(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)
Miércoles de la XX semana del Tiempo Ordinario. Año I
La Palabra del día
Primera lectura
En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de Siquén.
En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: «¡Oídme, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: «Sé nuestro rey.» Pero dijo el olivo: «¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?» Entonces dijeron a la higuera: «Ven a ser nuestro rey.» Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles?» Entonces dijeron a la vid: «Ven a ser nuestro rey.» Pero dijo la vid: «¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?» Entonces dijeron a la zarza: «Ven a ser nuestro rey.» Y les dijo la zarza: «Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.»»
Palabra de Dios
Salmo
R/. Señor, el rey se alegra por tu fuerza
Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios. R/.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término. R/.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia. R/.
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Los nombres israelitas que terminaban en -baal (hebreo בָעַל) sugieren la convicción de que el Señor es «dueño» (liberador) o «marido» (alianza) en relación con el pueblo. Luego, cuando en Canaán se encontraron con que los cananeos llamaban Baal a su dios y ese nombre pasó a ser sinónimo de idolatría, esos nombres fueron cambiados o reinterpretados. Es probable que el nombre original de Gedeón (גִדְעְוֹן), probablemente derivado del verbo «arrancar» (גדע), que también significa «cortar» o «derribar», no fuera ese sino Yerubbaal («el Señor actuará»), y que le fue cambiado por esa razón. En Jue 6,14-24 se dice que él cambió un santuario de Baal en uno dedicado al Señor mediante la erección de un nuevo altar y el ofrecimiento de un nuevo sacrificio (vv. 21.24), y utilizó como leña el árbol sagrado. Por ser Joás, su padre, sacerdote de Baal lo defendió y reinterpretó su nombre (cf. Jue 6,25-32).
A Gedeón le propusieron fundar una dinastía: ser el jefe, y que su jefatura fuera hereditaria. Pero él se rehusó alegando que el jefe de Israel era el Señor (Jue 8,22-23). Pero luego se hizo un objeto de culto portátil («efod»), que terminó convirtiéndose en una ocasión de idolatría para todo Israel (cf. Jue 8,24-27), mientras él se retiró a la vida privada hasta su muerte.
Muerto Gedeón, uno de sus hijos, Abimélec («mi padre es rey») –hijo de una concubina que tuvo, además de sus muchas mujeres– (cf. Jue 8,30) después de asesinar a sus hermanos, excepto a Yotán, que se escondió, se hizo proclamar rey (cf. Jue 9,1-5).
Jue 9,6-15.
La ceremonia de coronación se programó para efectuarse en Siquén, más exactamente en la acrópolis de la villa, que en los vv. 46-49 recibe el nombre de Torre Siquén, designación que debe de aludir al barrio fortificado y a sus habitantes. El sitio preciso debe identificarse con la encina junto a la cual Josué estableció una estela luego de la alianza que selló entre el pueblo y el Señor en Siquén (cf. Jos 24,26). Esta indicación podría ser una forma de sugerir el intento de sustituir al Señor como rey de Israel. Las indicaciones del lugar de la coronación dejan ver que los campesinos («propietarios de Siquén»: vv. 6-7) y los dirigentes («los del Terraplén» o «Torre de Siquén») se han puesto de acuerdo para permitir que Abimélec reine sobre ellos. Eso implica una deslealtad hacia Gedeón, que no aceptó la jefatura de por vida y se resistió a que sus hijos heredaran esa jefatura.
Cuando se reunieron en Siquén, junto a la encina del lugar, para proclamar rey a Abimelec, Yotán salió de su escondite y denunció la insensatez de los siquemitas desde la cumbre del monte Garizín. Con un apólogo –relato alegórico emparentado con la fábula– de origen no israelita denunció esa perversa manipulación. Y, hecha la denuncia, volvió a esconderse.
El olivo, la higuera y la vid eran vegetales básicos para la economía local de subsistencia: eran una bendición, porque significaban un valioso aporte a la vida humana. Los cedros del Líbano, aunque no producían frutos, daban madera fina, no solo útil para la economía, sino también para la convivencia, porque ella se usaba en las construcciones de casas, templos y palacios. Pero la zarza, arbusto espinoso, no produce ni lo uno ni lo otro.
El apólogo, de probable origen pagano y retomado por Yotán, sugiere que los mejores entre los hombres no tienen ganas ni tiempo para ser reyes, porque consideran tener mejores tareas que cumplir en beneficio de la humanidad y al servicio de Dios; por eso, suele suceder que los menos aptos sean los que acepten esa tarea. La zarza no puede ni siquiera ofrecer sombra, que es lo menos que se podría esperar de una planta en tierra cálida; además, es peligrosa, ya que arde fácilmente y se consume con rapidez, con lo cual puede destruir los tan ponderados «cedros del Líbano». Elegir la zarza como rey de los árboles es escoger entre su incapacidad de proporcionar sombra y su posibilidad de provocar un incendio, es decir, entre lo inútil y lo peligroso. Yotán les reprocha a los israelitas la pésima elección que están haciendo.
Es una crítica enérgica a toda clase de gobierno autoritario y logrado a base de mentira y de violencia. Constituye uno de los más antiguos ejemplos de la literatura sapiencial israelita, la que se desarrollará notablemente a partir de la época de Salomón. Es también una dura crítica a la institución de la monarquía, que precisamente era juzgada como inútil y peligrosa. Y se prepara así la futura crítica de los profetas a la monarquía (cf. 1Sam 8).
Enseguida, Yotán prolonga su crítica en un duro interrogatorio a los electores, y les anuncia que, si no han procedido con sinceridad y lealtad en relación con Gedeón y su familia, las relaciones de Abimelec con ellos serán tormentosas y terminarán haciéndose recíprocamente daño, tanto él a ellos como ellos a él (cf. Jc 9,16-20, omitido).
Pero, más inmediatamente, el narrador prepara los acontecimientos en los que desembocará este gobierno de Abimélec: primero, los brotes de rebeldía contra la tiranía, luego, sofocación de la revuelta con sangre, después, literalmente, aniquilación por medio del fuego, por último, murió el tirano derribado por una mujer y rematado por su propio escudero. El apólogo que propuso Yotán se verificó en los hechos posteriores (cf. Jue 9,21-57, omitido).
Esta crítica del poder absoluto sigue siendo válida en todo tiempo y para todos los pueblos. En lenguaje directo y sencillo, Jesús hace una valoración semejante del poder que somete y oprime. Pero también es cierto que los tiranos afirman su poder basados en la complicidad o en el temor de sus súbditos. Yotán hizo su denuncia, pero luego «emprendió la huida y se marchó a Beer; allí se quedó por miedo a su hermano Abimelec» (Jc 9,21). El problema no es sentir miedo, sino dejarse dominar de él y permitir que el tirano actúe a sus anchas. Jesús no incita a sus discípulos a la temeridad ni a la bravuconería, por eso él no los convoca a ser grupos de presión ni de oposición, sino pequeñas comunidades alternativas. El reino se ha de proponer en pequeñas comunidades que lo hagan palpable y creíble, y que se ofrezcan a las víctimas del poder como posibilidad abierta de nueva vida y de nueva convivencia. Pasar de la protesta a la propuesta requiere convicción y creatividad, y para eso Jesús nos llena de su Espíritu, para que nuestras comunidades sean gérmenes del reino de Dios.
Por eso, el cristiano no puede comulgar con Jesús y, al mismo tiempo, patrocinar este tipo de sistemas de gobierno. Las asambleas en las que se celebra la eucaristía están llamadas a ser profecía de la nueva humanidad, no mera protesta contra el régimen injusto.
Feliz miércoles.
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