La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Martes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Macabeos (6,18-31):

En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración.
Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: «iEnviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.»
Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar.
Él, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: «Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.»
Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 3,2-3.4-5.6-7

R/.
 El Señor me sostiene

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.» R/.

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo. R/.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Martes de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El autor del llamado «segundo libro» asegura, en su prefacio, que su tarea no fue nada fácil (cf. 2,26), y en el epílogo deja a juicio del lector si su composición fue bien lograda, o si fue mediocre, asegurando que eso fue todo lo que pudo hacer (cf. 15,38). Valora la historia desde la perspectiva de una teología particular, según la cual todos los acontecimientos son efectos de la voluntad divina. Se destaca la fe judía en la creación y la organización del mundo. Por otro lado, desarrolla la escatología de Daniel sobre la resurrección, pero –en el caso que hoy nos ocupa– parece que Eleazar se acoge a la convicción de los saduceos. Pronuncia también un juicio favorable a la intercesión para expiar los pecados de los muertos y de los justos que fueron martirizados en favor de los que están en la tierra.
La historia de Eleazar se encuentra desarrollada posteriormente (3Mac 6,1ss; 4Mac 5–7). El relato hace referencia a las prohibiciones de alimentos «impuros» (cf. Lev 11,7-8; Deu 14,8), pero su objetivo es afirmar la fidelidad y evitar el escándalo que puede ocasionar siquiera la simulación de complacencia con el régimen idólatra opresor.
 
2Mac 6,18-31.
El ejemplo de Eleazar (אֶלְעָזַר: «Dios ha socorrido»), presentado como un «anciano», relaciona el personaje con el martirio de los «maestros del pueblo», cuya desgracia habría de servir para purificar y acendrar al pueblo mientras se cumplía el plazo del opresor (cf. Dan 11,32-35).Y, aunque en este relato no se explicita la fe en la resurrección, no se puede descartar que esta esté en la mente del autor, porque dicha resurrección es una promesa para «los maestros» (cf. Dan 12,1-3). Eleazar es descrito como «uno de los principales letrados», pero es mucho mejor presentado como ser humano: digno de semblante en su ancianidad, cortés, noble, honrado, ilustre e intachable desde su infancia. Es un ser humano cabal. Y así se narra su «pasión», en alusión al martirio de los «doctores del pueblo». Su figura, de anciano respetable, su avanzada edad, noventa años, y su dedicación al estudio de la Ley para guiar a otros, lo muestran como encarnación de la tradición. Eleazar habla con su forma de ser y con sus palabras. Su porte y su dignidad concuerdan con sus palabras; antes y después de la prueba, se muestra fiel de obra y de palabra.
Primero, pretenden forzarlo a quebrantar las prohibiciones alimentarias de la Ley («le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo»), a lo que él responde mostrando que su apego a la vida está subordinado a su fidelidad a dicha Ley («prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia») y recordando que la palabra del Señor da vida (cf. Sal 119). Al escupir la carne de cerdo –manifestación de rechazo y desprecio– da a entender que la fuente de la verdadera vida no es la carne del culto idolátrico, sino la fidelidad al Señor. Y se muestra dispuesto a morir antes que transigir quebrantando sus certezas («avanzó voluntariamente al suplicio»). Es indudable que su figura es escogida, tanto por el narrador como por los actores de los hechos, por su carácter emblemático. Y. Eleazar muestra que no se equivocaban
Luego, intentan persuadirlo con palabras complaciente amistad, y sugiriéndole que fingiera la idolatría, aunque permaneciendo de hecho fiel a la Ley («le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenada por el rey»), es decir, actuar como farsante o hipócrita, y prometiendo el favor del poderoso al cual ellos mismos se han sometido. El autor utiliza aquí un término –φιλανθρωπία, traducido por «consideración», o «benevolencia» o «humanidad»– que solo les aplica los paganos o a los judíos helenizados. Indica así la mentalidad que anima su oferta. Eleazar reacciona declarándose listo a afrontar la muerte antes que darles un mal ejemplo a los jóvenes. Declara que escapar de la ira de ellos no le interesa tanto como tener la aprobación de Dios. Y los declara asesinos diciéndoles: «Envíenme al sepulcro».
El narrador destaca la dignidad con la que Eleazar le hace frente a la muerte por ser fiel a sí mismo, a su edad, a su condición de «anciano» en la sociedad judía, a su educación familiar, y, en particular, a «la Ley santa dada por Dios» (v. 23), y prefiere que le den muerte («envíenme al sepulcro»: ᾄδης, región de los muertos) antes que engañar a las generaciones jóvenes, haciéndose así responsable de su carácter de ejemplo para dichas generaciones. Aunque él no exprese la fe en la resurrección, se refiere a los «castigos» que se padecen incluso muerto, advirtiendo así que sí hay justicia –aunque no explique cómo– y que la muerte no exime de dar cuentas de las propias acciones y sus consecuencias. Piensa, quizás, en Dan 12,2: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua». Así como lo hizo con su vida, también con su muerte quiere Eleazar enseñar y dejarles a los jóvenes un noble ejemplo. Por eso, con dignidad y libertad, «se dirigió enseguida al suplicio». Esto es desafiante para el poderoso, que solo sabe matar e infundir miedo.
Por fin, ante su inquebrantable determinación, sus verdugos se quitan la máscara de amistad y muestran su ferocidad asesina. Se dan por ofendidos con las palabras de Eleazar, quien es ejecutado a garrotazos, muerte cruel y destinada a servir de advertencia a los demás judíos. Pero antes de morir, a modo de testamento, afirma su aceptación voluntaria de la muerte por fidelidad al Señor: «aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación… en mi alma los sufro con gusto por respeto a él». Su vida, definitivamente, permanece como testimonio no solo para los jóvenes –como él quería– sino para la nación entera.
 
Es indudable que el relato de esta muerte tiene la finalidad de infundir coraje y firmeza a los israelitas en tiempos de persecución. Y la historia posterior muestra que lo logra. También estos relatos edificaron y estimularon a muchas generaciones de cristianos, que se inspiraron en ellos para ofrecer resistencia a los poderes enemigos de su fe.
No obstante, hoy hay cristianos que siguen siendo objeto de atropellos parecidos tanto en la arbitrariedad como en la crueldad. Muchos hermanos nuestros son señalados, cazados como animales de presa y ejecutados de forma ignominiosa («con el debido cumplimiento de los requisitos de ley»). A los autores de semejante atrocidad nos les alcanzarán las lágrimas para llorar su vergüenza. La historia los juzgará. Nosotros podemos solidarizarnos con las víctimas apoyándolas, buscando la misma coherencia de fe, declarando con valor y sin arrogancia esa misma fe, y orando por los perseguidos y sus familias.
La celebración de la eucaristía nos ayude a ser más solidarios con los perseguidos a causa de la fe al abrazarnos a Jesucristo, «el testigo fiel», y al empeñarnos en realizar en nuestras vidas la entrega del Señor.
Feliz martes.

Comentarios en Facebook

Deja una respuesta

Ingresa tu comentario
Por favor, ingrese su nombre aquí