En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»
El pueblo respondió: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra fe sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará. R/.
La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-32):
Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres corno Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
XXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Jesús trató de explicar que la renovación de la convivencia social, para que podamos satisfacer el anhelo de una vida verdaderamente humana, siempre será fruto de un amor incondicional por parte del hombre como respuesta al amor incondicional del Padre, y jamás la consecuencia de un acto portentoso de parte de Dios, que nosotros contemplaríamos asombrados y pasivos. El amor manifestado por Jesús en su existencia histórica entregada («carne») aceptado, apropiado y asimilado por nosotros será el dinamismo transformador de la historia humana.
Pero este mensaje parece haber decepcionado a los que esperaban prodigios espectaculares.
Jn 6,60-69.
Al final del discurso del pan de vida, se evidencia una crisis entre los discípulos que nada tendría que envidiarles a las críticas y a las disputas que se suscitaron entre «los judíos». El mensaje que se proclama hoy se introduce con una multitudinaria manifestación de decepción a la que Jesús le hace frente con unas explicaciones que confluyen en el concepto de Dios. Cuando la deserción es también multitudinaria, Jesús se vuelve al círculo íntimo, los Doce, representantes de toda la comunidad cristiana, y señala que también en ella hay oposición a su mensaje de amor.
1. Introducción: decepción.
Los discípulos no habían aparecido hasta este momento. Aparece ahora una muchedumbre de ellos, y lo primero que manifiestan es una reacción de desencanto antes las palabras de Jesús. Lo dicho por él les suena «insoportable», algo a lo que no se le puede hacer caso. Esta es su reacción de crítica, paralela a la crítica de «los judíos» (cf. 6,41), que era un sofisma de distracción.
2. Explicaciones de Jesús.
Jesús toma nota de sus críticas y les ofrece unas explicaciones. La entrega de amor les parece un tropiezo («escándalo»), porque contradice sus aspiraciones de éxito terreno, pero esto delata que ellos no creen en el triunfo de la vida, y no se imaginan la resurrección («subir adonde estaba al principio»). En tanto que Jesús se mueve en el plano del Espíritu, ellos lo hacen en el plano de la carne. El hombre-carne, que nace de la carne mortal, es solo eso, carne; en cambio, el hombre-espíritu, el que nace del Espíritu, tiene vida indestructible (cf. Jn 3,6; 7,39). Las exigencias que él propone a su aceptación son «espíritu», es decir, fuerza de amor, y son «vida», o sea, vida eterna. El problema es que, si no le creen, esto carece de significado para ellos. Y Jesús desde siempre ha tenido claro quiénes creen y quiénes no, y quién lo va a entregar (cf. Jn 2,24-25).
3. El concepto de Dios.
La resistencia a darle fe se basaba en el falso concepto que ellos sostenían de Dios. Ellos tenían ideas respecto de Dios, no experiencia de él. Jesús, en cambio, «de lo personalmente que ha visto y ha oído, de eso da testimonio, pero su testimonio nadie lo acepta» (Jn 3,32). Por eso repite lo que les ha venido diciendo: que nadie puede darle fe a él si el Padre no le propicia ese encuentro. Es decir, solo quien concibe a Dios como Padre se puede sentir atraído por Jesús. No es cuestión de saber, sino de «conocimiento», de haber intuido y percibido ese amor de entrega. Primero se tiene que dar la experiencia, después vendrá su formulación verbal.
4. Reacción de los Doce.
Los prejuicios siguen prevaleciendo en esa muchedumbre de discípulos que se resisten a creerle a Jesús basados en la teología que les han enseñado los escribas. Su deserción es masiva.
Jesús no está dispuesto a abaratar las exigencias del amor del Padre, y se muestra preparado hasta para quedarse solo; por eso se vuelve a los Doce para dejarlos en libertad de marcharse, si eso es lo que desean. Ante la deserción masiva de los otros, y la firme actitud de Jesús, «Simón Pedro» le asegura que, sin él, el grupo estará perdido, que solo él plantea exigencias que comunican «vida eterna», es decir, vida en plenitud. Así que le renueva «firmemente» la adhesión del grupo, que lo reconoce como «el consagrado por Dios» (cf. Jn 6,27). Pero el hecho de que el evangelista se refiera a él con el nombre y el sobrenombre («Simón Pedro») indica que algo no anda bien. Y en efecto, Jesús se refiere a los Doce como un grupo elegido por él, pero en el cual hay un enemigo («diablo»), es decir, un falsificador de la verdad, un aliado de «la tiniebla» (cf. Jn 13,30).
5. Conclusión: el enemigo.
Jesús «se refería a Judas de Simón Iscariote». El nombre «Simón» vincula a dos discípulos, Simón Pedro y Judas de Simón Iscariote. «Simón» es un nombre hebreo derivado del verbo «escuchar». Se refiere a dos «escuchas» de Jesús. Y «Judas de Simón Iscariote» alude a esa parte del pueblo judío que escuchó a Jesús pero que terminó haciéndole caso a la cultura popular (Iscariote quiere decir «el hombre de la aldea»), y por eso traicionó a Jesús.
El evangelio insiste mucho en el poder que ejerce sobre la gente el decir de la otra gente, sobre todo la enseñanza de los letrados. Las ideas recibidas sin espíritu crítico y nunca sometidas a un riguroso análisis a partir de la experiencia comprobable se convierten en «creencias», que no son lo mismo que la «fe». Precisamente, en este evangelio vemos que las creencias recibidas respecto de Dios, de la vida y de la muerte impiden que muchos discípulos lleguen a ser personas de fe.
Para lograr verdaderos hombres de fe, las comunidades cristianas necesitan esforzarse por lograr que los discípulos de Jesús escuchen y disciernan por sí mismos, que desarrollen espíritu crítico y comprueben por su propia experiencia que solo el amor vivido y propuesto por Jesús satisface las expectativas de vida y convivencia de todo ser humano, y garantiza la supervivencia definitiva de cada uno y de la humanidad entera.
Los domingos nos reunimos en asamblea festiva para celebrar la victoria y la vigencia del amor que Jesús manifestó. Cuando falta fe, el domingo se reduce a folclor o a odiosa imposición que insulta la libertad. Recuperemos el sentido del domingo por la fe en el triunfo de Jesús.
¡Feliz día del Señor!
Adalberto Sierra Severiche, Pbro.
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page
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