Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,20-26):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
Jueves de la X semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El versículo 40, omitido por el leccionario, remite a una bárbara costumbre de guerra de aquella época: los vencidos en la guerra eran ejecutados por el vencedor. En esta «guerra» entre el Señor y Baal, los soldados («profetas») de Baal corren la suerte de los vencidos a manos del general en jefe (Elías) de las tropas del Señor. En lenguaje bélico, se dejó constancia de quién había vencido.
Desacreditado Baal, ahora puede volver a llover en Israel. Queda claro que no es Dios, y mucho menos señor de la lluvia. Ahora es Elías quien tiene el control. Ya el Señor cambió el corazón del pueblo. El rey ya no lo domina, y Jezabel no está presente en el escenario.
1Ry 18,41-46.
Para pedir la lluvia, habían hecho un ayuno. Elías envía al rey a su vida ordinaria («a comer y a beber»), porque la situación se normalizó, y ya viene la lluvia, como signo de bendición del Señor. Es posible que este «comer y beber» indique también un banquete posterior al sacrificio.
La respuesta del Señor con el «fuego» implica, de un lado, la aceptación de la oración de Elías y la acreditación del mismo ante el pueblo como su portavoz; de otro, un juicio condenatorio a la idolatría y la descalificación de Baal (y de todos los ídolos); y, finalmente, la cesación de la sequía y, por consiguiente, el advenimiento de las lluvias como signo de bendición y reconciliación.
Parten en direcciones opuestas: el rey, a su vida ordinaria; Elías, a la cúspide del monte Carmelo, donde quedó claro que el Señor es el único Dios de Israel. Elías sube al monte a orar de modo insistente («siete veces»), y con súplica («encorvado») hasta recibir respuesta de parte del Señor.
Dicen que las primeras lluvias de otoño pueden ser extremadamente fuertes y hasta dificultar la movilidad, por eso las reiteradas advertencias de Elías al rey. Ajab va en carro tirado por caballos (uno o dos), Elías corre de a pie (otra vez se nota desventaja de su parte), pero Dios se revela como respaldo de su profeta, y lo capacita para correr delante de Ajab hasta llegar primero a Yizreel (יִזְרְעֶאלׇה: «Dios siembra», por la gran fertilidad del valle), que era la segunda ciudad capital del reino del norte, situada a 27 km del monte Carmelo. Elías aparece movido a impulsos del viento (רוּהַ: viento o Espíritu) de Dios, superando la velocidad de la carroza de Ajab. El autor atribuye esto a la mano del Señor (cf. 2Ry 3,15), lo que sugiere una comunicación de fuerza vital, que era usual en relación con los profetas (cf. Ez 1,3; 3,22); y no es algo inverosímil, ya que los corredores árabes pueden cubrir distancias de hasta 160 km en un lapso de apenas dos días.
La hora del descrédito de los ídolos es, a la vez, la hora de la misericordia del Señor. Entre uno y otra está la oración insistente del profeta. No es oración de intercesión por el pueblo, porque Dios ya le demostró su favor, sino la «oración intensa del justo» (St 5,16) para que se realice el designio de Dios. En efecto, Dios no se limita a perdonar pecados, sino que abre un ilimitado horizonte de vida para que el ser humano se realice (sea feliz) y su convivencia social sea exitosa. El descrédito de los ídolos no significa autoafirmación prepotente del Señor, es liberación de hombres y pueblos para la vida y la convivencia en paz o felicidad.
A diferencia del triunfo de Elías, que significó la perdición de los adoradores de Baal, el triunfo del Mesías, resucitado de la muerte, no amenaza de muerte a nadie, sino que ofrece la posibilidad de la vida eterna a todos los que lo acepten por la fe. El descrédito de los ídolos solo afecta a los ídolos; a los que les rinden culto, en cambio, los libera del engaño y les ofrece la salvación para el presente y para el futuro, de manera definitiva. La proclamación del triunfo no equivale a una actitud triunfalista. Nada más ajeno al cristiano que la revancha y el desquite.
La buena noticia, al conducirnos al Dios verdadero, nos libera de la idolatría; y, al conducirnos a la eucaristía, nos permite la experiencia de salvación, vida nueva que nos configura con Jesús, el Hijo del Hombre, el hombre-Dios, para que vivamos y convivamos como hermanos.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.
Comentarios en Facebook