Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-11):
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: «Cédele el puesto a éste.» Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba.» Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor
Sábado de la XXX semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Después de agradecerle a Dios por el apoyo que ha recibido de los filipenses tanto en la obra de la evangelización como en su defensa personal, y de manifestarles a estos lo que pide por ellos en su oración, los informa acerca de su actual situación.
La prisión que él padece ha favorecido la causa de la evangelización; todos se han dado cuenta de que él no es un criminal, sino un prisionero por sus convicciones de fe, y eso ha alentado a los demás cristianos a ser testigos valientes. No obstante, también tiene opositores que ven su reclusión como un impedimento para que él difunda su mensaje de radical libertad cristiana, y quieren aprovechar para inculcar sus propias ideas, pensando que así añaden tribulaciones a las cadenas de Pablo (Flp 1,12-17). Hay algo paradójico en todo esto: el apóstol ha sido privado del uso de la libertad, pero la difusión del mensaje no se ha visto impedida, porque, encarcelado en una prisión romana, allí ha encontrado un inesperado campo para su apostolado y su testimonio.
Flp 1,18b-26.
Desde la cárcel manifiesta su parecer respecto de la conducta de quienes se sienten contentos a causa de su detención, con la cual se le impide dar testimonio de Jesús y anunciar su evangelio.
Pablo reacciona con indiferencia ante el antagonismo individualista. La oposición y la enemistad contra él personalmente lo tienen sin cuidado. Él declara alegrarse y seguir alegrándose con tal que el Mesías sea anunciado. En tanto que Jesús sea anunciado como «el Mesías» crucificado y resucitado, se generará la incógnita en torno dos interrogantes: por qué murió y, sobre todo, por qué resucitó. Las respuestas a esos dos interrogantes llevarán a la verdad sobre Jesús.
Pablo es consciente de que Jesús no es una idea, sino una persona, y que todo el que entre en verdadera relación con él terminará siendo transformado por él, porque es impensable manipular a Jesús. Sabe que sus antagonistas carecen de escrúpulos, pero él no se amarga por eso.
Por otro lado, él confía tranquilamente, porque está convencido de que, con la ayuda del Señor y las oraciones de los filipenses, saldrá bien librado en el juicio, incluso si este le es humanamente desfavorable, ya que en él se manifestará públicamente la grandeza del Mesías, que le da fuerzas para enfrentar la persecución y la muerte, y que lo librará de la muerte misma, pues lleva en sí la vida del Mesías resucitado (el Espíritu). Al afirmar «sé que todo será para mi bien» (lit.: «sé que esto me conducirá a la salvación»: cf. Job 13,16) parece referirse a que, si resultara condenado o absuelto en el juicio, en cualquiera de las dos alternativas Dios estará de su parte, sin importar lo que aleguen sus contradictores.
De cualquier modo, él sale ganando. A la vista y a conocimiento de todo el mundo, está seguro de no quedar avergonzado; su seguridad es total. No sabe si saldrá vivo o muerto de la prisión, pero esa incertidumbre lo conduce a reflexionar sobre la vida cristiana. En su pensamiento, vida y muerte físicas están siempre asociadas al misterio del Mesías. El cuerpo sacrificado del cristiano (cf. 1Tes 4,2-4; 5,23) pertenece al Mesías (cf. 1Co 6,12-20); por tanto, está asociado tanto a los sufrimientos y a la muerte del Mesías como a la gloria de su resurrección.
Por eso es libre para amar sin temores. Puede escoger entre dos formas de vivir el amor: servir en este mundo a sus hermanos en la fe, o morir para vivir definitivamente con el Mesías (que es lo que él prefiere). Experimenta un «deseo» ardiente (ἐπιθυμία) de estar unido al Mesías («con él» 1Tes 4,17; 5,10; 2Tes 2,1; Rom 14,8) enseguida de la muerte, aunque no precisa cómo concibe esa unión. Es el mismo deseo que expresa en otro lugar (cf. 2Cro 5,6-9). Así que descarta temporalmente el destino «preferible» que le alcanzaría una condena a muerte (de la cual hablará más adelante: cf. Fil 2,17). No quiere abandonar a aquellos que tienen necesidad de él. Sabe lo útil que es todavía para los filipenses, por eso presiente que va a permanecer con ellos para bien de su fe, para que sientan la satisfacción de haber creído en el Señor cuando él esté físicamente de nuevo con ellos. En la hipótesis de una primera cautividad en Éfeso, su expectativa se habría visto realizada (cf. Hch 20,1-6). Todo lo que le ocurra redundará en bien de todos. El motivo profundo de orgullo («gloria») de los filipenses es su comunión con el Mesías, la cual se reavivará también por su regreso a Filipos («por causa mía»). Más adelante (cf. Fil 2,16), será la vida de la comunidad la constituya el orgullo («gloria») de Pablo.
El apóstol Pablo, por el don del Espíritu que ha recibido gracias a su fe en el Señor, siente que él es «señor», dueño de su vida. Ni la privación de la libertad, ni las críticas, ni las perspectivas de muerte le impiden ejercer ese señorío. Las cadenas no lo han limitado ni acobardado; preso, conserva su libertad de testimoniar el mensaje. Sus antagonistas no logran amargar su existencia; le interesa la causa del Mesías, no su propio renombre. Su suerte no depende de que los romanos lo dejen libre o lo condenen a muerte; sabe que su vida es indestructible, y su destino glorioso. Pablo no hace un drama de la oposición que encuentra, al contrario, se alegra porque ve, pese a todo, que hay oportunidades para la buena noticia del Mesías.
Se requiere una fe clara para no confundir el rechazo de uno personalmente, como evangelizador, con el rechazo de Jesús. Habrá diferencias de estilo o de forma, mas no de fondo, y eso no es realmente importante. Pero, incluso si fueran diferencias de fondo, es preciso tener presente que Jesús no es una idea, es una persona; que la evangelización no es un adoctrinamiento, es infusión del Espíritu Santo; que la fe no es una ideología, es adhesión personal a Jesús. Las propuestas para halagar oídos humanos fracasan por sí solas. La palabra del Señor permanece por siempre.
Esa palabra, hecha pan en la eucaristía, da vida, comunica el Espíritu. Las palabras elocuentes impresionan y agradan, pero no alimentan la vida. Ese es el criterio del cual no se escapa ningún predicador. Por eso el cristiano no debe preocuparse por ideas ni por antagonismos personales, sino por ser testigo del Señor. Lo que aparta de Dios no son las ideas, sino las conductas.
Feliz sábado en compañía de María, madre del Señor.
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