6 de agosto.
La transfiguración del Señor. Ciclo B.
Al referir este hecho, los evangelistas no intentan narrar un «milagro», sino una teofanía. Este acontecimiento es una revelación. Su contexto es claro: los discípulos se resisten a aceptar que el Mesías padezca a manos de las autoridades judías, que sea ejecutado y que así sea como entre en su gloria (cf. Mt 16,21-29). Jesús le revela a sus tres más díscolos discípulos la verdad sobre el Mesías, verdad ratificada por el Padre y admitida por los personeros del Antiguo Testamento.
1. Primera lectura (Dn 7,9-10.13-14).
La historia humana se escenifica como un juicio en el tribunal de Dios, el cual es representado por un anciano nimbado de gloria («vestido blanco como nieve»), sentado en un trono móvil de «fuego» (símbolo del juicio). Dos elementos contrarios (agua y fuego), aquí conjugados («río de fuego»), y dos ámbitos opuestos (cielo y tierra) son el «marco» de esa historia. Los servidores del juez son incalculables en número. Los «acusados» son las «fieras» que son reinos terrestres (cf. Dn 7,17.23), de enorme crueldad. Su antagonista, una figura humana y los «santos del Altísimo».
La figura humana aparece nimbada de la gloria divina («nubes del cielo») y, por eso, a disposición del anciano (Dios). Él le otorga el dominio universal y eterno, un reinado que no tendrá fin.
2. Segunda lectura (2Pd 1,16-19).
La venida del Señor Jesús Mesías en toda su potencia no es un cuento fantástico, sino testimonio de los que presenciaron su grandeza. El Dios y Padre testimonió de viva voz el honor y la gloria de Jesús como hijo suyo. Ellos, los apóstoles, son testigos presenciales de ese acontecimiento, porque estaban con él cuando ocurrió. Esa revelación da autenticidad a las profecías relativas a Jesús, y a la esperanza de su venida con fuerza de vida y gloria divina. Dichas profecías iluminan el mundo tenebroso en el que peregrinan los discípulos.
3. Evangelio (Mc 9,2-10).
Marcos data este acontecimiento «a los seis días» de que Jesús les anunciara a la multitud y a sus discípulos que «algunos de los presentes» no morirían «sin haber visto llegar el reinado de Dios con fuerza», llegada a la cual se referirá después (cf. Mc 13,26). Sin embargo, narra los hechos a continuación, lo que muestra su estrecha relación. Esa llegada del «reinado de Dios con fuerza» se refiere a su propia resurrección. La «fuerza de Dios» es su capacidad de dar vida, incluso a los muertos (Mc 12,24). El relato consta de una breve introducción, la transfiguración de Jesús, la presencia de Elías con Moisés, la intervención del Padre y una breve conclusión. Los discípulos participan en todas las escenas como figuras de contraste.
1. Introducción.
Los «seis días» tienen una doble connotación: por un lado, se refieren a la creación del hombre (cf. Gn 1,27-31) y, por el otro, a los hechos relacionados con la condena, muerte y resurrección de Jesús (cf. 14,1: «dos días», condena; 2,20: «aquel día», muerte; 8,31: «tres días», resurrección). Con la resurrección de Jesús Dios crea el hombre nuevo. Jesús tomó «aparte» a los más díscolos de sus discípulos, los tres con sobrenombres: Pedro, Santiago y Juan, y los hizo subir a un monte «alto» (singular experiencia de Dios).
2. Transfiguración de Jesús.
La transfiguración de Jesús se expresa mediante la extrema y refulgente blancura de sus vestidos, más allá de lo terreno, que equivale a la manifestación de la gloria divina en su condición humana.
3. Presencia de Elías con Moisés.
Los discípulos compararon esa gloria de Jesús con las personas de Elías, el profeta celoso, que acompañaba a Moisés, el iniciador del nacionalismo excluyente. Ellos «conversaban» con Jesús (cf. Ex 34,35), es decir, recibían instrucciones suyas, pero no se dirigían a los discípulos, dando a entender que ellos aprendían de él, no Jesús de ellos. Él es la norma para ellos, no al revés.
La reacción de Pedro, de algún modo, interrumpió esa instrucción para proponer en nombre de todos perpetuar esa situación, pero igualando a los personajes y poniendo a Moisés en el centro, como el más destacado. Los discípulos sentían que el protagonismo de Jesús echaba por tierra sus expectativas mesiánicas, y esa posibilidad los aterraba.
4.Intervención del Padre.
La «nube» manifestó y ocultó la presencia divina (cf. Ex 16,10; 40,35), cubrió a Jesús, a Moisés y a Elías, y desde allí se dirigió a los discípulos descartando la propuesta de Pedro de perpetuar en la tierra («tres chozas») las figuras celestes. El pronombre «este» singulariza, y la alusión que hay a la escena del bautismo (cf. Mc 1,11) no deja duda de que se refiere a Jesús. La exhortación («escúchenlo a él») lo presentó como el único portavoz de Dios, señalamiento que se confirmó a continuación, cuando, al mirar alrededor, los discípulos vieron a Jesús solo con ellos.
5. Conclusión.
Dado que los discípulos no reaccionaron a la experiencia que Jesús les hizo vivir, él les prohibió divulgarla antes de su resurrección, para que no distorsionaran los hechos. Después de verificar su rechazo y muerte, y comprobar su resurrección de la muerte, podrán hacerlo.
El triunfalismo que se apodera de muchos círculos fanáticos y exaltados, de índole ideológica, política, o religiosa, a veces con tintes nacionalistas, puede afectar –y de hecho ha afectado– a los grupos cristianos. Unas veces sucede por iniciativa propia, debido a una errada percepción del mensaje de las Escrituras; otras veces se da como reacción defensiva al rechazo del que son objeto en algunos medios sociales, sobre todo donde son minorías. Pero también puede darse el caso de que, sin ser minoría, se produzca un rechazo «mediático», movido por intereses que no dan la cara, y también entonces los cristianos pueden sentirse tentados de fanatismo exaltado.
Jesús sigue siendo nuestro paradigma. El objetivo del cristiano no es el triunfo terreno, ni busca imponerse en modo alguno. El triunfo que busca el cristiano está más allá de la muerte, es decir, no excluye la muerte, por lo tanto, la muerte no es obstáculo para triunfar.
Cuando comulgamos con Jesús declaramos que padecer la muerte por cumplir la misión de dar vida a la humanidad no significa para nosotros fracaso alguno, sino el triunfo definitivo.
Feliz fiesta.
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