Evangelio
Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
VII Domingo de Pascua. Ciclo C.
Ascensión del Señor.
La «ascensión» del Señor al cielo es otra forma de expresar que él, «que, por línea carnal, nació de la estirpe de David y, por línea del Espíritu Santificador, fue constituido Hijo de Dios en plena fuerza a partir de su resurrección de la muerte» (Rom 1,3s), finalmente muestra hasta dónde lleva Dios a los que siguen el mismo camino que su Hijo, «sentándolo a su derecha en el cielo» (cf. Ef 1,20), es decir, haciéndolo partícipe de su misma condición divina.
«Ascender» es una acción a menudo asociada a la traslación de abajo hacia arriba, pero «ascenso» se relaciona más a menudo con la adquisición de una categoría superior. La ascensión del Señor se entiende en esta última perspectiva, como el hecho de que Jesús asumió la condición humana y la elevó a la categoría divina.
Lc 24,46-53.
La ascensión del Señor, como su resurrección y Pentecostés, está relacionada con la misión. El mensaje de hoy se refiere a la formación de los discípulos para la misión por parte de Jesús, al «éxodo» al que Jesús los dirige como pionero, y a la primera reacción de ellos.
1. Formación para la misión.
Después de llamarlos para ser «pescadores de hombres vivos» (Lc 5,10), Jesús los fue formando en el seguimiento, que incluyó la prueba de la cruz (cf. Lc 18,31-34), y, con la fuerza del Espíritu Santo, los hizo testigos suyos como Señor resucitado y los envió a la misión (cf. Hch 1,8).
La formación para la misión consiste en lo siguiente:
Primero, en abrirles el entendimiento para comprender la Escritura. Las expectativas del pueblo, y también de los discípulos, no concordaban con la promesa de Dios (cf. Lc 24,19-24). Jesús les hace ver cuál es la diferencia explicándoles «lo que se refería a él en toda la Escritura» (Lc 24,27). Esto era lo que «tenía que cumplirse» (Lc 24,44), no lo que no se refiriera a él. Su vida, muerte y resurrección son la clave para entender la Escritura.
En segundo lugar, los envía a anunciar la buena noticia, tarea que tiene dos aspectos:
• Una labor preparatoria, semejante a la de Juan el Bautista, que es a la vez exigencia de enmienda y anuncio del perdón de los pecados. Juan exigía la enmienda como condición para el perdón de los pecados; los discípulos habrán de exigirla por sí misma, porque la injusticia (el «pecado») es impropia del ser humano; y, además, proclamarán la amnistía de Dios, el perdón incondicional.
• Un testimonio personal de él y de sus promesas («todo esto»), a todas las naciones de la tierra. Comenzando por Jerusalén, la capital de la nación judía, y que ahora queda igualada a las demás, el anuncio universal de la buena noticia concreta la promesa de hacerlos pescadores «de hombres vivos». Se trata de construir el reino de Dios, en donde la humanidad sacie su sed de vivir.
En tercer lugar, los enviará a la misión con la promesa del Padre, el Espíritu Santo, «la fuerza de lo alto». Esto implica que el don del Espíritu Santo, que infunde la vida divina («Espíritu»), y que introduce en la intimidad familiar con el Padre («Santo») cumple de sobra la promesa hecha a Abraham. En espera del Espíritu, han de quedarse en «la ciudad», hasta cuando lo reciban juntos.
2. La ascensión.
Inmediatamente antes de su ascensión, él los impulsó al éxodo: de Jerusalén a Betania. Los «sacó» (ἐξήγαγεν) de la institución judía para encaminarlos a su comunidad, la nueva tierra prometida, figurada por Betania («Casa del pobre»). Así quedan distinguidos dos ámbitos: «Jerusalén» (en el sentido religioso-político: Ἰερουσαλςήμ) –distinta de «la ciudad» (Ἱεροςόλυμα), carente de toda connotación religioso-política–, y Betania, que es la comunidad de los discípulos de Jesús. Solo es posible pertenecer a uno de estos dos ámbitos –no a ambos a la vez–, y el discípulo lo sabe. Desde ahora, los discípulos van a dar testimonio de la persona, la obra y el mensaje de Jesús a todas las naciones, empezando por Jerusalén (Ἰερουσαλςήμ), la institución religioso-política que rechazó a Jesús, lo condenó y ejecutó la condena a muerte colgándolo de un madero.
Se dan dos acciones simultáneas: la bendición y la ascensión. La bendición es comunicación de vida, el don de su Espíritu Santo, que va a ser detalladamente narrado en el acontecimiento de Pentecostés. La ascensión es presentada en forma activa y pasiva. Activamente, «él se separó de ellos»; esto sugiere una acción emprendida por Jesús. Pasivamente, «fue ascendido al cielo», que sugiere una acción de Dios. En esto se aprecia una diferencia con Elías, quien fue objeto pasivo de la acción de Dios (cf. 2Rey 2,9-11). Jesús asciende y es ascendido, lo cual muestra su completa identificación con el designio del Padre. En este relato, el evangelista Lucas presenta en un solo día los tres acontecimientos: resurrección, ascensión y don del Espíritu. En su segundo libro los separará para explicarlos en detalle.
3. Primera reacción de los discípulos.
Tres hechos llaman la atención al respecto en este final del Evangelio:
• La postración de los discípulos ante Jesús. Significa el reconocimiento de la categoría divina de Jesús, o su identificación con Dios, por parte de ellos y, por tanto, la aceptación de que Dios es tal como lo reveló Jesús. Esto implica también la admisión de que el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham se produjo según lo anunciado por Jesús y que, por tanto, la interpretación que él dio de la Escritura es completamente confiable.
• El retorno de los mismos a Jerusalén (Ἰερουσαλςήμ). En contraste con lo anterior, los discípulos vuelven a la institución que rechazó a Jesús, justamente el ámbito del que Jesús los había sacado, lo que deja entender que ellos no han medido el alcance de su adhesión a Jesús como Señor, que su apego a las tradiciones religiosas de su pueblo sobrevive, y que ellos no son conscientes de la ruptura que la fe en Jesús les exige con respecto de los valores culturales de su pueblo.
• La permanencia de los discípulos en el templo. En contraste con la afirmación de Jesús, según la cual los dirigentes de la institución religiosa representada por el templo lo habían «convertido en una cueva de bandidos», los discípulos no perciben la contradicción que significa su apego al templo, y por eso consideran que es válido pretender dar culto a Dios manteniéndose unidos al ideario y las prácticas de dicha institución.
La adhesión de fe a Jesús, el reconocimiento del mismo como Mesías de Dios e igual a Dios, la aceptación de él como auténtico revelador del Padre y ejecutor de la obra de Dios y, por tanto, del cumplimiento de las promesas, no son suficientes. Aún hace falta un largo trecho para que se dé la conversión completa a Jesús (cf. Lc 22,31-32).
Para nosotros es muy importante celebrar la ascensión del Señor con la trascendencia que tiene este misterio. Jesús, ascendido al cielo, a la diestra del Padre, está por encima de todos, es cierto. Pero este reconocimiento de su exaltación debe manifestarse en que nosotros hagamos el éxodo que él comenzó y abandonemos los valores del mundo que lo crucificó, incluidos sus valores religiosos, para adherirnos sólo a los valores de la buena noticia de Jesús.
Si nos conformamos sólo con «ir a misa» los domingos, pero durante la semana no hacemos ese éxodo y no rompemos con los valores del «mundo», haremos de la fe cristiana un fenómeno intrascendente. Si completamos el éxodo y, por la comunión eucarística, nos identificamos con él y encarnamos sus valores, haremos de la fe cristiana un hecho social relevante.
Feliz día del Señor.
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