La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,14-16):

Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me retraso; quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la asamblea de Dios vivo, columna y base de la verdad. Sin discusión, grande es el misterio que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 110,1-2.3-4.5-6

R/.
 Grandes son las obras del Señor

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R/.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente. R/.

Él da alimento, a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,31-35):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.» Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El autor tiene planes de hacerle una visita inminente al destinatario de su carta, pero esto que escribe tiene carácter de urgente, y –por si acaso se difiere la visita– es un anticipo necesario por cuanto lo que está en juego es la organización de las comunidades para hacerle frente al embate de los falsos maestros que descuidan la fe para sumergirse en especulaciones que no fomentan la unidad, sino que generan divisiones (cf. 1,3-4). Sus instrucciones versan sobre la Iglesia y sus miembros en relación con la persona de Jesús, al cual llama «misterio», secreto de Dios dado a conocer. Aquí se crea una incongruencia gramatical, porque «misterio» es un sustantivo neutro en griego (τό μυστήριον) y, al referirlo a Jesús, usa un pronombre relativo masculino (ὅς) en vez del neutro (ὅ). No es el único caso que se encuentra en las Escrituras en que la gramática es forzada para llamar la atención del lector y ponerlo a pensar, con esa anomalía, de forma que llegue a sus propias conclusiones sin más explicaciones.
 
1Tim 3,14-16.
El apóstol considera urgente tener clara la conducta que debe observarse en la «casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo». Primero la llama «casa de Dios» (οἶκος θεοῦ), utilizando para «casa» un término (οἶκος) que se refiere a toda la familia, con el concepto incluyente de familia que se tenía en la época, que incluía la servidumbre. Ese concepto incluía la fidelidad al «padre de familia», fidelidad que implicaba la lealtad absoluta y la disponibilidad permanente. Pero, enseguida, la llama «Iglesia del Dios vivo» (ἐκκλεςία θεοῦ ζῶντος), utilizando ahora el término «iglesia», que en la época denotaba una asamblea espontánea de hombres libres, y determina a Dios como «viviente» (ζῶντος), participio verbal que significa a la vez «vivo», es decir, dueño de la vida, y «vivificador», o sea, comunicador de vida (Padre). Así, obtiene un cuadro en el que los términos que utiliza se corrigen y complementan recíprocamente. El término «casa» connota la intimidad doméstica y la familiaridad; el término «iglesia» connota la libertad y la espontaneidad (de la fe). «Casa de Dios» e «Iglesia de Dios» se conjugan para denotar que el verdadero templo del Dios vivo y vivificador (el Padre) es la comunidad cristiana.
En estos términos urge simultáneamente la conducta digna de los hijos («casa»: familia) del Padre («Dios vivificador»), o sea, de los miembros del pueblo («asamblea»: Iglesia) del único Dios verdadero («Dios vivo», por oposición a los ídolos inertes). Esa asamblea («Iglesia») se presenta como «columna y base de la verdad», concebida esta «verdad» como la formulación de la experiencia cristiana, no como la experiencia misma, que seguramente supone, aunque no la explicita, dadas las prioridades establecidas a partir de la situación emergente creada por los falsos doctores. En cuanto «columna» (στῦλος), es el pedestal elevado en donde se exhibe dicha verdad; en cuanto «base» (ἐδραίωμα), es el firme cimiento en el que la misma se apoya, quizá sea esta «base» una alusión a la experiencia. Por lo general, cuando el término «columna» aparece en singular en el Antiguo Testamento, se refiere a la «columna de nube» que protegió el pueblo durante el éxodo (cf. Exo 13,22; 14,19; 33,9; Deu 31,15). El término «base» solo se encuentra en este texto. En el griego clásico connota solidez y estabilidad.
La urgencia de dicha conducta se explica por el «misterio» o secreto que esa familia venera, que es el misterio del Mesías. Aquí el autor hace una trasposición al afirmar que el «misterio de la piedad», es innegablemente grande. El término «piedad» (εὐσέβεια) equivale a «religión», y no es el apropiado para designar la experiencia cristiana. Quizá el autor intentaba hacer ver que lo que la religión pretende se cumple en lo que él va a proponer, o sea, el «misterio de la fe» que a los «auxiliares» se les encomienda guardar (3,9): innegablemente, el amor universal de Dios, manifestado en Jesús Mesías y anunciado a todas las naciones, es el «misterio de la fe», que es «grande» por cuanto sobrepasa las expectativas de la religión o «piedad»: La ansiada salvación está puesta al alcance de la humanidad, y de manera por demás gratuita.
Dicho «misterio», expuesto en tres binas de miembros correlativos, expresa las dimensiones histórica y meta-histórica de Jesús. Él es el «secreto» que permanece oculto a la religión, pero patente a la fe. El misterio no es una cosa, es una persona (paso del neutro al masculino).
1. Se manifestó (ἐφανερώθη) como ser humano (ἐν σαρκί) igual a nosotros, histórico como nosotros, mortal como nosotros. Este es el innegable y sorprendente «misterio de la fe».
Fue reivindicado (ἐδικαιώθη) por el Espíritu (ἐν πνεύματι) al resucitar de la muerte (que se supone ignominiosa: cf. 2,6). La acción del Espíritu devela el asombroso «misterio de la fe».
2. Se apareció a unos mensajeros (ὤφθη ἀγγέλοις) que dan testimonio de su plena condición de viviente después de la muerte. Sus anunciadores son verdaderos «ángeles» de Dios.
Fue anunciado a los paganos (ἐκηρύχθη ἐν ἔθνεσιν), de quienes en otro tiempo se pensó que estaban excluidos por Dios. Esta es la gran sorpresa: la universalidad del «misterio de la fe».
3. El «mundo» (aquí la humanidad pagana) le dio su adhesión de fe (ἐπιστεύθη ἐν κόσμῳ), en contra de los pronósticos. La respuesta de fe de los paganos le dio la razón («gloria») a Dios.
Dios (implícito en la voz pasiva) lo exaltó a la gloria (ἀνελήμφθη ἐν δόξῃ), haciéndolo por lo mismo heredero de la condición divina. La gloria de Dios es accesible a la condición humana.
 
El fundamento de la vida cristiana es el misterio de la persona de Jesús, no un código ético o legal. Él es «la verdad» que la Iglesia proclama («columna») y afirma («fundamento») con su vida. Lo que se realizó en el «misterio» de Jesús se ha de realizar en la vida del cristiano y en su convivencia eclesial. Ser testigo del Señor en su condición humana mortal, es proponer la fe a la humanidad entera, con amor preferencial a los excluidos y con la esperanza puesta en la gloria futura, «la resurrección de la carne».
Los anunciadores de este «misterio de la fe» que sobrepasa las expectativas del «misterio de la piedad» son verdaderamente enviados de Dios (ángeles»), es decir, portadores del mensaje divino para todas las naciones. Lograr la respuesta de la fe es prestarle a la humanidad el gran servicio de alcanzar la propia plenitud participando de la condición divina. Por eso se afirma que este misterio es «grande» (v. 16), porque –además de sobrepasar las expectativas de los hombres– conduce al ser humano a experimentar una grandeza inimaginable si no se hubiera revelado este «misterio de la piedad», en el que se esconde el «misterio de la fe».
Por eso la eucaristía, comunión de vida con el Mesías Jesús, es fuente y norma de vida para el cristiano. En ella sintetizamos nuestra adhesión al «misterio que veneramos».
Feliz miércoles.

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