Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor
Martes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Omitiendo las cartas para las iglesias de Esmirna (2ª), Pérgamo (3ª) y Tiatira (4ª), el leccionario propone ahora las cartas a las iglesias de Sardis (5ª) y Laodicea (7ª), omitiendo también la dirigida a la iglesia de Filadelfia (6ª). Sardis fue capital del reino de Lidia, pero vino a menos a causa de un terremoto (17 d.C.) que destruyó casi todos sus edificios. Laodicea quedaba cerca de Colosas, y estas comunidades eran muy afines (cf. Col 4,16). destinadas
El esquema de las cartas es siempre el mismo:
1. Autopresentación de Jesús.
2. Valoración de la comunidad.
3. Exhortación particular
4. Exhortación general
5. Promesa de Jesús.
Ap 3,1-6.14-22.
Excepción hecha de la iglesia de Esmirna, todas son particularmente exhortadas a la enmienda de vida. Esto es indicio de que en tiempos de persecución las comunidades tienen que asegurarse de estar a tono con su vocación.
1. A la iglesia de Sardis.
1.1. Autopresentación de Jesús. Se presenta como quien tiene la plenitud del Espíritu (cf. Ap 1,4) y quien garantiza con fuerza («su mano derecha», cf. Ap 1,16) la suerte definitiva de las iglesias. «Las siete estrellas significan los ángeles de las siete iglesias», o sea, a las iglesias mismas en cuanto mensajeras divinas. También la iglesia de Sardis está es mensajera de Dios.
1.2. Valoración de la comunidad. Pero la iglesia está como la ciudad: «nominalmente vives, pero estás muerto», es decir, la iglesia actúa, pero no transmite vida (el Espíritu). La misión no consiste en la mera actividad, es preciso que, por su amor, comunique el Espíritu Santo, amor de Dios, e infunda en los otros la vida nueva que ha recibido y experimentado.
1.3. Exhortación particular. La exhorta a espabilarse y parar el proceso de aniquilación haciendo lo posible por consolidar el resto fiel, que agoniza en su interior, dado que sus obras no son las que Dios aprueba. La exhorta también a hacer memoria del mensaje que aún retiene y a hacerle caso, porque –si no se enmienda– no estará vigilante y preparada para la llegada del Señor (que es la hora de la persecución), inesperada como la de un ladrón.
1.4. Exhortación general. Hay un resto fiel, que «no ha manchado su ropa», es decir, que llevan una vida íntegra), ellos recibirán su recompensa como miembros del cortejo vencedor de Jesús y serán revestidos de triunfo («vestido blanco»). La imagen del vestido se usa para significar la realidad profunda de la persona (cf. Ap 3,18; 4,4; 6,11; 7,9.13-14; 22,14).
1.5. Promesa de Jesús. El vencedor, declarado como tal («se vestirá de blanco»), será censado en el registro de los vivos de la ciudad celeste (cf. Ap 13,8; 17,8; 20,12.15; 21,27), signo de pertenecer a la ciudadanía celeste, y reconocido por Jesús como uno de los suyos ante su Padre y los ángeles de su Padre (cf. Mc 8,38). Este mensaje es para todas las iglesias, no solo para la de Sardis, y lo transmite Jesús por el Espíritu a través de sus profetas, los «siervos» del Mesías.
2. A la iglesia de Laodicea.
2.1. Autopresentación de Jesús. Se presenta como «el Amén, testigo fiel y veraz, principio de la creación de Dios». Los primeros («Amén, testigo fiel y veraz») son títulos antes dados a Dios por el judaísmo, y en el Nuevo Testamento aplicados a Jesús (cf. 2Cor 1,19-20; Jn 18,37; 1Tim 6,13); el último («principio de la creación de Dios») es de pura tradición cristiana y predicado de Jesús en perspectiva universal: primogénito de la (nueva) humanidad (cf. Col 1,15).
2.2. Valoración de la comunidad. Sin faltas graves que señalarle, pero también sin poder atribuirle acciones notables, la comunidad es «tibia», intrascendente, mediocre. Amparada en su inercia, se siente tranquila. La intrascendencia de su vivencia comunitaria obliga a la conjetura de que sería preferible que fuera totalmente indiferente, ya que esa mediocridad, en la que aparenta ser lo que no es, la vuelve particularmente repulsiva («voy a escupirte de mi boca»): tal vez se refiere a que se ha adaptado a la prosperidad de la que se ufana la ciudad. En efecto, presume de seguridades basadas en la riqueza («soy rico»), en la prosperidad («tengo reservas») y en la abundancia («nada me falta»), cuando su realidad es justamente la opuesta: infelicidad y miseria, pobreza y ceguera, y vergonzosa desnudez.
2.3. Exhortación particular. La exhorta a comprar «oro acendrado a fuego», es decir, adquirir un gran valor, alcanzado en la prueba de la persecución: esa sí sería una verdadera riqueza; vestido blanco (victoria sobre el mal) para cubrir su vergüenza, y colirio para ver (visión despierta); son alusiones a la industria de joyería en oro, al negocio vestiduras de lana y a la escuela de medicina que había en Laodicea. Esa exhortación a la enmienda es muestra de su amor por la comunidad («a los que yo amo los reprendo y los corrijo»).
2.4. Exhortación general.Jesús se propone, nunca se impone. La aceptación libre demuestra la calidad del amor que él ofrece y del amor que él espera. Si tiene que tocar a la puerta, es porque no lo esperan, porque en esta comunidad, tan embelesada en su prosperidad, su venida no es deseada con esperanza, pero él insiste en ofrecer su vida compartida («cenaremos juntos»).
2.5. Promesa de Jesús. Quien colabore con Jesús en la obra del Padre heredará con él la gloria de Dios que él heredó («trono»), es decir, la realeza eterna («linaje real»: cf. Ap 1,6; 5,10). Llama la atención el hecho de sentarse todos en el mismo trono, lo que significa participar de la misma realeza divina. Este es también mensaje del Espíritu para todas las Iglesias.
En definitiva, el principal enemigo que tienen las comunidades no es el exterior, el perseguidor, sino sus propias mediocridades. La fidelidad al Señor derrota el poder mortífero de los enemigos perseguidores, pero la falta de un compromiso serio con el Señor, con su obra y con su mensaje se traduce en fracaso y perdición.
La actitud «defensiva» de las iglesias las distrae y es inútil. Si Jesús recomendó no preparar la propia defensa en caso de persecución, sino dejar lugar al Espíritu Santo y privilegiar la denuncia profética, hay que entender por qué. Primero, porque defenderse legitima el juicio inicuo de los perseguidores, lo cual redundaría en la legitimación del sistema mismo que se siente con derecho a perseguir; y, además, porque esa preocupación por la propia defensa desvía la atención de lo que está realmente en cuestión, la causa del reino, para centrarse en conservar la propia integridad (física o moral), lo cual podría arrastrarnos a claudicar. Así es como quien quiere salvar su vida termina perdiéndola. En la eucaristía Jesús nos enseña a entregarla como servicio para dar vida. Cuando cenamos con él, expresamos que aceptamos esa entrega y la convertimos en norma de conducta para nuestra convivencia con los demás.
Feliz martes.
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