Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-11):
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».
Palabra del Señor
Martes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Antes del fracaso del sistema opresor, hay un triple anuncio preventivo, para que «los hombres» puedan ponerse a salvo. Primero, se ofrece la oportunidad de salvación para toda la humanidad; después, se anuncia la ruina del imperio que ha corrompido a toda la humanidad; y, por último, se declaran las consecuencias de dicha corrupción: serán parecidas a las que asolaron a Sodoma y Gomorra y a las tropas de Gog (cf. Gn 19,24; Ez 38,22). De hecho, quienes ya optaron a favor de la bestia padecen la ruina definitiva: «no tienen respiro ni día ni noche» (cf. 14,11). Pero a los cristianos los llama a resistir en la fidelidad, y les hace ver que la muerte no es como la presenta el imperio (cf. Ap 14,12-13).
Ap 14,14-19.
Ahora se describe poéticamente el destino de los que siguen a Jesús y el de los que siguen a la bestia. Usa dos imágenes: en la primera, Dios, por medio de Jesús, salva a la humanidad como el hombre que recoge su cosecha de grano y la almacena en su granero. Y, en la segunda, por medio de su mensaje, Dios destruye el mal como el hombre que vendimia los racimos y pisotea las uvas en el lagar.
1. La siega.
La «figura humana» (ὅμοιον υἱὸν ἀνθρώπου: cf. Ap 1,13) «con una corona de oro en la cabeza» y «sentada encima de una nube blanca» representa a Jesús resucitado, que vive y reina («sentado») victorioso («blanco») y goza de la condición divina («nube»). Resalta su condición humana (υἱός ἀνθρώπου) para hacer ver que los suyos son los que realizan el ideal humano que él encarna y propone y, por eso, están a favor de todo lo humano.
La procedencia («salió del santuario») del otro mensajero divino («ángel»), y el mensaje que este profiere en alta voz, dirigido «al que estaba sentado en la nube», sugieren que ese hombre sentado en la nube ejecuta un designio divino y que dicho designio se ha hecho público de tal forma que todos pudieron oírlo y están notificados de su contenido. Dicho clamor es una invitación a que el hombre sentado en la nube realice una labor porque ya es el momento apropiado para hacerlo. Se trata de «la siega», porque «ha llegado la hora», dado que «la mies de la tierra bien madura». La imagen de la siega es recurso habitual para referirse al juicio a los paganos (cf. Joel 4,13), pero Jesús la refiere al momento de separar la cizaña del trigo, es decir, los partidarios del Malo y los ciudadanos del reino (cf. Mt 13,24-43). En este relato se acentúa la reivindicación de los justos por parte del hombre sentado en la nube.
Él porta en su mano «una hoz afilada», es decir, está listo para esa siega. El ángel que sale del santuario es el mensajero divino que indica que Dios es quien dirige la acción. Se ha cumplido el tiempo de la maduración de la humanidad que aceptó el mensaje de Jesús, y solo el Padre «sabe» (determina) que esa madurez llegó a su punto (cf. Mc 13,32), por eso él es quien ordena cosechar los buenos frutos. Jesús, como Hijo, ejecuta el designio salvador de su Padre.
2. La vendimia.
La imagen del lagar era un recurso común de los profetas para significar el exterminio de todos los enemigos del pueblo, pisoteados por Dios, cuando llegara «el día» de su ira o reprobación de la impiedad (cf. Gen 49,9-12; Jer 25,30; Is 63,1-6; Sof 1,15). En relación con «el vino de su ira», esta es una imagen, también antigua, que sugiere la condena a muerte por envenenamiento, o el narcótico (vino mezclado con mirra) suministrado al reo antes de la ejecución de dicha pena (cf. Jer 25,15ss; Sl 75,9; Ez 23,31-33; Hab 2,16).
Ahora aparecen dos ángeles: uno, «llevando también él una hoz afilada»; este salió del santuario; otro, «que tiene poder sobre el fuego» (cf. 14,10), o sea, el que trae el mensaje del juicio de Dios respecto de los que no están a favor de «la figura humana», es decir, los que se han opuesto al bien de la humanidad; este salió del altar, al pie del cual están vivos los que fueron asesinados por haber proclamado el mensaje de Dios y haber dado testimonio de Jesús (cf. Ap 6,9).
El ángel «que tiene el poder sobre el fuego», es decir, el que es competente para proferir sentencia condenatoria, es el portavoz de los mártires (procede «del altar»). Lo que condena a los afectados por su sentencia es el crimen cometido contra los proclamadores del mensaje de Dios y testigos de Jesús. Esto significa que los asesinos se acarrean la reprobación de Dios y, además, la ruina.
Él le da la orden a otro que tiene una hoz afilada, y este procede a la vendimia (cf. Jl 3,13) y echa las uvas en «el gran lagar del furor de Dios» (cf. 14,10). Antes había hablado del «vino del furor» (fornicación o idolatría) que «la gran Babilonia» les había dado a beber a todas las naciones (cf. 14,8), y había advertido que quien venerara la bestia y su estatua y recibiera su marca en la frente o en la mano bebería del vino del furor de Dios en la copa de su cólera. El exterminio «fuera de la ciudad» implica la exclusión del reino de Dios en razón de sus crímenes.
Esta imagen desarrolla lo que dice el profeta (Is 63,1-3) para referirse a la aniquilación de los que conculcan el derecho de los oprimidos. Y esto se extiende a toda la tierra, durante la historia de guerras de la humanidad. La extensión, «1.600 estadios» (4x4x1000) parece sugerir la extensión de la tierra («cuatro vientos»), y el múltiplo 1.000 la historia de los tiempos del Mesías. Por otro lado, la mención de los «caballos» sugiere la guerra. Es decir, en los tiempos posteriores a la vida, pasión, muerte y resurrección del Mesías, los regímenes injustos fracasarán del mismo modo.
El juicio del Mesías y de Dios se realiza en la historia. El Mesías es causa de vida o salvación para los que lo siguen; su mensaje es juicio de condenación para los que lo rechazan. Seguir a Jesús es aceptarlo como «el Hijo del Hombre», es decir, como el ser humano que, lleno del Espíritu de Dios y guiado por él, realiza en sí mismo el ideal humano por excelencia. Este ideal entraña la relación filial con Dios y fraternal con los hombres. Rechazar a Jesús consiste en cerrarse al amor de Dios y negar al hombre por el apego a otros valores (la marca de la bestia en la frente) y por cometer acciones criminales (marca de la bestia en la mano).
La comunión con Jesús es aceptación de su persona, compromiso con su obra y fidelidad a su mensaje. Esto es lo que nos da la confianza de ser «cosecha» suya.
Feliz martes.
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