A una semana de las elecciones de autoridades locales todo parece estar dicho y la suerte, echada. La cultura de idolatría al dinero así lo determina.
Si de diagnósticos se trata, el de Sucre es bastante desalentador. Los años de clientelismo y corrupción con los que hemos vivido desde que hay elecciones populares están más vivos que nunca.
La realidad de un departamento pobre y condenado por quienes ven la política como un negocio se ha recrudecido elecciones tras elecciones.
Es un paisaje que no sorprende pero que no por eso debemos aceptar, más aún cuando son los primeros comicios después de la firma del Acuerdo de Paz. Y la paz también pasa por ser transparente, digno de confianza.
Pero como sabemos qué esperar de quienes comercian con su conciencia y con las conciencias de sus vasallos electorales, es decir, de aquellos que acceden por prebendas a sus caprichos corruptos, la lucha por la moralidad la debemos enfocar en los ciudadanos comunes.
Ninguno de esos pseudolíderes, muchos, incluso, detentando el poder en nuestro departamento, serían lo que son si existieran suficientes votantes dignos, dolientes de su propia pobreza (mental y material) y de la de los demás.
La ética no es negociable en ningún ámbito y en ningún momento. Es una cualidad de los radicales. Como diría Gabriel García Márquez, debería acompañarnos «como el zumbido al moscardón»: siempre.
Y cuando esa ética sea fuerte, volveremos a ver debates de ideas, propuestas con argumentos y no ataques electoreros que atizan el fuego de fanatismos diabólicos, es decir, generadores de división.
Las carencias de nuestros pueblos están determinadas por la mentalidad criminal de muchos (no todos, para no generalizar) de quienes nos han gobernado. Pero también es cierto que en esos pueblos hay, como en todas partes, conciencias mágicas (y otras no tanto) que esperan y que hacen ver que se pueden esperar buenas acciones de quienes se venden desde la época preelectoral como empresarios que invierten un dinero, como si la política fuera un mero sofisma para llegar al poder, un trámite más.
Nuestro atraso, nuestras necesidades y nuestras injustas y tristes desigualdades, muchas de las cuales pueden catalogarse como el resultado de una «política criminal» o de una «criminal política», funcionan a veces como un espejo en el que nos vemos reflejados.
¿Cómo afrontar ese mal? Hay una frase de un santo, Felipe Neri, que parece darnos, aunque cruda y dura, la respuesta: «Las personas son a menudo carpinteros de sus propias cruces».
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