Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Palabra del Señor
Jueves de la XXIX semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El leccionario omite el v. 13, en el que el autor exhorta a sus destinatarios a no acobardarse por la prisión que padece a causa de la difusión del «secreto», que es la buena noticia. Esa prisión por el evangelio es, en definitiva, por los paganos, porque las soberanías y autoridades (los poderes paganos) se oponen a ella en razón de que no favorece sus intereses. Sin embargo, esa prisión es un título de gloria para los cristianos.
El autor retoma en 3,14 el hilo de lo que comenzó a escribir en 3,1 y que dejó inconcluso porque, en una amplia digresión, quiso insistir una vez más en el «secreto designio de Dios».
El misterio que reiteradamente ha expuesto lo asombra y maravilla de tal modo que siente la necesidad de confesar públicamente su admiración y gratitud a Dios por lo que hace entre los paganos y por lo que, a través de la Iglesia, realiza en el mundo. Expresa en una oración su fe en la acción de Dios Padre, que, por la adhesión al Mesías, concede a todos el don del Espíritu; y, en una doxología, alaba a Dios que actúa en la Iglesia y a través de ella.
Así concluye la segunda parte de su escrito.
Ef 3,14-21.
En este texto el autor exterioriza la oración que le dirige a Dios Padre, a quien le pide por los destinatarios de su escrito, y pronuncia una doxología de típico corte cristiano. La oración tiene estructura trinitaria, pero no llama a Jesús «el Hijo», sino «Mesías», para relacionarlo con su obra liberadora y salvadora. Estas son las dos partes de este fragmento:
1. Oración del autor.
La postura normal de la oración, entre los judíos, es de pie (cf. Mc 11,25; Lc 18,11); la genuflexión del autor indica otra cosa: el reconocimiento de la propia pequeñez ante la sublime grandeza del Dios que se revela magníficamente con ese designio de amor tan asombroso. La genuflexión no es parte de su oración, sino previa a la misma, como su reacción espontánea a la majestad divina.
El Padre, cuyo nombre honra a toda su extendida familia («en el cielo y en la tierra»), es la fuente universal de la vida. A él le pide el autor que manifieste su inagotable esplendidez con esa fuerza de vida que es su Espíritu en favor de los destinatarios de su carta. Este garantiza la permanencia de la fe interior de ellos en el Mesías, y asegura su cimentación en el amor. Es decir, si el Espíritu se recibe por darle la adhesión fe al Mesías, permanecer en el Espíritu/amor le da continuidad y firmeza a la fe, y esta prolongada firmeza se exterioriza en el amor.
Y no solo eso, sino que permite conocer por experiencia creciente la magnitud de ese amor en la convivencia con los demás «santos» (consagrados por el Espíritu Santo). Y así el cristiano va conociendo ese amor, que supera todo lo que se puede conocer, identificándose con el Mesías y con su obra liberadora y salvadora. El hombre conoce por experiencia la realidad íntima de Dios, es decir, la «revelación» no es mera comunicación de un saber, sino conocimiento experimental del ser mismo de Dios.
Para ponderar la superioridad de este conocimiento, es decir, para afirmar que el amor le da al hombre un desarrollo que madura el ser entero, apela a las cuatro dimensiones del mundo (la geometría euclidiana conoce tres, la teoría de la relatividad dice que el tiempo es la cuarta), de las cuales ya se encuentra mención en el Antiguo Testamento para subrayar el carácter inaccesible de la sabiduría de Dios y de sus caminos (cf. Job 11,8-9); esas cuatro dimensiones eran también comunes en la filosofía estoica del tiempo para hablar de la totalidad del universo. Viviendo en el amor que procede del Espíritu, el creyente se expande sin límite y va conociendo el amor de Jesús, y, por él, el amor mismo del Padre, que es la plenitud total.
2. La doxología.
Tanta majestad provoca la alabanza. Dios se muestra superior a lo que nosotros pudiéramos pedir o siquiera concebir. La fuerza de vida que él manifiesta a través de su Espíritu, y que tan eficazmente actúa en los creyentes, da la certeza de que ninguna proeza de amor está fuera de su alcance. No hay manera de pedir o concebir algo que esté por fuera del alcance de esa potencia de vida. La Iglesia personifica la eterna sabiduría divina y, como tal, notifica a las soberanías y autoridades del mundo el «secreto» de Dios ejecutado por el Mesías (cf. Ef 3,10); así también, ella manifiesta la gloria de Dios y la proclama. Una generación tras otra («todas las generaciones»), la Iglesia le da gloria a Dios, encabezada por el Mesías Jesús, prolongando su obra, como cuerpo suyo en la historia («de edad en edad») y en la geografía de las naciones («la tierra»: v. 15).
La oración de súplica y la oración de alabanza son fruto del Espíritu, que pone al cristiano en una tal sintonía con Dios que, por experiencia, se hace partícipe del designio amoroso del Padre, y quiere que este re realice, y se asombra ante los prodigios de su amor tan generoso, manifestado en la vida, muerte y resurrección del Mesías Jesús, y que el mismo Espíritu ayuda a comprender cada vez mejor.
Ese amor favorece el pleno desarrollo humano en sus dimensiones personal y social. El Mesías es indudablemente «Hijo», y en su calidad de hijo hace presente la obra liberadora y salvadora del Padre, como Mesías suyo, infundiendo al ser humano el Espíritu Santo, que le permite lograr su plena realización personal.
La experiencia del amor del Mesías, renovada en el memorial de la eucaristía, nos ayuda a crecer en ese amor cada día, por la acción incesante del Espíritu, que nos hace experimentar ese amor de forma nueva día tras día, y nos hace capaces de superar nuestros propios límites amando más y mejor con el paso de los días. Ese es otro significado profundo de la celebración eucarística.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.
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