La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Lunes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2,1-8):

Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio –digo la verdad, no miento– yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 27

R/. Salva, Señor, a tu pueblo

Escucha, Señor, mi súplica
cuando te pido ayuda
y levanto las manos hacia tu santuario. R/.

El Señor es mi fuerza y mi escudo,
en él confía mi corazón;
él me socorrió y mi corazón se alegra
y le canta agradecido. R/.

El Señor es la fuerza de su pueblo,
el apoyo y la salvación de su Mesías.
Salva, Señor, a tu pueblo
y bendícelo porque es tuyo;
apaciéntalo y condúcelo para siempre. R/.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7,1-10):

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado, a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado.
Ellos presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «ve», y va; al otro: «ven», y viene; y a mi criado: «haz esto», y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.»
Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Lunes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Después de la doxología, el autor urgió a Timoteo a poner en práctica las instrucciones que le dio. Y lo hizo como un padre que educa a su hijo en la manera de comportarse, al más tradicional estilo sapiencial («Timoteo, hijo mío»), recordando –tanto para sí mismo como para Timoteo– que la designación de este último se debió a mensajes inspirados que hubo en la comunidad a través de los profetas de la misma. Esos mensajes son suficiente apoyo para que él preste su servicio «en este noble combate, armado de fe y de buena conciencia».
Recordó también, con tristeza, que algunos prescindieron de la buena conciencia y, por eso, «naufragaron de la fe». Concretamente, nombra a Himeneo y Alejandro, a quienes él expulsó de la comunidad. «Entregar a Satanás» es lo mismo que devolver al mundo, o sea, excomulgar temporalmente (cf. 1Co 5,5). Himeneo es nombrado también en 2Tm 2,17 como uno de los seducidos por herejías (cf. 2Tm 2,18). Alejandro es probablemente el mismo de 2Tm 4,14, que era broncista, y que se volvió enemigo del apóstol. El motivo que este aduce para dicha expulsión de la comunidad está implícito en la finalidad de la misma: «para que aprendan a no insultar»; la finalidad es pedagógica, el motivo permanece genérico.

1Tim 2,1-8.
Coherente con el amor universal del Padre y la vocación universal a la salvación, el cristiano ora en todas las formas («súplicas, plegarias, peticiones y acciones de gracias») «por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan altos cargos»). La enumeración de cuatro formas de oración no es taxativa, sino totalizante; sugiere que todas las formas de oración de una comunidad cristiana han de abrazar a todos los seres humanos. La comunidad cristiana no se encierra en sus propios intereses, se interesa por el bien de todos. La convivencia social se describe primero globalmente, luego se señalan los primeros responsables de las naciones («reyes») y, por último, sus auxiliares («los que ocupan altos cargos»). Dado que enumera los reyes en plural, y en cada nación solo había uno, se entiende que la oración se extiende a toda la humanidad, a todas y cada una de las naciones.
Esta oración es independiente de la postura política individual y de la situación política en general, y no tiene que ver con opción alguna de la comunidad a favor o en contra de quien ejerza el poder. El objeto de esa oración es el logro de una convivencia tranquila y apacible, justa y decorosa. «Tranquila» (ἤρεμος) es un término que aparece solo aquí y que se refiere a la calma de la quietud; «sosegada» (ἡσύχιος) se opone a la agitación (cf. 1Tes 4,11) y se refiere al reposo después del trabajo (cf. Lc 23,56); «piedad» (εὐσεβεία) no aparece en los evangelios, pero abunda en las cartas pastorales en el sentido de religión o piedad; «decencia» (σεμνότης) pertenece también al vocabulario de las cartas pastorales con el sentido de seriedad, dignidad. Se trata de un mínimo común en beneficio general. Esto es «bueno y grato» ante Dios que, como Salvador (comunicador de vida), quiere que toda la humanidad («todos los hombres») tenga la vida y (por experiencia) conozca la verdad de Dios (su amor que infunde vida).
La era del politeísmo quedó atrás, y ya pasó la época de los antiguos mediadores nacionales (Moisés, Elías, etc.), que restringían el acceso a Dios (por ellos Dios solo era accesible a los judíos). Algo semejante ocurría en el mundo pagano, con su pluralidad de redentores. Ahora, así como se proclama un solo Dios, solo hay un mediador universal, un hombre (categoría común con todos) Mesías Jesús, que por amor se entregó en rescate por todos. Esa expresión («un hombre») remite a Mc 10,45, donde «el hombre» se expresa en categorías de la lengua aramea («el hijo del hombre»), aunque ahora desde la perspectiva de la resurrección («Mesías Jesús»). Este se entregó «en rescate por todos» (cf. Is 53,11-12). Esa fórmula (vv.5-6a) parece provenir de una profesión de fe usada en la comunidad primitiva; otra profesión de fe parece ser la que está más adelante (1Tim 3,16).
Entregándose «en rescate por todos», Jesús Mesías dio «testimonio» del designio universal de salvación de Dios. Así se manifestó como el testigo fiel del Padre con una «hermosa profesión de fe». Ese mismo es el testimonio propio del cristiano, del cual el apóstol es anunciador como maestro de las naciones en la fe o adhesión, a Dios por medio de Jesús, y en la verdad o amor que se deriva de esa fe y que conduce a la vida eterna. Testimonio que Jesús dio «en tiempo de Poncio Pilato» (cf. 1Tm 6,13). Esta expresión no sólo sitúa históricamente el hecho de la profesión de fe de Jesús, sino –sobre todo– el «orden» (κόσμος) en el que la hizo: ante el representante del más poderoso imperio de la tierra en ese momento. El amor de Dios se afirma y realiza en presencia de los poderes mundanos.
Esa oración «en cualquier lugar» la asigna a los varones (τοὺς ἄνδρας); ellos son los primeros responsables del orden social y transmisores de la tradición «patria» (en la sociedad patriarcal), con lo cual señala su primordial importancia. La oración con las manos alzadas con las palmas hacia arriba semejando cuencos vacíos para ser llenados con las bendiciones de Dios muestra disponibilidad y también ausencia de «ira y rencor». Es significativo que el gesto se haga con «las manos», dado que estas simbolizan la actividad del ser humano. La oración procede de una actividad inocente y está ordenada a la actividad del amor.

Una reflexión oportuna sobre la oración pública de los cristianos:
1. En grupos, hay que superar los estrechos límites del individualismo. A veces todo un grupo tiene que decir «amén» a la oración de alguno que pide solo por su enfermo o por su problema económico –por ejemplo– sin tener en cuenta que los demás del grupo pueden tener algún enfermo por encomendar, o que alguno del mismo grupo esté enfermo. Hay que enseñar a los cristianos a orar en grupo de manera incluyente, universal.
2. En las asambleas litúrgicas, casi siempre se comienza pidiendo «por la santa Iglesia», o «por el papa y todos los ministros…», cuando lo debido sería comenzar orando «por todos los hombres…». El padrenuestro es modelo de esta oración, pero en español se malogró esta universalidad con la adición «a nosotros» (segunda petición), que no está en el original ni en ninguna otra lengua, y rompe la unidad de la primera parte de la oración del Señor, además de que carece de sentido, porque quienes invocan a Dios como Padre ya experimentan su reinado, no tienen por qué pedir que les llegue a ellos.
La eucaristía es celebración de un banquete –de suyo comunitario– el banquete del reino de Dios. Todo en ella, desde los cantos, pasando por las posturas y los gestos, hasta la recepción del pan, todo es comunitario. Por eso, no todos los cantos son indicados para la celebración eucarística, ni todas las posturas –salvo los casos de impedimentos por asuntos de salud– son apropiadas, por muy inspiradas que estén en la piedad individual, puesto que aquí se trata de manifestaciones de carácter comunitario, que expresan unidad.
Feliz lunes.

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