La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Lunes de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (10,12-22):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita; con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy. Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan y vestido. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 147,12-13.14-15.19-20

R/.
 Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén; 
alaba a tu Dios, Sión: 
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, 
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/. 

Ha puesto paz en tus fronteras, 
te sacia con flor de harina. 
Él envía su mensaje a la tierra, 
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob, 
sus decretos y mandatos a Israel; 
con ninguna nación obró así, 
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,22-27):

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes. 
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?» 
Contestó: «Sí.» 
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» 
Contestó: «A los extraños.» 
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Lunes de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El capítulo 6 concluye con una catequesis para uso doméstico, con el fin de explicarles a los hijos la razón de ser del pueblo y de la alianza. El capítulo 7 hace como un avance de lo que Israel ha de poner en práctica para evitar la contaminación de la idolatría, so pena de perder la bendición que ha recibido. El capítulo 8 advierte contra otro peligro: que la prosperidad desvíe al pueblo y lo lleve a olvidarse del Señor o a cambiarlo por dioses falsos. El capítulo 9 se refiere a la conquista de la tierra y a las razones de la misma, señalando que los pueblos desposeídos son víctimas de su injusticia, y que Israel correrá la misma suerte si se hace idólatra; de hecho, ya ha cometido ese pecado y Moisés tuvo que interceder por él. En 10,1-11 se recuerda la reiteración que hizo el Señor de la alianza después del culto al becerro de oro, y que él mismo ordenó depositar en el arca las losas de la Ley, y que, por eso, se llama «arca de la alianza». Así llegamos al texto de hoy.
La exhortación que hoy se propone, típica del Deuteronomio, muestra el influjo de la enseñanza de los profetas. Enuncia las exigencias d la alianza recurriendo al bagaje convencional, pero le da una gran importancia al carácter personal, interior, de la misma, y no solo a su aspecto social. En particular, inculca el principal mandamiento con fuerza expresiva y con un nuevo enfoque. Esa es una particularidad de Israel, su relación de amor con el Señor.
 
Deu 10,12-22. 
Una vez más, abunda el autor sobre la prelación del primer mandamiento, que no solo es central, sino basilar. Y esta vez lo motiva poniendo a consideración del pueblo tres hechos: la elección amorosa del pueblo, la absoluta soberanía del Señor, y la liberación y salvación de la esclavitud.
Introduce la parénesis con un estilo retórico parecido al de Miqueas (6,6-8), poniendo al pueblo a reflexionar sobre las exigencias de la alianza con el Señor. La expresión «y ahora» conecta lo anterior con lo que sigue, es decir, lo que exige el Señor; cinco infinitivos («temer», «caminar», «amar», «servir» y «guardar»), en cuyo centro está «amar», y un solo objetivo («para que te vaya bien»). El amor al Señor exige el respeto («temer») y el seguimiento («caminar») y se expresa con la exclusividad de la relación («servir») y con la fidelidad a toda prueba («guardar»). Esa es la clave de la felicidad para el pueblo como tal, para que el éxodo se convierta en éxito permanente.
1. «Se enamoró el Señor».
Hay una realidad asombrosa en la base de esta experiencia: siendo el Señor dueño de los cielos, de la tierra y de todo lo que ella contiene, solo se enamoró de los «padres» (antepasados) de los israelitas y prolongó ese amor a sus descendientes, ahora convertidos en un pueblo entre todos los de la tierra y en el pueblo elegido por él. La expresión «cielos de los cielos» (como «Dios de los dioses» o «Señor de los señores») es superlativa y denota la excelencia del Señor. Por contraste con la pequeñez del pueblo, resulta asombroso que el excelso Señor se haya fijado en ese pueblo tan minúsculo (cf. Deu 7,7-8). En respuesta, el pueblo no solo ha de circuncidarse físicamente, como signo de pertenencia al Señor, sino «circuncidar su corazón», dándole carácter interior a la fidelidad que exige esa pertenencia, y no endurecer la cerviz (no ser «rebelde»).
2. «Dios de dioses».
En efecto, el Señor, Dios de los israelitas, está muy por encima de los que reciben ese nombre (אֱלֹהִים), ya que él «es» (יהוה: «Yo soy»: Exo 3,14), y los otros no son; el Señor (liberador) excede con creces a todos los que son designados como «señores» אֲדֹנֵים)) porque él libera sin someter. Se caracteriza con cinco atributos: «grande, fuerte, terrible, imparcial e insobornable», que vienen a ser las notas características de su santidad. Santidad y justicia son equivalentes; por ser santo, el Señor es justo y hace justicia a los excluidos. El «huérfano», la «viuda» y el «emigrante» son las (tres: totalidad homogénea) categorías de los desvalidos; por eso, el Señor se muestra solícito por su bienestar, y lo mismo ha de hacer su pueblo. En respuesta, el pueblo mostrará la santidad del Señor amando al emigrante, porque él también fue emigrante en Egipto, y el Señor lo amó.
3. «El Señor es tu Dios».
El pueblo mostrará ser propiedad del Señor con signos visibles: su respeto por él se verá en la observancia de la alianza, su servicio exclusivo a él, en el rechazo de la idolatría, su fidelidad a él, en el amor de respuesta, y su lealtad a él, en el hecho de jurar sólo por él. En aquella sociedad, en la que el juramento era garantía de honestidad, el israelita solo podía poner por testigo de su rectitud al Señor, defensor del pobre, no a los ídolos, que servían de pretexto para atropellar. El Señor es su único Dios; el culto festivo, o sea, la alabanza y la acción de gracias, solo se dirigirán al Señor, ya que él es «el Dios de los dioses», a quien este pueblo reconoce como fuente de todos sus bienes, comenzando por la liberación de la esclavitud por medio de «terribles hazañas» de las que el pueblo es testigo ocular. El pueblo puede constatar la diferencia que hay entre los setenta antepasados que llegaron a Egipto y la multiplicación de vida que ahora ha alcanzado, porque el Señor lo ha hecho «numeroso como las estrellas del cielo».
 
 La amorosa elección del pueblo por parte del Señor, la indiscutible soberanía del Señor, visible en su superioridad sobre los dioses y los guerreros de los pueblos, y la liberación y salvación que él ha dado como bendición a su pueblo son hechos que fundan la alianza y reclaman de Israel una respuesta adecuada. En la base y en el centro de esa alianza está el amor del Señor; por eso, en el centro y la base de la respuesta del pueblo estará la fidelidad a ese amor.
El fundamento de la relación del cristiano con su Dios no puede estar en una obligación –sea de carácter moral o legal–, sino en la experiencia de ese amor del Padre testimoniado y demostrado por Jesús, comunicado por el Espíritu Santo de forma incomparable, y manifestado en una vida nueva, que es fruto espontáneo de esa relación. No hay «obligación» alguna que pueda urgir de modo tan apremiante la fidelidad como lo hace la experiencia de ese amor infundido por obra y gracia del Espíritu Santo en el «corazón» del cristiano (cf. Rom 5,5; 8,1-17). Pasamos así de una ética del «deber hacer» a la ética del «poder ser», que abre un horizonte de ilimitada realización.
En la eucaristía celebramos el don de una fuerza de vida que nos capacita para superarnos, para poder ser hijos de Dios (cf. Jn 1,12). No es obligación, no es ley, es posibilidad abierta.
Feliz lunes.
 

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