Sábado de la XXVI semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El segundo discurso de Dios a Job abunda en la descripción de dos animales: בְהֵמוֹת y לִוְיָתָן, que son dos maneras de presentar de modo hiperbólico el hipopótamo y el cocodrilo, que simbolizan las fuerzas del caos, como poderes sobrehumanos y hostiles al hombre y al orden del cosmos, encarnaciones poéticas de las fuerzas del mal. Aunque el ser humano sea incapaz de dominar las fuerzas del mal, pero Dios sí puede; Job es incapaz de salvarse a sí mismo de esas bestias, pero Dios no solo puede, sino que quiere salvarlo de las fuerzas de caos, simbolizadas por ellos.
El capítulo 42 es breve. Su contenido se puede subdividir en tres partes:
1. Segunda respuesta de Job al Señor, y el epílogo, que es doble:
2. Valoración que el Señor hace de la apologética de los tres amigos,
3. Rehabilitación de Job.
Job 42,1-2.5-6.12-16.
El comentario se refiere a too el capítulo, incluidos los versículos omitidos por el leccionario.
1. Retractación de Job.
La definitiva respuesta de Job a Dios consiste en que Job, por un lado, reconoce el poder creador y la insondable sabiduría de Dios, y, por el otro, declara que él solo conocía a Dios «de oídas», mientras que ahora lo conoce por experiencia personal («mis ojos te han visto»). En razón de lo anterior, se manifiesta arrepentido y se retracta de lo que había dicho. Él había pretendido ocupar el puesto de Dios y arreglar el mundo, ahora comprende que le faltan el saber y el poder para hacerlo. Los discursos (la palabra) de Dios lo han conducido a descubrir y reconocer sus límites: su falta de conocimiento y su falta de capacidad. Job ha «visto» a Dios, lo cual no deja dudas de su rectitud, de su inocencia. Este encuentro personal con Dios va más allá de la sabiduría basada en las tradiciones, las enseñanzas o las leyes, y lleva a una nueva concepción de Dios. Esto deja la impresión de que el alegato de Job no ha sido impertinente para Dios. Se diría que Dios quiso esa discusión para esclarecer la luz de su rostro en medio de los hombres.
2. Epílogo.
• En el cielo. El Señor desaprueba lo que respecto de él han dicho Elifaz y sus dos amigos y le da la razón a Job. Esto implica la desaprobación del discurso a la vez desatinado y arrogante de los tres amigos, los cuales han querido imponer su concepto de Dios. Dios quiere que el hombre sufriente se dirija a él con honradez y sinceridad, sin edulcorar su dolor, con valentía, sin sentirse obligado a admitir trivialidades piadosas. No le disgusta a Dios el tono muchas veces apasionado de Job. Más parece molestarle el tono insensible e incapaz de hacer conexión con el que sufre, tono distante y displicente, empleado por los amigos de Job. Y, para que conste, ellos han de ofrecer un holocausto de reconciliación, y Job ha de ser su intercesor. De ser ellos acusadores (satanes) de Job en nombre del Señor, ahora pasan a ser defendidos por Job delante del Señor. Y el Señor hace caso de la intercesión de Job. Es notable la cuádruple declaración de Job como «siervo» del Señor (cf. 42,8) que corresponde a las del principio (cf. 1,8; 2,3).
• En la tierra. Tras la intercesión de Job por sus amigos (y en relación con ella), el Señor cambia por completo su suerte, de modo que su situación resulta mejor que la anterior a su desgracia. Job vuelve a tener una familia, ante la cual queda del todo reivindicado, y viene ahora a ofrecerle consuelo y a traerle regalos. Pero la bendición del Señor es superior: multiplica sus ganados, recupera sus diez hijos, entre los cuales destacan sus hijas por su belleza sin par, y vive por largos años (140=7x2x10), después de haber conocido a sus nietos y biznietos. Esta bendición recuerda los versos del salmo (cf. Sl 90,15-17) en los que se pide a Dios que compense los aciagos días de aflicción de sus siervos. Es decir, más allá de lo fantástico, el libro quiere enseñar que el Señor no es indiferente al sufrimiento humano y que su gloria se manifiesta cambiando la desdicha en felicidad: «el hombre pacífico tiene un porvenir» (Sl 37,37; cf. Job 8,7). Dios sí retribuye, pero él no actúa ceñido a unas doctrinas formuladas por hombres como cauces obligados, sino con su libertad de amar y su capacidad de acompañar al ser humano hasta su plena maduración.
Resulta aleccionador el mensaje de este libro que, aunque no resuelve el enigma del dolor y del sufrimiento del ser humano, y particularmente del justo, sí despeja la pregunta respecto de la relación de Dios con el que sufre. En primer lugar, Dios no calla a Job, no se niega a dialogar con el que se queja de su sufrimiento; en el fondo, las quejas de Job eran necesarias para que quedara clara la postura de Dios al respecto. En segundo lugar, Dios no respalda las respuestas «de libro», académicas, que pretenden limitarlo en cuadrículas lógicas, en principios doctrinales, o en férreas exigencias legales: verdades frías, vacías de compasión y de amor. Eso reclama una decidida reprobación de su parte. En tercer lugar, Dios quiere que el ser humano que sufre lo trate como Job, con honradez y sinceridad, expresando libremente lo que siente, empeñado con afán en la búsqueda de la verdad, sin dejarse convencer por medias verdades o por banalidades de apariencia piadosa.
Ese es el Dios que dialoga con todos los sufrientes en la cruz de Jesús. Allí, en el abandono de Jesús, encuentran repuesta el justo y el injusto, el bandido desesperado y el bandido esperanzado. Y ese es el Dios que, a través de la comunión con Jesús, quiere hacernos llevadero el dolor que nos inflige el Satán que crucificó a Jesús, es el Dios Padre que quiere ofrecernos la esperanza de la superación definitiva de ese dolor. Comulgar con el Señor crucificado y resucitado es conocer a Dios más que de oídas, es conocerlo por experiencia.
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.
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