La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Lunes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I

San Calixto I, papa y mártir
Memoria libre, color rojo

La Palabra del día

Primera lectura

Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (1,1-7):

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97

R/.
 El Señor da a conocer su victoria

Cantad al Señor un cantico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,29-32):

En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Lunes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Del posexilio pasa el leccionario a la expansión misionera de la Iglesia hacia occidente (Roma) con el fin de volver después al encuentro de Israel con la cultura griega (Sabiduría) y con su política (1Macabeos y Daniel) en los tiempos previos al Nuevo Testamento.
La carta a los romanos es un escrito en el que Pablo se presenta a sí mismo y expone ante la comunidad local –que él no conocía– la buena noticia como él la entiende y anuncia. Esto se debe a que de él y de su predicación se dicen muchas cosas, y él quiere que la comunidad se entere con información de primera mano. Como él tenía por criterio anunciar la buena noticia solo allí donde no fuera conocida (cf. Rm 15,20), cuando consideró que no le quedaba campo de acción en Asia Menor (cf. Rm 15,23), decidió ir a anunciar la buena noticia en España (cf. Rm 15,24). Esta decisión la fraguó en Corinto, hospedado en casa de Gayo (cf. Rm 16,23), a quién él había bautizado (cf. 1Co 1,14-15). Contaba con el apoyo de los romanos para llegar a España (cf. Rm 15,24), y estaba seguro de tener la bendición del Mesías (cf. Rm 15,29).
Hay que tener en cuenta que Pablo no conoció los escritos que hoy llamamos «evangelios», y que su predicación se basa en la experiencia que tuvo de Jesús en el camino a Damasco, la que se resume en la salvación por la fe en Jesús, el don universal y gratuito del amor de Dios, y el cambio de la Ley de Moisés por la acción interior del Espíritu Santo. Esos son los acentos de su mensaje, sin pretensión de exponer metódicamente el mensaje tal como se encuentra en los «evangelios», porque su referente es el presente de las comunidades y la aplicación del evangelio a las circunstancias del momento. No presenta afanes de sistematización.
 
Rom 1,1-7.
Interpoladas en el saludo (vv. 1 y 7) Pablo hace su profesión de fe en Jesús el Mesías (vv. 2-4) y su autopresentación como apóstol de los gentiles (vv. 5-7).
En la primera parte del saludo (v. 1) Pablo se declara «siervo del Mesías Jesús». Es común que use esta autodenominación («siervo») en relación con las comunidades de procedencia pagana, en referencia quizás a los grandes servidores de Dios en el Antiguo Testamento, y a lo enseñado por Jesús (Mc 10,44: «siervo de todos»), puesto que el término (δοῦλος: «siervo») tiene dos denotaciones:
• siervo de hombres, que significa simplemente «esclavo».
• siervo de Dios, que denota al hombre libre y liberador.
Por ser «siervo del Mesías Jesús», se declara continuador de su obra liberadora-salvadora.
También se declara «apóstol por llamamiento» divino (lit.: «llamado apóstol elegido»), con lo cual afirma implícitamente:
• que es «enviado» por vocación divina,
• que está investido de autoridad divina.
El objeto de esta vocación es constituirlo anunciador de la buena noticia de Dios (lit.: «el evangelio de Dios»). No lleva un mensaje propio, sino el «de Dios».
Enseguida sintetiza el contenido de esa buena noticia (vv. 2-4) con una breve profesión de fe que –por no mencionar la muerte de Jesús, tan importante para Pablo– se supone que no es de su pluma, sino un pequeño credo usado en la comunidad y con el cual Pablo quiere manifestar su comunión de fe con ella. Pablo no se detiene a explicar las causas de la muerte de Jesús, sino sus consecuencias. Se conecta con el pasado remoto a través de las promesas, los profetas y las Escrituras, afirmando así la fidelidad del Dios de Israel; todo ese pasado desemboca en el Hijo que, por su origen carnal, desciende de David, y por su origen divino asciende a la plena condición divina por su resurrección de la muerte gracias a la acción del «Espíritu santificador» (cf. Isa 63,10; Sal 51,13). La resurrección lo constituye «Hijo de Dios en plena fuerza», lo que equivale a dador del Espíritu. No solo lo posee, también lo comunica, para crear –a imagen suya– la nueva humanidad. Lo presenta por su nombre propio: Jesús («el Señor salva»), por su título hebreo: «Mesías» (el ungido prometido por Dios), y por su título universal, usado por los paganos: «Señor» (el hombre libre y liberador).
Después se presenta a sí mismo (vv. 5-6) en su calidad de «apóstol» (enviado) «a todos», es decir, mensajero universal de la buena noticia. Este encargo lo declara recibido «a través de él» (Jesús) como un don cuya finalidad consiste en que todos los pueblos respondan con fe (mejor que «obedezcan con fe») a la buena noticia a causa de su persona (lit.: «a causa de su nombre», es decir, después de conocerlo). El apóstol lleva una propuesta abierta que es la persona, la obra y el mensaje de Jesús. La respuesta afirmativa a esa propuesta se llama fe. Su misión es lograr esa respuesta. Como su misión es universal, los destinatarios de esta carta, «llamados de Jesús Mesías» (alusión a los orígenes judeocristianos de la comunidad de Roma) pertenecen a su radio de acción. Insinúa así su derecho a escribirle a esa comunidad como un servicio a su fe. Ese es el genuino sentido cristiano de la autoridad.
Concluye el saludo (y cierra así la introducción a la carta) refiriéndose a sus destinatarios en términos elogiosos. No los llama «iglesia», como no lo hace con las comunidades que él no ha fundado (Ef, Col, excepción hecha de Fil), pero sí «predilectos de Dios» porque ellos han respondido afirmativamente al Hijo por la fe; también los considera «llamados», por haber sido convocados mediante el anuncio de la buena noticia; y los califica de «consagrados» («santos»: cf. Ef 1.1; Col 1,2; Fil 1,1), es decir, santificados por el Espíritu Santo y santificador. Les desea «el favor y la paz de (parte de) Dios Padre y del Señor, Jesús Mesías». El «favor» es la experiencia del amor del Padre, al cual ya conocen; «la paz» es la felicidad resultante de esa dichosa experiencia: la armonía en la relación con Dios Padre y con los demás seres humanos gracias a Jesús, Señor y Mesías.
 
Hay que observar que, antes de afirmar su calidad de apóstol, Pablo confiesa la fe que lo une a la comunidad a la cual se dirige. Su relación con ella se subordina a la fe común. Él proclama a Jesús de manera reconocible por todos (judíos y nativos). Reconoce que antes de él alguien ya había convocado la comunidad (ἐκκλησία), y si se dirige a ella es con el fin de estimularla a crecer. Considera a los romanos como iguales a los miembros de las iglesias fundadas por él (también son amados, llamados, consagrados).
Nosotros no convocamos las iglesias sino el Señor. Él es la Palabra que convoca, a él dan su adhesión los que aceptan esa palabra. El objetivo de nuestra labor es impulsar, con los dones recibidos de Dios, el crecimiento de las comunidades. Y la eucaristía de la cual participamos es para edificar la iglesia. Que así siga siendo siempre.
Feliz lunes.

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