Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
«Los dos hijos de Zebedeo» se reflejan ahora en «el hijo de Timeo», que aclama como «Hijo de David» a Jesús. La repetición del término «hijo» muestra la importancia que tiene en este pasaje. En las lenguas hebrea (בֵּן) y aramea (בַּר) este vocablo se usa en un modismo que expresa relación entre dos realidades: puede ser filiación (fulano, hijo de zutano), destino («hijo de la perdición»), complicidad («hijo de la rebeldía»), estado («hijo de la luz»), pertenencia («hijo de hombre»), y la que figura en este texto: «discípulo», «seguidor», o «sucesor».
Estamos en el último tramo del «camino» antes de llegar a Jerusalén, la capital de Judea, sede del poder religioso y político en la sociedad judía, en donde Jesús entregará su vida.
Mc 10,46-52.
La sola mención de Jericó suscita una expectativa que no se cumple. En efecto, Jesús llega y sale de ese poblado sin que nada ocurra. Se habría esperado una «toma» al estilo de la atribuida Josué. El relato consta de una densa introducción, la iniciativa del ciego, la iniciativa de Jesús, el diálogo entre Jesús y el ciego, y una breve conclusión.
1. Introducción.
Tras el paso por Jericó, que no tuvo relevancia alguna, se hace notar que Jesús va acompañado por «sus discípulos y una considerable multitud de gente»; todo expresa movimiento. De pronto, aparece una figura detenida: «el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna». «El hijo de Timeo» y «Bartimeo» significan lo mismo. Lo segundo traduce lo primero. «Timeo» es nombre propio griego, no arameo, derivado de un adjetivo (τιμαῖος) que significa «apreciado», «honorable». La innecesaria duplicación sugiere que el sentido que interesa destacar en el de «hijo» en sentido semita (בַּר) y Timeo en sentido griego; es decir, «el hijo del Apreciado», entendiendo «hijo» como «discípulo», o «seguidor».
La ceguera de Bartimeo, que no es congénita, lo sitúa «junto al camino», no en él, como aquellos en los que se sembró el mensaje, pero no produjo fruto porque Satanás se los arrebató. De ahí que esté «sentado», detenido, mientras todo su entorno se mueve, porque no sigue a Jesús. Pero lo más lamentable de su situación es su dependencia: vive «pidiendo limosna», no es autónomo.
2. Iniciativa del ciego.
El ciego se entera de que pasa «Jesús Nazareno», como lo había llamado el poseído de la sinagoga (cf. Mc 1,24), lo que delata la fuente de su informe, y grita –como el poseído– llamándolo «hijo de David». Aquí se aclara el nombre de Bartimeo. En tanto que Jesús era el despreciado (cf. Mc 6,4), David es el «apreciado»: Bartimeo es seguidor del Mesías davídico, y le atribuye a Jesús esa condición. Su grito le pide a Jesús que lo ayude a salir de su situación, sin percatarse de que esta se debe al hecho de ver a Jesús a través del ideal nacionalista y guerrero de su pueblo. Su ceguera proviene de la doctrina sobre el Mesías inculcada por los letrados en las sinagogas.
Aparece un nuevo grupo, formado por «muchos» que lo increpan para que no se dirija a Jesús en esos términos. Pero él insiste en gritar, no hace caso de la conminación, y ahora suprime el nombre propio de Jesús e insiste en la función que le atribuye: «hijo de David».
3. Iniciativa de Jesús.
Jesús detiene su marcha. Él, que iba por el camino subiendo a Jerusalén por delante de los suyos ante el desconcierto de unos y el temor de los otros (cf. Mc 10,32), decide esperar por el ciego que estaba estancado, sin poder recorrer su camino. Él se mostró dispuesto a recorrer el camino incluso solo, por fidelidad al Padre; pero detiene su marcha por fidelidad al hombre necesitado. Los «muchos» que están junto a él son los encargados de llamarlo, ya que tanto la multitud como el ciego están distantes de él. Esos «muchos, que proceden de fuera de Israel (cf. Mc 2,15), son los que lo animan a confiar («¡ánimo!»), lo apremian a abandonar su estancamiento («¡levántate!») y lo estimulan a que se le acerque («¡te llama!»).
La reacción del ciego es expresiva. Tirar a un lado el «manto» equivale a despojarse de sí mismo (el manto es símbolo de la persona); esto es señal de que las palabras de aliento tuvieron efecto en él y se decidió a cumplir las condiciones del seguimiento. Ponerse en pie de un salto indica la prontitud con la que acepta la invitación a levantarse de su postración y dependencia. Acercarse a Jesús, en vez de que Jesús se acercara a él, no solo suprime la distancia que mediaba entre ellos, sino que sugiere su adhesión a la persona de Jesús y la aceptación de su destino.
4. Diálogo.
Jesús continúa con la iniciativa. Su pregunta se parece a la que les hizo a los dos hijos de Zebedeo (cf. Mc 10,36), lo que crea una relación implícita entre ellos, los ambiciosos de poder, y el ciego. Aunque sigue «ciego», ya no relaciona a Jesús con David, ahora lo llama «Señor mío», como era costumbre llamar a Dios, lo que implica el reconocimiento de que Jesús es el Hombre-Dios. Lo que pide es concreto: «que yo recobre la vista». Él no siempre fue ciego. Lo había cegado la idea del Mesías guerrero al estilo de David, y ahora le pide a Jesús que lo devuelva a la realidad.
Jesús no lo toca. Simplemente le declara que, por confiar en él, por el hecho de haberse levantado de su postración, y por haber aceptado su llamado, ha mostrado la fe que necesitaba para quedar libre de su dependencia («vete») y para que lo regenerara la nueva vida («tu fe te ha salvado»).
5. Conclusión.
La fe le devolvió la visión correcta de la realidad de Jesús, y él decidió espontáneamente seguirlo por el camino. Jesús lo dejó libre («vete»); él optó por aceptar el camino de Jesús hacia la cruz.
Es notable que el ciego haya buscado a Jesús, que su búsqueda estuviera viciada por una ilusoria información respecto de él, que fuera preciso que los cercanos a Jesús le transmitieran el llamado de este, y lo estimularan a salirse de sus esquemas mentales alienantes y a acercarse al verdadero Jesús. Pero también fue indispensable que él aceptara las condiciones del seguimiento y mostrara su disposición de estar con Jesús y reconocerlo como Señor, es decir, liberador y salvador, pero sin relación alguna con la violencia atribuida al guerrero rey David.
El ciego se identifica con los dos hijos de Zebedeo y con los Doce, en general. Y este espíritu es el mismo que anima a tantos discípulos que imaginan a Jesús como uno de los reyes de la tierra. Las comunidades cristianas han de asumir la misión de educar discípulos que acepten como su Señor al Mesías entregado hasta la muerte, y afianzar ese espíritu cada domingo, cuando se reúne la asamblea que celebra al Señor resucitado.
¡Feliz día del Señor!
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