La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-domingo

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

II Domingo de Pascua

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16):

Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacia lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 117,2-4.22-24.25-27a

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

Segunda lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19):

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.» Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.»

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

II Domingo de Pascua.
 
Este domingo ha sido denominado con diferentes nombres a lo largo de toda la historia de la Iglesia:
• «Dominica in albis». Porque este era el día en que dejaban sus túnicas blancas los «neófitos» («nuevas plantas»), los recién bautizados en la vigilia pascual.
• Domingo de Cuasimodo. Se debe este nombre a la primera palabra del gradual de la misa en latín («Quasimodo geniti infantes…»: «como niños recién nacidos…»), o sea la forma como la Iglesia miraba a los neófitos. Años más tarde, se introdujo en algunas partes la costumbre de llevarles la comunión –de manera festiva– a todos los enfermos de la parroquia que no pudieron recibirla en el día de Pascua.
• «Domingo de la divina Misericordia». Introducida por el entonces papa san Juan Pablo II, acogiendo la devoción que su paisana Santa Faustina Kowalska quiso extender por el mundo entero. Esta devoción encuentra actualmente mayor eco que la tradición litúrgica.
 
Jn 20,19-31.
La liturgia presenta estas apariciones como el culmen de las de la octava por su cronología interna («día primero»: v. 19; «ocho días después»: v. 26), datos que dividen el relato en dos escenas:
1. Primera aparición. Los discípulos se sienten desamparados y atemorizados, por eso están encerrados. Ya anocheció el día de Pascua, y el Señor viene a darles paz, a sacarlos de su encierro:
1.1. Se manifiesta como «centro»: fuente de vida y de unidad para el grupo. Esta posición indica la igual distancia de Jesús con respecto de todos los miembros del grupo. Ninguno está lejos.
1.2. Invalida el miedo: les anuncia la «paz» de la vida invencible. El carácter indestructible de la vida que él posee y comunica anula el miedo a la muerte y al «mundo», que amenaza con ella.
1.3. Como signo de identidad les muestra las manos y el costado, asegurándoles así que la obra liberadora y salvadora de Dios («las manos») a través de él continúa, y que el amor gratuito del Padre, el Espíritu que procede de él («el costado») sigue fluyendo. No hay lugar para el temor.
1.4. El miedo de ellos se cambia por la alegría (cf. Jn 16,20-21); la muerte deja ya de oprimirlos. Se abre paso la esperanza llena de gozo y confianza, porque Dios ha cumplido así su promesa.
1.5. Ahora sí están preparados para «salir» (éxodo) a la misión. Este es el sentido de su reiterado saludo de paz. La misión se basa en la comunión con él (don del Espíritu Santo) y se resume en:
• Declarar quiénes (plural) quedan libres de «los pecados», es decir, qué grupos de personas han roto con «el pecado del mundo» porque viven los valores de la buena noticia de Jesús.
• Denunciar quiénes permanecen en la complicidad con «el mundo» (la sociedad injusta) porque siguen compartiendo la injusticia social («los pecados»).
Los discípulos harán esto con su propio testimonio de convivencia más que con sentencias. La existencia de comunidades de fe cristiana anuncia el amor y denuncia el pecado.
2. Segunda aparición. Curiosamente, el discípulo que se mostró dispuesto a morir con Jesús (Tomás, «Mellizo»: cf. Jn 11,16) se niega a vivir con él. El testimonio de los otros no lo convence; no le basta la garantía de que la obra creadora y salvadora de Dios continúa, pretende ponerla a prueba. Tomás está en «el mundo», dominado por «la tiniebla». Pero los demás no le cierran las puertas; y Jesús, por medio de ellos, va a mostrar la efectividad de la misión.
2.1. La comunidad se reúne el octavo día, el de celebrar al Señor resucitado. Él se hace presente y la confirma en la misión que le había encargado. Puesto que la semana tiene siete días, el hablar de «ocho días» es una manera de decir que la edad futura y definitiva está ya en la edad presente.
2.2. Terminada la reunión («luego»), Jesús, presente en la comunidad, enfrenta a Tomás con sus pretensiones. Pero lo que ha vivido en la reunión supera con creces lo que Tomás exigía. Desiste de poner a prueba el amor de Dios, porque reconoce lo que necesita para «salir» del «mundo»:
• Al llamar «Señor mío» a Jesús, sale de la tiniebla y llega a «la luz de la vida» (cf. Jn 8,12): reconoce a Jesús como su liberador (a cambio de Moisés).
• Al llamarlo «Dios mío», se convierte a él, y reconoce que el único rostro aceptable de Dios es el que se revela en Jesús, es decir, el Padre, el Dios fuente de vida (cf. Jn 12,45; 14,9).
2.3. Jesús le hace ver que él es liberador y salvador a través de la comunidad, a la cual él ahora se integra. Y que la dicha de la fe radica en la confianza de quien no exige pruebas extraordinarias, pues el amor creador, liberador y salvador está muy por encima de esas pruebas.
La comunidad que vive el futuro en presente tiene la tarea de hacerles accesible la fe en Jesús a los que continúan anclados en pasado tanto por su mentalidad («tiniebla») como por sus prácticas (el amor puesto a prueba). Comprende que no se trata de un ejercicio dialéctico, sino de acoger a los contradictores y ofrecerles espontáneamente su propia experiencia de vida en unión con el que ella llama su «Señor» (liberador) y su «Dios» (salvador). La fe no es resultado de experimentos comprobables, sino fruto de una confianza que se arriesga.
 
La actitud de Tomás ha sido entendida desde diversos puntos de vista. De este episodio deriva la expresión proverbial «ver para creer», que ve en Tomás una suerte de patrono del racionalismo cristiano –si eso existe–; otros piensan que Tomás personifica el desarrollo de un pensamiento crítico y autónomo. Y no han faltado quienes lo proclamen «patrono de los escépticos». Pero lo cierto es que el relato tiene la finalidad de hacer ver que la fe no se fundamenta en «pruebas» de carácter demostrativo, sino en la experiencia personal y comunitaria del Señor resucitado. No es fe la actitud de quien «comprueba» lo que otros dicen, sino la de quien «se fía» de aquél a quien escucha con cordial asentimiento.
Cada domingo nuestras comunidades pueden crear un espacio donde se viva la experiencia del Señor resucitado y el Padre se manifieste dando vida a través de la efusión de su Espíritu. El domingo es la oportunidad para que la asamblea de los creyentes se manifieste como la profecía viviente que anuncia ya en la tierra el mundo futuro y denuncia la injusticia del orden presente («el mundo este»). No debemos encerrarnos «por miedo» a lo que sea. Podemos invitar a todos los descreídos para que encuentren que en Jesús hay mucho más de lo que ellos buscan y de lo que, a menudo, exigen con desmedida pretensión.
Feliz día del Señor.

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