7 de octubre. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, reina y patrona de Colombia
Memoria obligatoria Color blanco
Primera Lectura
Regocíjate, Jerusalén, pues vengo a vivir en medio de ti
Lectura del libro del profeta Zacarías
2, 14-17
«Canta de gozo y regocíjate, Jerusalén, pues vengo a vivir en medio de ti, dice el Señor. Muchas naciones se unirán al Señor en aquel día; ellas también serán mi pueblo y yo habitaré en medio de ti y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti.
El Señor tomará nuevamente a Judá como su propiedad personal en la tierra santa y Jerusalén volverá a ser la ciudad elegida».
¡Que todos guarden silencio ante el Señor, pues él se levanta ya de su santa morada!
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Judit 13
Tú eres el orgullo de nuestra raza.
El Señor te ha bendecido, hija nuestra, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador del cielo y la tierra.
Tú eres el orgullo de nuestra raza.
El Señor ha glorificado hoy tu nombre: por eso, los que en adelante guarden memoria de esta obra poderosa de Dios, conservarán tu esperanza en el corazón.
Tú eres el orgullo de nuestra raza.
Segunda Lectura
Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
1, 3-6. 11-12
Hermanos: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
El nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor, y determinó, porque así lo quiso, que, por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado.
Con Cristo somos herederos también nosotros. Para esto estábamos destinados, por decisión del que lo hace todo según su voluntad: para que fuéramos una alabanza continua de su gloria, nosotros, los que ya antes esperábamos en Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Dichosa la Virgen María, que sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor.
Aleluya.
Evangelio
¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno!
Ý Lectura del santo Evangelio según san Lucas
11, 27-28
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: «¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!»
Pero Jesús le respondió:
«Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La reflexión del padre Adalberto
7 de octubre.
Nuestra Señora, la Virgen del Rosario.
Esta fiesta nació como un recuerdo de la victoria de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, victoria atribuida al rezo del Rosario. Sus orígenes, pues, no son muy presentables en estos tiempos, en los cuales hay más claridad sobre la acción de Dios, por un lado, y, por otro, las relaciones entre la fe cristiana y la fe musulmana han cambiado, además de que ambas confesiones se distancian de la guerra y de todo mecanismo coercitivo como método de expansión. En efecto, Dios no participa de nuestras guerras, y mucho menos cuando se hacen invocando su nombre.
El Rosario es una oración sencilla en su forma y compleja en su contenido, toda vez que sintetiza la buena noticia en «misterios» meditados al ritmo de la oración del Señor y de la salutación del ángel Gabriel a la Virgen María:
1. Misterios gozosos: los orígenes de la buena noticia.
2. Misterios luminosos: el anuncio de la buena noticia.
3. Misterios dolorosos: la pasión y muerte del Señor.
4. Misterios gloriosos: la glorificación de Jesús y de María.
La Virgen María desempeña en el rosario un doble papel: como madre del Señor y como figura de la Iglesia, en la cual se pueden ver reflejadas la persona y la comunidad que oran.
1. Primera Lectura (Hch 1,12-14).
Inicialmente, al grupo de discípulos se le hace difícil asumir su plena identidad «cristiana», o sea, de seguidores del Mesías. Mientras Jesús estaba con ellos, él les daba identidad; ahora, ascendido al cielo, ellos deben identificarse por sí mismos. El proceso es largo y lento. Siglos de tradición judía no se superan de un día para otro. Jesús les indicó que permanecieran en Jerusalén como ciudad (Ἱεροσόλυμα: nombre pagano), pero ellos regresaron a Jerusalén, concebida como centro de la religión judía (Ἱερουσαλήμ: transcripción del nombre hebreo) y, además, ateniéndose a las prescripciones sabáticas. La noticia de que fueron a «la sala de arriba» y su perseverancia en la oración están en paralelo con lo que Lucas dice al final del evangelio (cf. Lc 24,53). La «sala de arriba» es otro modo de referirse al templo. El grupo se subdivide en tres:
• Los Once aparecen reagrupados de otro modo a como están en el evangelio (cf. Lc 6,14-16 con Hch 1,13). Las dos parejas de hermanos están disociadas: Simón ahora figura solo como Pedro, disociado de su hermano Andrés y asociado a Juan (cf. Hch 3,1), el hermano de Santiago; Santiago aparece disociado de su hermano Juan y asociado a Andrés, hermano de Simón Pedro. Felipe aparece con Tomás (en el evangelio con Mateo), y Bartolomé con Mateo (en el evangelio con Tomás); los otros tres aparecen en el mismo orden.
• Las mujeres, testigos de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (cf. Lc 8,2-3; 23,49.55s; 24,1-10), «María, la madre de Jesús». María no se separa del grupo, pese a que ella es dichosa por su fe (cf. Lc 1,45), pues ha meditado en su interior los dichos y hechos acerca de Jesús (cf. Lc 2,19.51), a veces con sorpresa (cf. Lc 2,33), a veces sin comprender (cf. Lc 2,50), pero dichosa al fin, porque escucha y guarda el mensaje (cf. Lc 11,28). Es la «bendita entre las mujeres» (Lc 1,42). Ella participa de la oración del grupo, ora con él, aunque el grupo no tenga total claridad de fe.
• Los parientes de Jesús aparecen en escena después de su muerte y resurrección, pero no habían sido seguidores suyos; quizá reclamando ahora como propia la herencia del Mesías.
El grupo no es homogéneo ni compacto. Los Once parecen haberse reagrupado a partir de unas afinidades que no se detallan. Solo se observa la unión de la pareja Pedro-Juan con cierto carácter de liderazgo a lo largo del relato de Hechos, al menos hasta el capítulo 8. Las «mujeres» parecen ser las de los Once. María, única mencionada por su nombre, forma grupo aparte. Los parientes de Jesús están presentes esperando que –al cumplir él la promesa de enviar el Espíritu Santo (cf. Lc 24,49–, si ellos también la reciben, nadie podrá desconocerlos como herederos legítimos del Mesías, sobre todo cuando los Doce han perdido un miembro, y este traicionó a Jesús.
2. Evangelio (Lc 1,26-38).
El texto no permite deducir que María estuviera en oración cuando el ángel Gabriel entró a donde estaba ella, pero sí es claro que ella estaba abierta a escuchar a Dios, porque escuchó a su mensajero. En esa escucha, María conoció la propuesta de Dios para ella y su propio papel en el cumplimiento de la promesa de Dios al pueblo. En cuanto al papel de ella, se sintió turbada por la gratuidad del don que Dios le hacía a cambio de nada, turbación que el ángel disipó haciéndole comprender que Dios le manifestaba así su amor («favor»), invitándola a participar de su designio de salvación. Para esto era necesario que ella acogiera a Jesús, le pusiera nombre y estuviera con él en su reinado terreno («el trono de David, su antepasado»), y en su reinado eterno («su reinado no tendrá fin»).
María, por su parte, quiere comprender el designio de Dios para asociarse a él de modo libre y lúcido. El ángel le explica el papel del Espíritu Santo, que va a superar las capacidades humanas de una manera más asombrosa que la maternidad de Isabel, su pariente estéril, porque con Dios nada resulta imposible. Es todo lo que María necesita para dar su libre y total asentimiento. El ángel ha cumplido su misión y, como María ha dado la medida de una fe adulta, él se retira.
Ese diálogo es oración en sí mismo. Eso es lo esencial de la oración: experiencia del amor del Padre, en primer lugar. Santa Teresa decía que «orar es hablar de amores con quien sabemos nos ama». La aceptación de Dios pasa por la aceptación de Jesús («misterios gozosos»), de su reinado terreno («misterios luminosos»), que incluye la cruz (cf. Lc 23,39-43: «misterios dolorosos») y de su reinado celeste («misterios gloriosos»). Además, en ese diálogo se comprueba que «el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13). Y, por último, con esta oración el ser humano descubre cuán lejos puede llegar, más allá de la «ley» natural, religiosa, cultural y política, porque «con Dios nada es imposible» (Lc 1,37)
En la oración eucarística vivimos la experiencia de anticipar el cielo, porque comemos el pan del mañana, el pan de la vida eterna.
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