Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-56):
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»
Él se volvió y les regañó y dijo: «No sabéis de que espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»
Y se marcharon a otra aldea.
Palabra del Señor
Martes de la XXVI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El sexto oráculo (vv. 9-13) asume el tono de una exhortación u homilía sinagogal, en donde se advierten algunas reminiscencias de Ageo (1,2.6-11; 2,15-19); este oráculo refleja la situación que se vivía después del exilio. El séptimo (vv. 14-17) subraya las disposiciones habituales de justicia (honradez) y respeto, al mejor estilo de la profecía preexílica, mezclando amenazas con promesas y con cierto énfasis a favor de «Jerusalén y Judá». El octavo (vv. 18-19) tiene una introducción solemne, como destacando el anuncio que sigue: cesará el luto, ya no habrá más manifestaciones de duelo («ayuno») en los tiempos futuros. El noveno y el décimo se leen hoy.
El término griego παντοράτωρ traduce el hebreo צְבָאוֹת –que aparece medio centenar de veces en Zacarías, cuatro de las cuales en el texto que hoy se lee– normalmente se traduce al español como «de los ejércitos» (ateniéndose al hebreo), o «todopoderoso» (ateniéndose al griego). La expresión «Señor de los ejércitos» designa al Dios de Israel como señor de los astros. Teniendo en cuenta que los astros tienen doble connotación, la de universo creado (para los israelitas) y la de seres que rigen el destino de los hombres (para los paganos), se entiende que dicha expresión designe al Dios de Israel como señor de las creaturas y de sus destinos, es decir, señor del espacio y del tiempo. Su traducción más aproximada sería «soberano de todo».
En Zacarías se registra una cierta apertura universalista, aunque con marcado acento centralista, ya que supone que todos los paganos que se adhieran al Señor deberán reunirse en Jerusalén.
Zac 8,20-23.
El profeta visiona la restauración mesiánica de su pueblo con un rasgo inesperado: la atracción ejercida por el Señor entre los habitantes de las naciones paganas, y la consiguiente búsqueda del mismo por parte de ellos. Al declarar que este anuncio procede del «Señor de los ejércitos», está diciéndole a su pueblo que tanto esa atracción como la búsqueda correspondiente son victorias del Señor, quien así manifiesta su señorío universal, y no logros del pueblo, que desacreditó ante las naciones el nombre santo del Señor a causa de su infidelidad.
El texto de hoy trae los dos últimos de los diez oráculos que dirige el Señor (sin mención alguna de destinatario ni mensajero: cf. 8,1) y que Zacarías transmite. Los versículos 20-21 se refieren a «pueblos» (עַמּים) y «ciudades» (עַרִים), en tanto que los dos siguientes hablan de «pueblos» (עַמִּים) y «naciones» (גוֹיִם). Si «pueblos» (עַמּים) resulta ambiguo, «naciones» (גוֹיִם) no deja lugar a dudas de que se refiere a los extranjeros («paganos»).
1. Noveno oráculo.
Aunque Isaías (2,2-5) tiene una versión más poética del contenido de este oráculo, no por eso la promesa del Señor tiene menos fuerza en las palabras de Zacarías. No deja de ser asombroso el hecho de una concitación de los habitantes de pueblos y vecinos de ciudades populosas para ir a Jerusalén, y no en plan de guerra, sino con ánimo de reconciliación con el Señor.
El profeta avizora ese acuerdo entre los pueblos paganos y los vecinos de sus ciudades populosas. El término ambiguo «pueblo» prepara el ánimo para este encuentro inusual e inaudito. Van unos donde los otros y se convidan para ir a «aplacar» al Señor, lenguaje correlativo al de la «ira» del Señor. Se entiende, pues, que están buscando la reconciliación con él, y que se proponen ir a su encuentro a ofrecerle sacrificios de expiación. Es de suponer que se refieren a los padecimientos que les han infligido a los judíos por las invasiones, el destierro, las persecuciones, etc.
La recíproca invitación se anuncia como de total aceptación, porque los convidados responderán afirmativa y espontáneamente. El profeta ya ve venir las caravanas de «pueblos numerosos y de naciones poderosas», los paganos que vienen a «visitar al Señor de los ejércitos» en Jerusalén y a «aplacar al Señor». En efecto, la expresión «pueblos numerosos» alude sobre todo a los hostiles a Judá y Jerusalén (cf. Isa 17,12; Eze 3,6); no así «naciones poderosas» (Miq 4,3.7; Isa 60,22), en las que el concepto de «poderosas» implica su carácter de populosas, o sea, «fecundas», lo que no se puede considerar negativo, puesto que Abraham fue destinado a ser «una nación grande y poderosa» (cf. Gen 18,18) entre otras naciones (cf. Deu 7,1) que Israel debía conquistar (cf. Deu 9,1) con la ayuda del Señor (cf. Deu 11,23). Ahora Zacarías interpreta esa «conquista».
2. Décimo oráculo.
Los judíos desempeñarán un papel de mediadores universales. Se convertirán en referencia para que las naciones lleguen al encuentro del Señor (cf. Isa 19,23-25). Cada uno de ellos multiplicará por diez la atracción del Señor entre los distintos pueblos paganos («diez hombres de cada lengua extranjera»). En la Biblia, la cifra «diez» representa simbólicamente sea un grupo numeroso (cf. Lev 26,26), sea un cierto cuerpo constituido (cf. Jue 6,27; Rut 4,2; 2Rey 25,25). Esta imagen da a entender que los nuevos adherentes vienen en gran cantidad y en grupos compactos. Todas las lenguas del mundo están representadas en esos muchos grupos que se congregan para invertir la disgregación que se produjo en Babel (cf. Gen 11).
La «orla (hebreo, כָּנָף; griego, κράσπεδον) del manto» es su orilla exterior, su borde. Por cuanto el manto simboliza la persona, tocar la orla de su manto expresa la idea de un incipiente contacto personal, de una relación que se pondera mínima, pero es suficiente para asirse a una expectativa: llegar, a través de ese medio, al encuentro con el Señor. Los judíos hacen de guías y compañeros distantes («el borde») dados los prejuicios de pureza e impureza legal que continúan en vigencia. Los paganos se aferran a lo que han oído: que Dios está con los judíos.
Jesús explicará la misión a partir de Jerusalén, es decir, como un movimiento centrífugo hacia la periferia de la humanidad. También explica que, en vez de esperar a que ellos vengan, hay que ir a los paganos a llevarles la buena noticia. Por otro lado, les enseña a sus discípulos a «comer lo que les pongan», es decir, a que no interpongan artificiales barreras culturales ni religiosas entre los seres humanos (como los tabúes alimenticios), sino a que se inserten en los pueblos y valoren sus culturas para anunciar, desde dentro, la buena noticia de Dios.
No aseguraremos que Dios está con nosotros si conservamos los esquemas de exclusión de las sociedades cerradas e inhumanas. La fraternidad se vive en la igualdad, en la solidaridad y en el servicio recíproco prestado con alegría y con deseos de ayudar a crecer al otro.
Esto es lo que vemos que hace Jesús en la eucaristía, banquete en el que se nos da íntegramente para que tengamos la mejor calidad de vida.
Feliz martes.
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