Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor
Lunes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
El leccionario nos propone volver sobre la afirmación final de la lectura del sábado anterior («los dones y la llamada de Dios son irrevocables») como punto de partida del mensaje de este día. El apóstol está comunicando un secreto que es –a la vez– invitación a la humildad (delante de Dios nadie puede presumir) y a la esperanza (Dios quiere salvar a todos): este secreto consiste en la conversión de los judíos al Mesías. Solamente enunció el secreto, no lo explicó ni determinó las circunstancias (el momento y el modo) en que ese secreto se verá realizado.
Es pertinente señalar, sin embargo, que Pablo no se refiere al triunfo de una religión sobre otra, sino al triunfo del Mesías. Valga una analogía: así como la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte aconteció por su resurrección, que a nadie perjudicó, así también el triunfo del Mesías en la historia no significará humillación para nadie, sino vida, libertad y alegría para todos.
Por eso, cuando habla de que «todo Israel se salvará» no hay que interpretar esas palabras en el sentido de que «la religión cristiana» prevalecerá sobre «la religión judía», porque aquí se trata de algo que trasciende la «religión», que es la fe.
Rom 11,29-36.
El texto propuesto tiene dos partes claramente diferenciables: primero hace ver que la condición de los paganos y de los judíos es la misma delante de Dios; después, prorrumpe en exclamaciones de admiración y alabanza ante el sabio designio de Dios. Esto último es «dar gloria a Dios».
1. Judíos y paganos ante Dios.
Sentado el principio de que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables», plantea primero la situación de los paganos. Primero, los paganos habían sido rebeldes a Dios (cf. 1,18-32), y su rebeldía se manifestó en impiedad e injusticia. Pero Dios les otorgó misericordia a los paganos con motivo de la rebeldía de los judíos. Ahora, los rebeldes son los judíos, y esta rebeldía resulta les beneficiosa a los judíos, porque reciben la misma misericordia gratuita que Dios otorgó a los paganos por el anuncio de la buena noticia. Hay que recordar que, en el lenguaje de la Biblia, la «rebeldía» contra Dios implica la resistencia a dejarse liberar y salvar por él. El apóstol ya explicó cómo se dio esa rebeldía de los paganos. Pero los paganos obtuvieron la salvación no por «las obras de la Ley», sino por la fe en Jesús, anunciado por la buena noticia.
Por su parte, el apego de los judíos a la Ley y a sus tradiciones los cerró a la buena noticia y los puso en la misma condición de los paganos, y por eso ahora los rebeldes son ellos. No solo se resisten a aceptar a Jesús como Mesías, sino que rechazándolo a él se han declarado «enemigos» de la buena noticia (cf. Rm 11,28). Ateniéndose a la lógica de la misericordia divina, el favor que obtuvieron los paganos gratuitamente por la fe también será ofrecido a los judíos gratuitamente por la misma fe en Jesús, de forma que también estos alcancen la salvación del mismo modo que aquellos. Judíos y paganos han sido «rebeldes» a los ojos de Dios. Y la reacción de Dios ante tal rebeldía generalizada ha sido la oferta de misericordia gratuita para todos a través de su Hijo. La expresión «Dios encerró a todos en la rebeldía para ejercer misericordia con todos» la desarrolló Pablo antes (cf. 3,9-24): solidarios en el pecado, todos, judíos y griegos, han sido infieles a Dios, y Dios, en su bondad, los ha tratado con misericordia a todos.
2. Asombro cristiano ante Dios.
Lo asombroso de esta conducta divina resulta incomprensible y sorprendente para la inteligencia humana. Pablo se declara asombrado por el abismo de «riqueza, sabiduría y conocimiento» que Dios exhibe con esa inesperada actuación. «Riqueza», en el lenguaje figurado que aquí usa Pablo, se refiere a la generosidad para dar (cf. 2Cor 8,2): Dios ha dado mucho más de lo que se le habría podido pedir, manifestando así una incomparable magnanimidad. «Sabiduría» es la capacidad y la habilidad para saber hacer del mejor modo las cosas. La sabiduría de Dios se manifiesta en sus obras, pero sobre todo en Jesús (cf. 1Cor 1,24), que es su encarnación: en la cruz de Jesús brilló una sabiduría que sorprende por igual a los hombres sabios y a los poderosos. «Conocimiento» es el saber o ciencia basado en la experiencia (cf. Rm 2,20; 15,14). Dios conoce bien la realidad del ser humano y lo demuestra con este derroche de misericordia que impulsa al hombre a la superación de sí mismo y a ponerse a la altura de Dios por la configuración con su Hijo. Esta es una exclamación que no brota del temor, sino del asombro, de la admiración y de la gratitud por la grandeza con la que Dios se revela salvando a todos con su amor universal. En esto consiste la glorificación de Dios, en reconocer la munificencia divina.
Finalmente, para resaltar que Dios no recurre a nadie para determinar su designio ni prodigarles sus bienes a los hombres, Pablo cita al profeta (Isa 40,13), que se refiere a la repatriación de los judíos después del exilio en Babilonia (texto tomado de los LXX, con un ligero retoque), y otro texto cuyo origen todavía se discute (¿Job 15,8, o 35,7, o 41,3, o 41,11, o Jer 23,18?), que afirma la absoluta suficiencia de Dios cuando se trata de darles algo a los hombres. Lo inmenso no se puede medir con magnitudes reducidas, lo gratuito no se puede entender como la devolución de un préstamo. Dios concede la mayor libertad, y se da a sí mismo.
Y viene la «doxología» (glorificación) propiamente dicha. Reconoce la total dependencia de la creación con respecto de Dios, en el sentido de todo participa de su bondad porque de él viene, en él subsiste y a él se orienta. En suma, por ser él «el origen, el camino y la meta del universo». Ante su admirable esplendidez solo caben el asombro y la gratitud: «a él la gloria por los siglos, amén».
Cuando hay personas que sindican a Dios de ser mezquino, indiferente o cruel en relación con el ser humano, el que medita su conducta ante la humanidad, teniendo ante sus ojos la conducta de Jesús, no puede menos que reconocer que hablaba de un Dios que solo se imaginaba, pero que no conocía. Del mismo modo, quienes se imaginan que Dios está lleno de furor contra esta «humanidad pecadora», y que está a la espera de que se colme la medida para aniquilarla con ira y sin piedad, al enfrentarse a la extrema bondad manifestada en Jesús tendrá que reconocer como Job: «Me siento pequeño, ¿qué replicaré?, me taparé la boca con la mano. He hablado una vez y no insistiré; dos veces y no añadiré nada» (Job 40,4-5). El asombroso amor de Dios, una vez que ha sido conocido, solo puede suscitar una reacción: la respuesta agradecida.
Pero puede suceder que los que celebramos asiduamente la eucaristía nos dejemos arrastrar de la rutina y lleguemos a sentir, como los israelitas, que «no tenemos ni pan ni agua y nos da náuseas ese pan sin cuerpo» (Num 21,5). Es preciso renovar diariamente la sorpresa que nos produce el asombroso amor de Dios manifestado en el Mesías Jesús, Señor nuestro.
Feliz lunes.
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