Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-42):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»
Palabra del Señor
Lunes de la XI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Pablo tuvo en Tróade una visión que le pedía pasar a Europa a evangelizar (cf. Hch 16,8-11), de Tróade partió a Macedona sin pasar por Corinto (cf. Hch 20,1.5), y obtuvo un éxito tan notorio que le da gracias a Dios por ello. Presenta la evangelización como un culto de agradable aroma («incienso») que diferencia a los que la acogen de los que la rechazan («los que se salvan y los que se pierden»): los que se pierden huelen a muerte; los que se salvan, a vida.
Después de haber explicado la nueva relación (o «alianza») con Dios, propuesta por su Hijo Jesús y realizada en el Espíritu Santo y no en un código escrito, como la antigua alianza, y de exponer la misión del apóstol en función de esta nueva relación, Pablo presentó las características del apostolado en función del mensaje, que, ante todo, es un servicio de reconciliación con Dios y entre los seres humanos. El apóstol ha de ser honrado y humilde, decidido y lleno de fe, sin temor y con esperanza, y desentendido de las apariencias, porque es una creatura nueva que va al mundo con la misión de promover la creación de una nueva humanidad. Se considera y se presenta como un colaborador de Dios.
2Cor 6,1-10.
Al apóstol y a todos los destinatarios del mensaje les corresponde abrirse a la propuesta de Dios y secundar su obra. Pablo cita Is 49,8 y, apoyándose en ese texto, invita a los corintios para que aprovechen esta magnífica oportunidad. El «tiempo favorable», el «día de la salvación» es ese período inaugurado por la resurrección del Señor; en él está la oportunidad para la conversión de los judíos y los paganos. Ahora es ese tiempo.
Lo que acredita el servicio e impide el descrédito del mensaje es la conducta del apóstol (cf. 2Cor 8,21). En especial, su actitud de entrega a prueba de penalidades. La prueba de que el apóstol es servidor de Dios está en su capacidad de aguante por el anuncio del mensaje. Dios «capacita» al apóstol (cf. 2Cor 3,5) y este, con su desempeño, «acredita» el ministerio. Esto lo explica Pablo con un notable despliegue retórico. Primero hace uso de la enumeración de penalidades (vv. 4-6a) y de respuestas (vv. 6b-7a), luego, recurre a polaridades (vv. 7b-8a) y, finalmente, a paradojas (vv. 8b-10).
Enumera nueve penalidades (tres por tres) con las que se acredita a fuerza de aguante («luchas, infortunios, angustias, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer»). La enumeración de penalidades hecha en los vv. 4-5 recuerda otra más breve, más poética, pero menos precisa (cf. 2Cor 11,23-27). A estas penalidades responde con un procedimiento basado en calidades humanas («limpieza, saber, paciencia y amabilidad»), y en calidades cristianas («dones del Espíritu, amor sincero y mensaje de Dios»): siete en total (cuatro y tres).
Esas penalidades no suprimen la humanidad del apóstol. Contrapone los usos convencionales a tres actitudes del apóstol. Sea para atacar como para defenderse, solo se permite «las armas de la justicia», o «de la honestidad» (cf. Ef 6,13-17); se trata de ser coherente. La expresión «con las armas de la justicia a diestra y siniestra» indica que su coherencia radica en que jamás se pone en el mismo plano negativo del agresor, no responde a la bajeza con bajeza, sino con altura. Sabe transitar «entre la honra y la afrenta», porque no depende de la valoración de los demás, y su prioridad no reside en congraciarse con «los hombres» (cf. Gal 1,10). Y no le preocupan «la buena o la mala fama», ya que ni siquiera él mismo se juzga, el juicio se lo deja al Señor (cf. 1Cor 4,3-4). El apóstol no permite que ese descrédito lo toque, porque tiene claro que el juicio de Dios es de salvación y no de condenación, y prefiere atenerse al juicio que Dios emita sobre él en vez de afligirse con los injustos juicios humanos de condena.
Por último, se vale de seis paradojas, dando a entender con la cantidad el carácter incompleto de la lista, y –con las paradojas en sí– las dos diferentes ópticas: la de los causantes de las penalidades que padece el apóstol, y la del apóstol mismo. Ironiza contraponiendo la valoración que hace la sociedad injusta con la realidad que él vive. El perseguidor crea una falsa imagen del perseguido para justificar su persecución ante sus propios ojos y ante el resto del mundo. «Impostores que dicen la verdad»: El sistemático descrédito del apóstol delata la mentira que el perseguidor quiere tapar; por eso acusan de impostor al apóstol, pretendiendo descalificar el mensaje desacreditando al mensajero. «Desconocidos conocidos de sobra»: Pretender ignorar al apóstol, prohibir que se pronuncie su nombre o se publiquen sus ejecutorias es otro vano intento de desaparecerlo de la escena pública. «Moribundos que están bien vivos»: Sea que se trate de la «muerte civil» o incluso de la muerte física, el apóstol se siente en el cortejo triunfador del Mesías (cf. 2Cor 2,14), fuera del alcance de la muerte. «Penados nunca ajusticiados»: La condena que del apóstol hacen a cada rato sus enemigos nunca logra su cometido, porque su inocencia radica en su conducta, y esta se resiste a las calumnias y maledicencias. «Afligidos siempre alegres»: Se supone que la tribulación aflige al apóstol y lo arrastra a la depresión y a la desdicha, pero él conoce una dicha que supera la aflicción, y en su vida se manifiesta la alegría del resucitado. «Pobres que enriquecen a muchos». Tanto en su sentido material como en el espiritual, el apóstol ha optado por la pobreza siguiendo la invitación de Jesús, y esa pobreza ha generado la abundancia; y precisamente por ser pobre es libre y generoso, y esa libertad solidaria enriquece vidas. «Indigentes que todo lo poseen». Como excluido de la sociedad, el apóstol aparece como un marginado de sus «beneficios», cuando –en realidad– él se ha «salido» de ese «mundo» de vanidades y no le hacen falta, porque lo tiene todo en su comunidad. Y así podría continuar la lista de paradojas.
La misión apostólica exige la grandeza de alma que resplandece en Jesús. La mezquindad y las injusticias no se afrontan en el terreno en el que ellas se mueven, sino desde otro plano, para ser verdadera alternativa a esos deplorables flagelos que afligen a la humanidad. De hecho, el apóstol se acredita exhibiendo una superior capacidad de aguante frente a la incomprensión y a los malos tratos, sin que eso signifique renunciar a su dignidad de enviado de Dios; al contrario, se acredita como tal imitando la conducta de Jesús y mostrándose dispuesto a dar testimonio del mensaje incluso al precio de su honra y –llegado el caso– de su vida.
En la eucaristía encuentra el discípulo misionero la fuerza del Espíritu de Jesús, que a un mismo tiempo le hace experimentar la solidaridad de Jesús con él y la fidelidad de él a Jesús.
Feliz lunes.
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