25 de enero.
La conversión del apóstol San Pablo.
Es frecuente confundir «enmienda» (griego μετάνοια) y «conversión» (griego ἐπιστροφή), pero se trata de dos realidades diferentes:
• La «enmienda» (μετάνοια) es ética.
• La «conversión» (ἐπιστροφή) es teológica.
• La enmienda se refiere al ser humano: es exigencia de rectitud en relación con el semejante.
• La conversión se refiere a Dios: es exigencia de abandonar las falsas representaciones de él.
• La enmienda corrige una vida injusta en relación con el prójimo.
• La conversión abandona los ídolos (falsas representaciones de Dios) para abrazar al verdadero.
Pablo, desde el punto de vista de la justicia –según la ley– era irreprochable; pero tenía un falso concepto de Dios en el que se apoyaba para excluir y atropellar personas.
Esto nos lleva a dos consideraciones más:
• La conversión exige e incluye la enmienda.
• La enmienda puede darse sin conversión.
Introducción a las dos alternativas para la primera lectura.
La conversión de Pablo se narra tres veces en el libro de los Hechos (9,1-19; 22,3-21; 26,9-23). De esta forma se señala que Pablo va tomando conciencia cada vez más clara lo que aconteció en el camino de Damasco. Y esto significa que la conversión tiene dos momentos:
• Uno puntual: la ruptura inicial y el abandono del ídolo (de los ídolos) o de la falsa representación (o de las falsas representaciones) que la persona tiene de Dios.
• Uno procesual: la comprensión cada vez más clara del misterio de Dios y de las exigencias y de las repercusiones que implica la relación personal con él.
1. Primera lectura (Hch 22,3-16).
En este segundo relato (primera alternativa) se declaró judío, y narró su conversión (en 9,1-19 la refirió el narrador). Cada vez va tomando mayor conciencia de la universalidad del amor de Dios. Pero aún no toma nota de la advertencia de Jesús de no hacer «defensa» de sí mismo, sino dejar que hable el Espíritu Santo a través suyo (cf. Lc 12,11; 21,14). Saulo hizo una «defensa» de sí mismo y reveló que, justamente en el templo de Jerusalén, el Señor lo apremió a salir de Jerusalén, porque allí el testimonio no iba a encontrar eco, y dirigirse a los paganos. Ahora tiene conciencia de que Ananías le habló de su misión como una actividad «ante todos los hombres» (cf. vv. 14-15). Pablo adujo que su testimonio como perseguidor convertido –e incluso como uno de los que aprobaron la muerte de Esteban– podría ser eficaz, pero el Señor insistió en enviarlo a la misión universal («…lejos, a naciones paganas»).
1. Primera lectura (Hch 9,1-22)
El primer relato (segunda alternativa) presenta la conversión de Saulo vista desde afuera, desde la perspectiva del narrador (Lucas). La motivación inicial de Saulo es el odio intransigente a los cristianos de lengua griega, los seguidores del «camino» (de Jesús), por eso los persigue inclusive en el exterior (Damasco, Siria). Pero, cerca de su destino, la revelación del Señor lo sorprendió («una luz celeste lo envolvió de claridad»), y él se desmoronó interiormente («cayó a tierra»). No podía creer lo que veía, ni admitir lo que eso significaba. El Jesús crucificado como malhechor y maldito de Dios ahora le habla desde el cielo, y resulta que los sumos sacerdotes se equivocaron, o mejor, cometieron injusticia cuando lo crucificaron. Y el crucificado se identifica con todos los perseguidos por Saulo. La voz que lo interpela lo llama «Saúl», recordándole que, así como el rey Saúl persiguió sin éxito a David, ahora Saulo persigue al que cumple las promesas hechas por Dios a David. Sus compañeros oyen a Pablo, pero no a su interlocutor. Saulo está cegado por su obstinación a aceptar la revelación. Ananías fue enviado para vencer esa resistencia y para que Saulo se dirija a los paganos después de reobrar la vista y llenarse del Espíritu Santo. Saulo dio su asentimiento, se liberó de su ceguera, se bautizó, comió y recuperó fuerzas.
2. Evangelio (Mc 16,15-18).
El envío misionero universal se da después de un reproche por la renuencia de los discípulos a dar fe a los mensajeros de la resurrección. La insistencia se pone en la fe (equivalente evangélico de la conversión):
• La fe personal, profesada públicamente en el compromiso bautismal, causa la salvación (vida) del creyente.
• La renuencia a creer causa la condenación (privación de la vida).
La fe (que es la conversión) se manifiesta con estas «señales» (signos del éxodo) en todo creyente:
• Expulsión de demonios (erradicación de la violencia por fanatismo religioso) apoyándose en la persona (el «nombre») de Jesús.
• Hablar en lenguas nuevas (no «extrañas», ni recién inventadas): apertura universal de la buena noticia a todos los pueblos.
• Coger serpientes en las manos: lidiar con éxito los oráculos de los falsos profetas, sin ceder a la ponzoña de su engaño.
• Beber sin daño algún veneno: convivir en cualquier ambiente espiritual sin dejarse influenciar por sus perversidades.
• Aplicar las manos a los «postrados» para que se pongan buenos: trabajar por la eficaz liberación de los hombres oprimidos.
No hay conversión verdadera sin profunda repercusión social.
La confusión de enmienda con conversión no es una cuestión meramente académica. Es algo más profundo.
Hay muchas personas de vida éticamente admirable, que pueden considerarse ejemplares como ciudadanos, pero no por eso son creyentes, y mucho menos «conversos».
Hay muchas personas religiosas, como Pablo, de ánimo excluyente, celosas de sus tradiciones, e incluso fanáticas. Pero no se puede suponer que, por eso, su conducta legal sea justa, y mucho menos que se hayan convertido al Dios de Jesucristo.
Y hay creyentes que se dejan encontrar por Dios en Jesús, lo aceptan como él se revela, y lo manifiestan con las «señales» anotadas arriba. Esos son los conversos, como Pablo.
Que la eucaristía nos ayude a romper con los ídolos y a identificarnos cada día más con Jesús en su entrega de amor liberador.
Feliz fiesta.
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