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II Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
La Palabra del día
Primera lectura
HERMANOS:
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.
Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
V/. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes. R/.
V/. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.
V/. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R/.
V/. Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío. R/.
Evangelio de hoy
EN aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice:
«Sígueme».
Se levantó y lo siguió.
Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían.
Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:
«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y les dijo:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he ven do a llamar a justos, sino a pecadores».
Palabra de Dios
La reflexión del padre Adalberto
II Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
El suceso de la epifanía se prolonga de hecho con las primeras manifestaciones de Jesús cuando da comienzo a su actividad pública. El relato de este domingo dice explícitamente que con este acontecimiento Jesús «manifestó su gloria». Este relato es uno de los tres que en la tradición de la Iglesia se celebran como «epifanía» del Señor. Toda manifestación deja algo al descubierto, es decir, revela algo para que sea conocido. Esta se presenta «como principio de las señales», tiene como destinatarios a «sus discípulos», y su objetivo es la adhesión de los mismos a Jesús.
Jn 2,1-11.
El relato se introduce con la indicación de unas circunstancias, prosigue con una iniciativa de la madre de Jesús, continúa con una imprevista intervención de Jesús, a la cual reacciona huraño el maestresala, y concluye declarando el hecho como señal reveladora que invita a la fe en Jesús.
- Introducción: circunstancias.
La indicación «al tercer día» supone una referencia anterior, tres días mencionado antes (cf. Jn 1,29.35.43), lo que fija la narración en el «sexto día» a partir del principio, pero llama la atención sobre este día también como «tercero». El sexto día es el de la creación del ser humano (cf. Gen 1,26-31) y «el tercer día» es el de la alianza (cf. Ex 19,11.15.16); pero también «el tercer día» hace alusión a la promesa de la resurrección (cf. Os 6,2). Así que el relato se sitúa en el horizonte de la creación, la alianza y la pascua.
Se trata de «una boda» –que era la forma preferida por los profetas para referirse a la alianza– en la cual estaba la madre de Jesús, y a la cual fueron invitados Jesús y sus discípulos. - Iniciativa de la madre de Jesús.
En la boda falta el «vino», que es causa de alegría (cf. Jc 9,13; Sal 104,15; Qo 10,19; Si 40,20), un signo de la amorosa bendición de Dios (cf. Dt 27,13) y metáfora del amor (cf. Ct 1,4; 2,4 hebreo; Si 40,20). Lo que falta, pues, es la alegría de amar. La boda o alianza no es alegre porque le falta el amor. Esto alude al hecho de que la religión judía se ha convertido en un conjunto de leyes y costumbres sin vida, sin capacidad de estimular ni entusiasmar a sus observantes.
Al presentarle su madre esa necesidad, Jesús le responde que eso no es incumbencia de él ni de ella, invitándola así a romper con el pasado para esperar su «hora», en la que él manifestará su «gloria» (cf. Jn 12,23) entregando su Espíritu (cf. Jn 19,30). Ante ese anuncio, su madre invita a los servidores a hacer cualquier cosa que él les diga, como prometió hacer el pueblo en la primera alianza (cf. Ex 19,8; 24,3.7). - Intervención de Jesús.
A estas alturas, se hace alusión a la antigua alianza, sin nombrarla. Se mencionan seis «tinajas de piedra» destinadas a «la purificación de los judíos», de enorme capacidad, pero vacías. El número de las tinajas, «seis», es una cifra que califica lo imperfecto, inacabado. Ofrecen una purificación que no se da. Jesús indica que las llenen de agua, y es preciso observar que no se trata de simple agua, sino del agua contenida en las tinajas supuestamente «destinadas a la «purificación».
El hecho de que las tinajas sean «de piedra» las pone en relación con las «losas de piedra» en las que estaban escritas las cláusulas de la antigua alianza (cf. Exo 31,18; 32,15-16; Dt 4,13; 5,22), y esto es lo que califica el agua contenida en ellas. Es agua para purificar, pero las tinajas vacías no ofrecen purificación alguna; el agua que Jesús ofrece –por fuera de las tinajas– significa que la «purificación» que Jesús brinda no es exterior (agua para lavar), sino interior (vino para beber) y que es independiente de la Ley. Este vino es bendición de Dios (vida), amor y alegría: el Espíritu Santo, que no se recibe por observar la Ley, sino por dar fe a Jesús.
Por fuera de esas tinajas, ya no es agua, es vino. Es decir, por fuera de la Ley de Moisés, Jesús le manifiesta al pueblo «la gloria que un hijo único recibe de su padre», y de su propia plenitud de amor y lealtad (cf. Jn 1,14) le transmite la capacidad de amar como él (cf. Jn 1,16; 13,34), a fin de que la alegría de los suyos sea completa (cf. Jn 15,11). - Reacción del maestresala.
El «maestresala» (ἀρχιτρίκλινος) es distinto de «los amigos del novio» (cf. Mc 2,19). Es el jefe del servicio de un banquete, o el presidente del mismo; en todo caso, es una figura institucional, sin carácter familiar. Representa a los «jefes» responsables de la primera alianza. El reproche que le hace al novio es, en el fondo, contra Jesús. No puede dejar de reconocer que la oferta de Jesús es superior, pero se muestra en desacuerdo porque «el vino de calidad» (el Espíritu Santo) se le ofrece a la gente después de que pensaban que habían bebido el mejor (la Ley). Según él, lo mejor debe ser lo anterior, así que, en nombre de la antigua alianza, rechaza la nueva. - Conclusión: repercusiones.
Las «señales» son signos de que Dios libera de la esclavitud y salva (da vida) a su pueblo. Esta es «el principio de las señales» de Jesús; vendrán otras más, semejantes a esta. Así manifiesta él «su gloria», es decir, el Espíritu que habita en él (cf. Jn 1,32-34), y por eso sus discípulos le dan fe a su persona, se fían de él.
La figura del maestresala se ve antipática y provoca rechazo. Sin embargo, muestra la dificultad de pasar de un estilo reglamentado de vida y de convivencia, con responsabilidades delimitadas al detalle, en el que todo está previsto, al estilo libre, alegre y espontáneo de relaciones humanas que se fundan en la experiencia del ilimitado amor de Dios, y que siempre quiere ir más lejos en el propósito de hacer el bien.
La nueva alianza no se encierra en «tinajas de piedra», sino que se guarda en corazones «de carne» (cf. Ez 36,26-27). Por eso, cuanto más se valoren las estructuras y las instituciones tanto menos se valoran las personas y sus aspiraciones. En las sociedades abundan maestresalas que quieren a toda costa mantener el viejo orden, como si ya se hubiera agotado el amor de Dios.
Jesús nos invita a entablar con Dios y entre nosotros relaciones basadas en ese amor universal, gratuito y fiel que nos hace experimentar el Espíritu Santo, amor que los discípulos cultivemos con esmero y pasión, sin regateos ni mezquindades, hasta el don de nosotros mismos, como él lo hizo históricamente y como nos invita a hacerlo en cada eucaristía que celebramos.
¡Feliz día del Señor!
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