvación.
1. Primera lectura: promesa (Is 40,1-11).
Oráculo de cuatro breves unidades: la voz del profeta a su pueblo anuncia el consuelo y su razón de ser (vv. 1-2); la voz de un heraldo pregona un nuevo éxodo a través del desierto (vv. 3-5); la voz de otros mensajeros proclama la excelencia y la validez de la palabra del Señor (vv. 6-8), y, finalmente, la voz de la jubilosa Jerusalén anuncia la llegada del Señor haciendo justicia y dando recompensa a su pueblo (vv. 9-11).
Se escuchan dos gritos. El primero, dirigido al corazón de Jerusalén, es una voz que desde lejos vocea consuelo, que declara cumplida la pena, pagado el crimen, recibido el castigo. Hablarle al corazón a alguien para consolarlo (cf. Gn 50,21; Rut 2,13) asocia un sentimiento con una razón y una decisión. El «castigo» hace referencia o al acto perverso, o a la pena que él acarrea. Este es un término que en el lenguaje de los profetas designa las consecuencias del acto perverso, que le atribuyen a Dios como una forma de señalar que la advertencia hecha por él se hizo realidad.
El segundo grito es dirigido al pueblo rescatado que emprende su procesión de regreso a casa a través del desierto, como en un renovado éxodo, ya antes anunciado por Jeremías y Ezequiel; y si antaño el mar se puso al servicio del pueblo, ahora valles, montes y colinas hacen lo propio, para que se revele la gloria del Señor y todos a la vez sirvan a su designio liberador y salvador y sean testigos de su esplendor. La palabra traducida por «gloria» (כָּבוֹד) procede de un verbo (כּבד) que significa «ser pesado» (cf. Is 47,6) o «ser importante» (cf. Is 43,4). Aquí sirve para denotar la acción por la cual el Señor descarga el peso de su justicia reivindicando a su pueblo oprimido.
Luego hay dos gritos más. El primero afirma que, en tanto la condición humana es precaria, el aliento (רוּחַ) y la palabra (דָבָר) del Señor permanecen. La condición de los seres «de carne» es tan mortal como la de los vegetales silvestres, su consistencia propia es tan frágil como delicada flor del campo. Esto vale para todo hijo de Adán (cf. Is 51,12), pero sobre todo para los poderosos de la tierra (cf. Is 40,21-24). Esa es la condición humana en general. No así la palabra del Señor. Su aliento-palabra aniquila el poder opresor (cf. Is 40,24), su mensaje «se cumple siempre».
El segundo, desde lo alto de un monte, Sion, con fuerte, voz de heraldo, anuncia la victoriosa llegada de Dios. El término (מְבַשְּרוֹת) traducido por «heraldo» (femenino en hebreo) se refiere al portador de buenas noticias para los que sufren (cf. Is 41,27; 52,7; 60,6; 61,1). El brazo robusto y potente del Señor (su amor liberador) le asegura su libertad, y su séquito triunfal resultará ahora recompensado, cuidado y reunido con afecto paterno y materno a la vez (su amor salvador).
2. Evangelio: cumplimiento (Mt 18,12-14).
Jesús recurre a la metáfora de la oveja extraviada, pero la contextualiza de manera muy precisa. En primer lugar, quien tiene las ovejas no es un «pastor» (ποιμήν), sino un «hombre» (ἄνθρωπος), un ser humano, lo cual plantea en otros términos el asunto: no es una cuestión laboral sino de humanidad. En segundo lugar, el verbo «extraviar» (πλανάω), aquí en voz pasiva, denota a la vez el hecho pasado de haber sido extraviado y la acción presente de andar errante. En tercer, lugar pregunta por la conducta (humana) frente a ese hecho, sugiriendo, en la misma pregunta, cuál es esa conducta humana. Esta tiene dos opciones: dejar las restantes «en el monte», y emprender el camino en busca de la extraviada.
«El monte» es el lugar del encuentro con Dios en la historia; por tanto, dejarlas en «el monte» es dejarlas seguras, no es una acción irresponsable, pues quedan en la presencia de Dios y haciendo historia. Hacer esto es comportarse como Dios, que sale al rescate del pueblo extraviado por la indiferencia de los dirigentes (cf. Is 40,11; Jr 23,1-4; Ez 34).
La búsqueda de la extraviada, considerada desde el punto de vista cuantitativo, no tiene mayor sentido en la perspectiva del ganadero; sí lo tiene desde el punto de vista cualitativo: un solo miembro es importante para la unidad e integridad del rebaño; ni el rebaño está completo si falta solo una oveja, ni la oveja puede realizarse plenamente alejada de su rebaño. Fuera del rebaño, la oveja extraviada corre grave peligro. Por ese motivo hay que reintegrarla cuanto antes.
La re-conciliación (el regreso a la unión), si se logra, es motivo de una alegría superior a la de la unión simplemente mantenida, produce una enorme satisfacción. Jesús la refiere a la voluntad manifiesta del Padre que no quiere que se extravíe ni «uno de estos pequeños». Con «estos pequeños» se refiere él a los excluidos de la sociedad judía, los que lo siguen sin ambiciones de dominio. Y de ahí se deduce la causa del extravío, la ambición de dominio, que se manifiesta en la negación del servicio al semejante y en apartar así al hombre del Señor.
Insistimos en que en adviento anunciamos al Señor que «viene». No se trata de «ir» a buscarlo, sino de dejarnos encontrar por él. Pero hay que prepararle el camino para ese encuentro. Podría ser que andemos errantes porque nos dejamos extraviar, porque tratamos de imitar el escándalo excluyente (cf. Mt 18,6-10); podría suceder que alguien ande errante y que el Señor quiera salir a su encuentro por medio de nosotros. Ese camino de reconciliación es camino de fiesta, alegría de unidad recuperada, canto de liberación del extravío, celebración de la salvación recibida.
La fila que hacemos para comulgar es como la procesión de la que habla el profeta, es encuentro con el Señor que viene por el sacramento para ayudarnos a realizar nuestro éxodo personal y comunitario. Es gozoso encuentro de libertad y de vida.
Al mismo tiempo, esa experiencia de feliz encuentro nos inspira y estimula a procurarle la misma satisfacción a otros que viven la experiencia de «extravío» de la que nos rescató el Señor. Comer el cuerpo de Cristo nos infunde el Espíritu de reconciliación, para que también nosotros vayamos a buscar a los extraviados y a conducirlos al encuentro con el Señor y su rebaño.
Feliz martes.
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