Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,15-24):
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!»
Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó un criado a avisar a los convidados: «Venid, que ya está preparado.» Pero ellos se excusaron uno tras otro. El primero le dijo: «He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor.» Otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor.» Otro dijo: «Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir.» El criado volvió a contárselo al amo. Entonces el dueño de casa, indignado, le dijo al criado: «Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos.» El criado dijo: «Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio.» Entonces el amo le dijo: «Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa.» Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete.»
Palabra del Señor
Martes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Después de declarar la caducidad de la Ley y su sustitución por el Espíritu, ahora pasa a explicar cómo se rige la conducta moral del cristiano, cómo se puede llevar una vida con ética y sin ley. La vida moral del cristiano no está en relación con un código, sino con una persona, Jesús, a través del Espíritu, que es vínculo de amor. Por él uno experimenta que Dios lo ama, y por él mismo uno es capaz de amar como se siente amado por Dios. Cada circunstancia tiene exigencias diferentes de amor, y a ellas puede responder el cristiano en comunión con el Espíritu, empeñándose a fondo en manifestar el amor del Padre.
Como es tradición en la Escritura, particularmente entre los profetas, el apóstol relaciona el culto con la ética. Hay un culto «auténtico», propio del cristiano, que concibe el sacrificio no como una supresión de la vida (ajena o propia), sino como una consagración de la misma en una entrega semejante a la de Jesús, por la vida de la humanidad. Hay una ética nueva, guiada por una nueva racionalidad, la de la mente transformada y capaz de discernir el «designio» de Dios en un mundo a veces adverso y siempre cambiante (cf. 12,1-2, omitido).
Rom 12,5-16a.
La convivencia entre los cristianos supera las rivalidades que hay en el mundo; nadie –ocupe la posición que sea– está facultado para sentirse superior a los demás, al contrario, cada uno ha de valorarse a sí mismo según su adhesión de fe y la capacidad de servicio que ha recibido de acuerdo con esa adhesión al Señor. Para ilustrar esto, Pablo recurre a una analogía en boga entre los filósofos de la época: comparar las relaciones entre los miembros de una sociedad o de un grupo con los vínculos de interdependencia que se dan entre los miembros del cuerpo humano, pero aquí es claro que el vínculo fundamental es el Mesías (cf. 12,4, omitido).
La comunión de vida y amor para disfrutar vida (el Espíritu) equivale a la que se da entre el cuerpo y sus miembros, que son una misma realidad. La unidad de cuerpo es compatible con la diversidad de miembros. Unidos al Mesías por medio del Espíritu, los muchos son un solo cuerpo, conservando cada uno su propia identidad, la cual es don de Dios y capacidad para darse, como lo es su amor.
El principio diferenciador, por el cual se afirma la identidad individual, procede de Dios. La diversidad, pues, es querida por él. Esos dones son dotes o capacidades de servicio fraterno para generar, a la vez, diversidad y unidad, individualidad y comunidad. El don que cada uno recibe ha de valorarse como don de Dios, ordenarse a la utilidad del cuerpo, y subordinarse al bien común. Ninguno es título de dominio, superioridad o privilegio. Enumera algunos:
• «Hablar inspirado», todo cristiano ha de hablar inspirado por el Espíritu para dirigirse al «mundo» (cf. 1Cor 14,31, pero aquí habla el apóstol de algo concreto, es decir, del «carisma» de profecía dentro de la comunidad, que ha de ejercerse en proporción a la fe del que habla, es decir, de su adhesión a la persona de Jesús, lo que debe ser discernido por los otros profetas de la comunidad (cf. 1Cor 14,29).
• «Servicio» (διακονία), se refiere a un servicio concreto –no a la condición de servidor que es propia de todo cristiano–, y que ha de ejercerse con dedicación. El servicio de Pablo es el anuncio de la buena noticia a los paganos, servicio que presta abiertamente, a la vista de todos (cf. 11,13), y que en algunas ocasiones puede encontrar incomprensiones entre los creyentes mismos, sobre todo los de origen judío (cf. 15,31).
• «Enseñanza» (διδασκαλία), no proponiendo una doctrina nueva, ya que en la comunidad cristiana el maestro por excelencia es Jesús, sino enseñando y explicando lo que él enseñó. A todas luces, no se trata de una enseñanza especulativa, sino lo que se refiere a la práctica del amor, como está testimoniado por las Escrituras y por los testigos del mensaje en medio de sus tribulaciones unidas a las del Mesías (cf. 15,1-4).
• «Exhortar» (παράκλησις), tarea propia de todo cristiano, pero aquí se refiere al que anima a la asamblea o estimula a la comunidad para que permanezca fiel en el camino del Señor. La exhortación es consuelo en la tribulación e impulso a la unidad y a la concordia fraterna para que la convivencia entre los cristianos se constituya en ánimo de vida, de tal modo que alaben a Dios con su alegría a pesar de las penalidades (cf. 15,5-6; 2Cor 7,7.13).
• «Contribuir» (μεταδίδωμι), expresión de la solidaridad de todo cristiano, aplicada aquí en concreto a la contribución de cada uno al sostenimiento de su comunidad. Esta contribución ha de hacerse con esplendidez. Sin embargo, comienza por el don de sí mismo a los demás, en el amor que comparte los dones del Espíritu para mutuo enriquecimiento (cf. 1,11-12).
• «Presidir» (προΐστημι), tarea específica de quien era designado al frente de la comunidad para cuidar el bien común y el de cada uno de los miembros de la misma. Esta presidencia ha de ejercerse con empeño, esmerándose en hacer lo mejor. Es un ministerio de la primera época de las comunidades, y –a juzgar por los hechos– era bastante exigente para quienes lo ejercían, así como era grande su importancia para la comunidad (cf. 1Tes 5,12-13).
• «Compartir» (ἐλεέω: hacer misericordia, ayudar), es expresión de solidaridad comunitaria, aquí se refiere al encargado de asistir a los más necesitados de la comunidad distribuyendo lo que entre todos aportaban para compartir. El modelo de esta misericordia es Dios, que da a manos llenas, libremente y más allá de los méritos del que recibe (cf. 9,15.18; 11,31-32). Esta tarea hay que realizarla con alegría, es decir, mostrando empatía y simpatía.
De ahí que cada uno ponga, ante todo, el mayor empeño en ser cristiano para poder actuar como cristiano. Primero «ser», luego «hacer». Las indicaciones concretas de conducta no son formulaciones de un «deber hacer», sino revelación de un «poder ser»: el amor, la fraternidad, la actividad, la fidelidad, la esperanza y la alegría, la solidaridad con los necesitados y el esmero en la acogida no son órdenes, son posibilidades disponibles para lograr el propio desarrollo.
El cristiano se emancipa de la Ley para alzar el vuelo por encima de la misma y alcanzar la estatura del Hijo de Dios. El miedo al castigo con el que amenaza la religión queda superado por la libertad para amar que infunde el Espíritu; la mediocridad del código de conducta, por el deseo de parecerse al Padre; la incertidumbre de salvarse, por la experiencia de salvación.
En la eucaristía damos nuestra aceptación («Amén») al Cuerpo de Cristo y a su propuesta de hacer lo mismo que él hizo, «en conmemoración» suya, conducidos por su Espíritu: todo un programa para la plena realización de la vida y de la convivencia.
Feliz martes.
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