La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año I

Feria, color verde

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (12,18-19.21-24):

 

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Y tan terrible era el espectáculo, que Moisés exclamó: «Estoy temblando de miedo.» Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel. 

Palabra de Dios

Salmo

Sal 47

 

R/. Oh Dios, meditamos tu misericordia 
en medio de tu templo

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa, 
alegría de toda la tierra. R/.

El monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey; 
entre sus palacios, 
Dios descuella como un alcázar. R/.

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos, 
en la ciudad de nuestro Dios: 
que Dios la ha fundado para siempre. R/.

Oh Dios, meditamos tu misericordia 
en medio de tu templo: 
como tu renombre, oh Dios, tu alabanza 
llega al confín de la tierra; 
tu diestra está llena de justicia. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):

 

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. 
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» 
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. 

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto
 
Jueves de la IV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Después de la exhortación a la constancia o al aguante (ὑπομονή), el autor exhorta a sus oyentes a la fidelidad a la vocación cristiana. En otro texto omitido por el leccionario (Heb 12,14-17) se refiere a esta fidelidad en sus aspectos comunitario e individual, y propone como ilustración dos ejemplos del Antiguo Testamento.
 
La fidelidad comunitaria, en su aspecto positivo, se expresa en términos de convivencia pacífica «con todos», lo que desborda los límites de la comunidad; y la fidelidad individual, también en el aspecto positivo, se expresa en términos de consagración personal («santificación»), requisito del todo indispensable para tener experiencia directa de Dios («ver a Dios»).
 
La infidelidad comunitaria se ilustra con la advertencia de Moisés al pueblo para que no incurra en la idolatría de los pueblos que atravesaron, comenzando por Egipto, hasta la tierra prometida; permitir la idolatría sería como dejar que arraiguen en el pueblo plantas amargas y venenosas (cf. Dt 29,15-17). Los cristianos conviven con idólatras y deben cuidarse unos a otros de la idolatría.
 
La infidelidad individual la previene recomendando que no haya en la comunidad un «fornicario» (πόρνος) o un «profano» (βέβηλος), y la ilustra con la actitud de Esaú (cf. Gen 25,33; 27,30-40); «fornicario» (idólatra), porque «vendió» su fidelidad al cambiar sus derechos de primogénito por no soportar una carencia; «profano» (mundano), porque, al no valorar su condición, renunciar a su primogenitura y desentenderse de la promesa, se excluyó a sí mismo del pueblo de Dios.
 
Heb 12,18-19.21-24.
El predicador compara ahora dos actitudes opuestas, la forma como experimentaron a Dios los destinatarios de la primera alianza y la forma como lo experimentan los destinatarios de la nueva. La manera como Dios les fue presentado a los antiguos difiere de la manera como lo conocen los cristianos. En ambos casos se trata de un «acercamiento» (cf. vv. 18.22), pero a realidades del todo distintas. Presenta dos asambleas en dos diferentes escenarios y con distintas experiencias. El leccionario omite el v. 20, pero es mejor tenerlo en cuenta.
 
Los destinatarios de la primera alianza experimentaron a Dios con temor, que es lo propio de la actitud religiosa. Aunque el «acercamiento» entraña la fe, el lenguaje religioso prevalece a la hora de describir la experiencia. El escenario de esta alianza es terrestre: «fuego tangible y ardiente», como el que vio Moisés, hecho que ocurrió en el «monte de Dios», o «monte Horeb», el mismo identificado por la tradición con el «monte Sinaí» (cf. Ex 3,1ss), fuego que anuncia el juicio divino a favor de su pueblo y en contra del pueblo opresor; las circunstancias son también terrestres: la «tiniebla, oscuridad y tormenta», azote que doblegó al Faraón (cf. Exo 10,22), y ámbito desde el cual Dios le habló a Israel (cf. Dt 4,11), «el eco de trompeta» que permitía el acceso al monte (cf. Exo 19,13) y anunciaba la potente voz de Dios (cf. Exo 19,19) ante el terror del pueblo (cf. Exo 19,16; 20,18), y «el clamor de dichos» (el decálogo) tales que, «al oírlo, pidieron que no siguiera» (cf. Exo 20,18-20). El temor que sentían era tan grande que ellos «no podían soportar lo que les mandaba», dado su carácter tan severo (cf. Exo 19,12). El mismo mediador de la alianza, Moisés, participaba de ese temor (cf. Dt 9,19).
 
En cambio, el «acercamiento» de los cristianos, que entraña la fe en Jesús, los erige en auténticos herederos de las promesas hechas a Abraham. La mención del «monte Sion», nombrado primero que la ciudad, es el lugar de la presencia de Dios, casa de Dios, «y esa casa somos nosotros» (Heb 3,6): la comunidad local (la que escucha el sermón) se reconoce como la nueva familia de Dios; esa mención del «monte Sion» contrapone esta alianza a la pactada en el «monte Sinaí» al tiempo que reclama para los cristianos la promesa de la vida hecha a Abraham y la del reino perpetuo hecha a David. Por eso añade, acto seguido, «a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celeste», para completar la mención del «monte Sion», ensanchar el horizonte más allá de la comunidad local y situarse en el amplio horizonte del nuevo pueblo de Dios («ciudad»: convivencia), poniendo el acento en su carácter «celeste», por oposición al escenario terrestre de la anterior alianza. Esta es una asamblea de la que forman parte «los millares de ángeles en fiesta» que celebran la alabanza de Dios junto con «la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo», los justos de todos los tiempos que «por la fe y la paciencia van heredando las promesas» (Heb 6,12), aunque la plenitud de la misma se colme en el futuro (cf. Heb 11,40). En el centro de la asamblea celeste está Dios, «juez de todos». La enumeración continúa con «los espíritus de los justos llegados a la meta» (cf. Heb 11,40) nombrados al lado de Jesús, que es quien los ha llevado a la consumación definitiva (cf. Gen 4,24; Heb 2,10-12). Presenta a Jesús como el «mediador de una nueva alianza» que tiene como característica «la sangre de la aspersión que clama con más fuerza que la de Abel», alusión al hecho de que, en tanto que la sangre derramada de Abel clamaba venganza (cf. Gen 4,10), la de Jesús ofrece el perdón de Dios y el libre acceso a él (cf. Heb 10,19).
 
Sería insensato rechazar esta oferta, porque si el rechazo de los oráculos pronunciados desde el Sinaí llevó a la frustración de no entrar en el descanso de Dios (cf. Heb 3,7-11), el rechazo de los oráculos pronunciados desde el cielo conduciría a la perdición definitiva. Estos oráculos que vienen del cielo tienen potencia para conmocionar todo y dar paso al mundo inconmovible, que permanece para siempre. La comunidad cristiana pertenece a ese mundo y debe agradecerlo en el servicio sincero y respetuoso a Dios, porque el servicio a los ídolos acarrea la propia perdición (cf. Dt 4,20). El compromiso con Dios exige seriedad (cf. Heb 12,25-29, vv. omitidos).
 
La insistencia que hace el autor en la diferencia que hay entre la antigua alianza y la nueva debería encontrar mucho más eco en los cristianos, no para cultivar inútiles sentimientos de superioridad con respecto de los demás, sino para valorar la generosa oferta de amor que Dios le hace a toda la humanidad a través de Jesucristo. Solo así podemos ofrecer la buena noticia con el testimonio, más que con las palabras. El mundo necesita sentir que el pecado no tiene poder para dominar al individuo ni para pervertir la sociedad; cada persona, cada familia, cada sociedad humana desea la buena noticia de que sus anhelos de vida feliz y convivencia pacífica son realizables. El mal no es una fatalidad inevitable, y la humanidad necesita ver que no lo es.
 
Comunidades cristianas que muestren el cielo en la tierra, que sean enclaves del reino del Padre en el mundo, que anuncien la buena notica de que «el reinado de Dios está cerca», al alcance de todos… esa es una tarea inaplazable. Sobre todo, cuando se advierte que hay congregaciones de «cristianos» que viven los ideales de la antigua alianza invocando el nombre de Jesús.
 
La celebración de la cena del Señor es ocasión privilegiada para vivir esa experiencia del cielo en la tierra, y prolongarla en la vida cotidiana y en la convivencia habitual con los demás.
Feliz jueves.

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