La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Lunes de la VII semana de Pascua

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (19,1-8):

MIENTRAS Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó:
«¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?».
Contestaron:
«Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo».
Él les dijo:
«Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?».
Respondieron:
«El bautismo de Juan».
Pablo les dijo:
«Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que iba a venir después de él, es decir, en Jesús».
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de Dios, dialogando con ellos y tratando de persuadirlos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 67,2-3.4-5ac.6-7ab

R/.
 Reyes de la tierra, cantad a Dios

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios. R/.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (16,29-33):

EN aquel tiempo, aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús:
«Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios».
Les contestó Jesús:
«¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Lunes de la VII semana de Pascua.
 
La misión en docilidad al Espíritu Santo se identifica con la fidelidad a Jesús «desde el principio», es decir, al Jesús de la historia y al Señor de la gloria. Renunciar a nuestros proyectos para realizar el designio de Dios no es anulación de nosotros mismos, sino un acto de confianza –en el fondo, de fe– con la seguridad de que el Señor nos indica lo más pertinente y conveniente para nosotros mismos y para los demás. Dicha docilidad no nos exime de discernir ni nos garantiza decisiones siempre acertadas, pero nos conduce «en la verdad completa» en medio de nuestras vacilaciones.
Hay que precisar qué quiere decir el evangelista al afirmar que nuestra fe vence el mundo, porque no se trata de triunfalismo cristiano. No es congruente entender nuestra confrontación con «el mundo» como una «guerra santa». No hay campo para un fanatismo religioso de cuño cristiano.
La victoria del cristiano contra «el mundo» no consiste en enfrentar el mundo con sus armas y derrotarlo, sino en mostrar que los valores que el mundo defiende son inconsistentes y fracasan por sí solos, en tanto que los valores que Jesús encarna y propone tienen el respaldo del Padre y, por eso, están destinados a perdurar.
 
1. Primera lectura (Hch 19,1-8).
El códice Beza encabeza de un modo distinto este relato: «Aunque Pablo quería, según su propio deseo, ir a Ἰηροσόλυμα(nombre pagano de Jerusalén), el Espíritu Santo le dijo que regresara a Asia…». La misión que antes se le había impedido ahora se le indica (para que no vaya a Jerusalén). La capital de la provincia de Asia era Éfeso. Ahora aprueba el Señor que vaya allí. Pablo había declarado estar dispuesto a volver con la aprobación de Dios (cf. 18, 21: «volveré por aquí, si Dios quiere»). En Éfeso encuentra (quizás en la sinagoga) un grupo de discípulos que ya habían recibido el influjo de Apolo, Áquila y Priscila. Pero, de hecho, son discípulos de Juan, pues sólo conocen su bautismo (en agua). Cuando Pablo les pregunta por su experiencia del Espíritu Santo (bautismo con Espíritu Santo), declaran no tener ni idea de ello. Pablo explica la diferencia entre uno y otro bautismo, y esto lleva a los discípulos a bautizarse para vincularse a Jesús como Señor (el códice Beza añade «Mesías», dejando entrever que la instrucción de Apolo al respecto había sido deficiente). Pablo les impone las manos (es decir, actúa en ellos y a su favor) y el don del Espíritu se da de inmediato con dos manifestaciones: hablar en lenguas y profetizar. Hablar en lenguas entraña la apertura universal; profetizar, la edificación de la comunidad. No obstante, el grupo queda establecido sobre una base judaizante («Pero eran todos los varones como doce»: traducción literal del v. 7). El número 12 y el término «varón» connotan la mentalidad judía. Por eso no sorprende ver a Pablo en la sinagoga, pero sí llama la atención que ahora hable del reinado de Dios, lo que se refiere a la condición mesiánica de Jesús, que ni Apolo ni Áquila y Priscila les habían explicado. Sigue Pablo dirigiéndose a los judíos, ahora con una mayor claridad en cuanto a su fe cristiana, aunque todavía utiliza el tono polémico, pero con un procedimiento ligeramente diferente («intentaba persuadirlos»).
 
2. Evangelio (Jn 16,29-33).
Lo que Jesús había anunciado para «ese día» futuro en que les daría el Espíritu, lo interpretan sus discípulos como hecho ya cumplido. Consideran que se trata de un saber académico, no de un conocimiento experimental. Dicen que ya Jesús habla claro, y declaran con admiración saber que él lo sabe todo, hasta las preguntas que ellos le quieren hacer; ellos piensan en la pregunta que iban a hacerle y él se les adelantó a respondérsela (cf. Jn 16,19), es decir, que sabe tanto que las preguntas son innecesarias, ya que las conoce de antemano y las responde sin necesidad de que se las formulen. Basándose en esta suposición, afirman creer que él viene de Dios. Se les olvida el criterio que Jesús les había dado para creer, las obras (cf. Jn 5,36; 10,38;14,11).
Jesús pone en duda esa supuesta fe, basada en un presunto saber adivinatorio de su parte. Y les anuncia la hora de la deserción. Será la cruz la que ponga a prueba su fe. En el momento de esa prueba, ellos huirán y se dispersarán dejándolo solo. Pero en realidad, solos se quedarán ellos, ya que él contará con la compañía del Padre. Esto significa que el Padre lo respalda, y que ellos, al abandonarlo, se quedan sin el Padre también. Lo que autentica la fe no es el saber sino la fidelidad al designio del Padre.
En conclusión, lo que Jesús les ha dicho tiene la finalidad de tranquilizarlos, que tengan paz en él, porque la persecución del «mundo» será inevitable en la medida en que ellos sean fieles a él. Pero deben tener claro que el vencedor es Jesús, el mundo es el vencido, porque el amor siempre triunfará sobre el odio. Es preciso que verifiquen por experiencia que la victoria sobre el mundo consiste en superar el odio con el amor, y que allí es donde la fe tiene su verdadero fundamento, y así es como la fe muestra toda su eficacia. En tanto los discípulos permanezcan fieles, verán ese triunfo y comprobarán el fracaso del «mundo».
 
Pese a que Pablo saca a los efesios del estado de discípulos de Juan para convertirlos en discípulos de Jesús, todavía queda mucho por hacer para que lleguen a ser auténticos cristianos. El apego a las tradiciones nacionales bloquea la vocación universal de la fe cristiana, no de manera culpable, sino inconsciente.
La adhesión a Jesús no puede basarse en otra cosa distinta del amor humanamente inexplicable que él demostró muriendo en la cruz. Sin la aceptación fiel de ese amor, los saberes teóricos o las opiniones académicas son ilusiones que impiden la verdadera fe y pueden inducir al engaño de imaginarse uno que cree en él, cuando, en realidad, solo maneja conjeturas.
En la vida eucarística experimentamos la presencia activa de Jesús, quien nos infunde su Espíritu para que venzamos el odio por la fuerza del amor. Vemos la eficacia de ese amor que nos da paz en medio de la animadversión, y con alegría comprobamos que con Jesús aprendemos a triunfar sin herir ni matar. Esa es la victoria de Jesús sobre el «mundo».
Feliz lunes.

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