Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
VI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
Después de llamar a sus primeros seguidores, Jesús mostró con hechos que el amor de Dios es universal: tocó a un judío leproso, dio libertad a un ser humano paralizado, e invitó a un pecador a seguirlo. Luego, manifestó que ese amor cambia la relación de Dios con la humanidad: ahora hay una nueva alianza, que es de libertad, alegría y amistad, y por eso hay que abrirse al cambio. Eso significaba que la Ley de Moisés ya había cumplido su papel, y pasaba a ser parte de lo viejo. Lo esencial de esa Ley era el amor al prójimo, y en eso hay que centrarse ahora. Pero esto produjo el rechazo de la sinagoga, y por eso él constituyó un grupo de Doce, dando a entender que ahora había también un nuevo pueblo de Dios, que es universal, abierto a todos los pueblos. Eso atrajo mucha gente hacia él para oírlo, y él los acogió a todos (cf. Lc 5,12–6,19).
Lc 6,17.20-26.
Ahora Jesús declara abiertamente su programa. Es una propuesta de felicidad dirigida, en primer lugar, a sus discípulos, con la advertencia de que el otro programa es una engañosa propuesta de felicidad que termina en frustración. Y esto lo hace «en terreno llano», es decir, accesible a todos.
1. La propuesta de Jesús.
El reinado de Dios es de libre aceptación, y su reino está formado por personas que, además de libres, son felices. La primera bienaventuranza se formula en tiempo presente, lo que indica que ella es condición para las dos siguientes, formuladas en futuro, como promesas.
1.1. «Dichosos ustedes los pobres, porque tienen a Dios por rey».
Jesús no se refiere a una pobreza forzada, que nada tiene de dichosa, sino a la pobreza elegida, a «hacerse pobre» (cf. 2Co. 8,9), o sea, a la pobreza libre; es un modo de ser que consiste en hacerse solidario con los últimos de la escala social y cambiar la sociedad para que los incluya y no los deje por fuera. Siendo así, Jesús les garantiza a los suyos que Dios es su rey y ellos son su reino, garantía que les asegura la vida, la libertad y la felicidad.
1.2. «Dichosos ustedes los que ahora pasan hambre, porque ustedes serán saciados».
La solidaridad con los pobres no es romántica, a menudo es exigente, como exigente es la dura condición que ellos padecen; por eso, el empeño por llenar sus carencias impondrá sobriedad y autodisciplina, para que de ese modo los bienes con que Dios bendice alcancen para todos. Pues la sobriedad y la disciplina que brotan del amor superarán el temor que mueve a acaparar, y se producirán, como dones de Dios, la abundancia y la seguridad (cf. Lc 9,12-15).
1.3. «Dichosos ustedes los que ahora lloran, porque ustedes van a reír»
Las exigencias de la solidaridad con los pobres también exigen renuncia, para compartir su dolor y su tristeza. El llanto del que aquí se habla exterioriza un dolor que no se puede ocultar, como el de la pérdida de un ser querido; normalmente se expresa así el dolor de los oprimidos, dolor para el cual no hay consuelo, porque sus victimarios son insensibles e indiferentes. Pero el reino de Dios, donde se vive el mensaje de Jesús, excluye esa violencia.
Conclusión. «Alégrense y salten de gozo».
El odio de «los hombres» es señal de fidelidad a la causa del Hijo del Hombre. Ser excluidos por ellos, insultados y vetados, debe ser motivo de satisfacción, porque la gran recompensa de Dios es un hecho presente. Ese trato es sello de autenticidad; así trataron a los antiguos profetas.
2. La propuesta de «los hombres».
En oposición al reinado de Dios, está el reinado del dinero, del egoísmo y de la insensibilidad. La libertad que ofrece es aparente, porque hay una relación de apego mezclada con temor y con dudas. Lo fundamental es la valoración suprema de la riqueza, de la que se deriva todo lo demás.
2.1. «¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!».
Jesús profiere un lamento. Ver la riqueza como el máximo valor impide que el mensaje de Dios produzca fruto en el ser humano (cf. Lc 8,14), y hacer de ella «el consuelo» es lamentable, porque pone el apoyo de la propia vida en lo que la destruye (cf. Lc 16,14-31). No es que él pronuncie una maldición, sino que anuncia una desgracia, con el propósito de evitarla.
2.2. «¡Ay de ustedes los que ahora están repletos, porque van a pasar hambre!».
Acaparar cuando otros carecen de lo indispensable proporciona una falsa seguridad, que impide ver la ruina que viene (cf. Lc 12,13-21). Los que están repletos son «los ricos» que se descubren con las manos vacías en tanto que los «hambrientos» son colmados de bienes (cf. Lc 1,53), y este hecho revela que la riqueza es precaria, que la felicidad que ofrece es ilusoria.
2.3. «¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque van a lamentarse y a llorar!».
La indolencia frente al sufrimiento ajeno es censurable; mucho más lo es el disfrute a costa de la desgracia de los demás. Esa conducta inhumana es una insensatez, sobre todo en circunstancias como las actuales («ahora»), cuando se ha revelado el amor de Dios por todos, y en especial por los desvalidos. «Lamentarse y llorar» expresa el duelo por una pérdida irreparable.
Conclusión. «¡Ay… de ustedes!».
En tanto que los discípulos profetas son vilipendiados por «los hombres», los discípulos falsos profetas son elogiados por «todos los hombres». Es posible que los discípulos profetas alcancen la aprobación de algunos hombres, y que estos acepten su mensaje; en cambio, la aprobación de «todos los hombres» implica la infidelidad de los falsos profetas al mensaje de Jesús.
Las bienaventuranzas y los lamentos de Jesús, en este evangelio, se dirigen a sus discípulos. Esto permite suponer que Lucas escribió para una comunidad ya establecida, de cierta trayectoria, en la cual había discípulos que estaban abandonando la opción inicial y asimilando la mentalidad y las costumbres de la sociedad, con lo cual extraviaban a muchos, como hacían los falsos profetas.
Las bienaventuranzas aparecen aquí como unas declaraciones de dicha presente y futura, contra las apariencias. Los lamentos son advertencias en relación con una desdicha desapercibida, pero que, a pesar de sus apariencias, labra un futuro de desgracia.
En cualquier época las comunidades cristianas tienen necesidad de mirarse en ese espejo con el fin de determinar qué tan fieles son a Jesús, a su obra y a su mensaje. Y las asambleas de todos los domingos tienen el ineludible compromiso de rectificar continuamente su rumbo atendiendo a esta carta de navegación.
¡Feliz día del Señor!
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