Lectura del santo evangelio según san Juan (15,18-21):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».
Palabra del Señor
Sábado de la V semana de Pascua.
Cuando, a pesar de lo inequívoco del mensaje de Jesús, los discípulos admiten elementos ajenos al mismo, se genera un sincretismo que, aunque aparentemente se muestre exitoso, a la larga se revela perjudicial para la misión. La carta remitida por «los apóstoles» (el Espíritu Santo») y los «responsables» (la Ley) abrió las puertas al sincretismo, y eso alentó el acento judeo-cristiano que Pablo quería imprimirle a la misión.
La vida de la comunidad cristiana no se desenvuelve en una atmósfera idílica. Al amor que se vive en su interior se opone siempre el odio del «mundo» exterior, al cual ella se propone como alternativa. Eso se lo cobra el «mundo» como se lo cobró al Señor. No siempre el «mundo» actúa desde fuera; a veces se infiltra y ataca desde dentro, valiéndose de «falsos hermanos» (2Co 11,26). Lo cierto es que siempre se opone a la vida y a la expansión de la comunidad. Así que la enemistad del «mundo» es signo de la fidelidad al Señor.
1. Primera lectura (Hch 16,1-10).
Después de entregar la carta a los cristianos convertidos del paganismo residentes en Antioquía, Judas y Silas, que eran profetas, los alentaron largamente hasta cuando fueron despedidos en paz (cordialmente) para que regresaran a Jerusalén. Pablo y Bernabé (Pablo dirige) se detuvieron en Antioquía para enseñar (actividad de Pablo) y a anunciar (actividad de Bernabé). Pablo asumió la dirección de la misión urgiendo a Bernabé a volver a visitar las comunidades. Su intención, no confesada, es insistir en las prescripciones de los «responsables» de Jerusalén. Por eso, cuando Bernabé insiste en llevar consigo a Juan Marcos (es decir, en darle prioridad al evangelio), Pablo, que se sintió desautorizado cuando Marcos lo dejó en Panfilia a causa de su sesgo nacionalista, se rehusó a llevarlo, y se separó de Bernabé. Bernabé y Marcos se fueron por mar a Chipre (por donde había comenzado la misión), y Pablo escogió a Silas como compañero profeta, en lugar de Bernabé. Se deshizo el equipo creado por el Espíritu Santo. Pablo y Silas, encomendados por los hermanos (que no vieron con buenos ojos esa separación), se dirigieron a las comunidades de Siria y Cilicia a insistir en el contenido disciplinar de la carta (cf. 15,30-41, omitido). Siguen a continuación dos episodios, uno equívoco y otro inequívoco.
1. Pablo complaciente.
En la segunda parte de la misión, Lucas pone también un personaje real y representativo; en este caso, «cierto discípulo de nombre Timoteo», de madre judía y padre pagano, el apropiado para representar a las comunidades judeo-paganas de Derbe, de donde era oriundo, Listra e Iconio. El matrimonio del que nació es ilegítimo, según la Ley de Moisés; por tanto, son comunidades bastante libres con respecto de la Ley. Más adelante se da a entender que el padre de Timoteo había muerto, indicio metafórico de que tampoco se guiaban por las costumbres paganas. Pero Pablo lo hace circuncidar para congraciarse con los judíos y tender un puente hacia ellos. Esta es una nueva táctica suya. Pablo extiende la obligación de «los decretos» más allá de lo debido, ya que practica la circuncisión entre los cristianos de nacionalidad extranjera.
2. El Espíritu y la misión.
La táctica de Pablo tuvo relativo éxito: las comunidades se afianzaron en el credo judeo-cristiano, y nuevos judíos se incorporaron a ellas. Pero el Espíritu Santo (por medio de los profetas) se opuso a la difusión de ese mensaje en la provincia de Asia. Intentaron irse hacia Bitinia, pero el Espíritu de Jesús tampoco lo consintió. La primera mención del Espíritu (calificado de «Santo»), refiere esa oposición al amor universal de Dios; la segunda (al determinarlo como «de Jesús»), a la praxis histórica de Jesús, como revelación de ese amor de Dios. No es viable la misión como Pablo la está conduciendo. En esta perplejidad («noche»), Pablo experimenta, la guía del Señor: un macedonio le pide que vaya a esa tierra a ayudarles con el mensaje de Jesús a los paganos. En este momento surge un grupo junto a Pablo («nosotros») que se presenta como en señal de que la orientación de la misión procede del Espíritu Santo. Y cuando este grupo esté ausente, será señal de que Pablo procede sin la guía del Espíritu de Jesús.
2. Evangelio (Jn 15,18-21).
El sistema de poder y su (amplio o reducido) círculo de influencia, cualquiera que sea su índole (política, económica, religiosa o cultural), siempre odia a Jesús (cf. Jn 7,7) como también odia la luz, porque esta denuncia su manera perversa de obrar en contra de la humanidad (cf. Jn 3,20). Es que el mundo favorece a quien comparte sus valores y odia a quien no los comparte; y como este es mentiroso y homicida (cf. Jn 8,44), ser simpatizante suyo es ser su cómplice, y negarse a ser su cómplice es zafarse de su dominio, lo cual implica la denuncia de su perversidad. Como Jesús saca a los suyos del mundo, por eso el mundo los odia igual que a él.
De nuevo recurre al dicho que les citó, ahora para indicarles que la persecución del mundo es consecuencia del servicio a la humanidad, y los pone en paralelo consigo mismo:
• Si el mundo lo ha perseguido a él, también perseguirá a los suyos;
• Si ha vigilado su mensaje, también va a vigilar el de los suyos (obsérvese que el leccionario –a veces– traduce τηρέω por «guardar», su primera acepción, y no por «vigilar», que es la que encaja en el contexto hostil).
Esa hostilidad tiene doble explicación:
• Porque los discípulos son seguidores de Jesús, y
• Porque el mundo se niega a reconocer al (Padre) que envió a Jesús.
Los dirigentes del mundo se resisten a aceptar un Dios a favor del hombre.
Hay una actitud errada, a veces inspirada en el deseo de atraer, que consiste en «contemporizar» con el «mundo», entendiendo por «mundo» cualquier sistema de vida o de convivencia proclive a la injusticia. Esta actitud se ha dado siempre, y seguirá dándose, en la medida de la frivolidad o intrascendencia de la fe. Cuanto más definida y robusta sea la fe, tanta menor cabida tendrán los sincretismos complacientes que permiten la infiltración del «mundo» en la Iglesia.
El discípulo de Jesús tiene bien claro que «el que ama al mundo no lleva dentro de sí el amor del Padre» (1Jn 2,15; cf. St 4,4). No es posible ser cómplice del «mundo» y permanecer fiel a Jesús. Por otro lado, tampoco es posible ser fiel a Jesús y, al mismo tiempo, gozar de aceptación por parte del mundo. Romper con el mundo es exponerse a su sospecha y a su solapada o manifiesta persecución. El discípulo solo tiene una seguridad: haber optado por Jesús es haberse hecho solidario con él tanto en la vida como en la convivencia, tanto en la acogida como en el rechazo.
Y esa opción se renueva cada vez que el discípulo en la celebración eucarística come su cuerpo y bebe su sangre: «cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».
Feliz sábado con María, la madre del Señor.
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