Jueves de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario. Año II.
La serenidad que reina en el cielo –manifestada hasta ahora en la visión– no significa indiferencia ni impasibilidad. La visión se prolonga mostrando la actitud del cielo (Dios) ante todo «lo que está sucediendo» en la tierra. Revela, en primer lugar, un designio que ha permanecido en secreto, y, en segundo lugar, al ejecutor de dicho designio. De esta forma queda clara cuál es la clave para interpretar la historia, no solo lo que ha sucedido y «lo que está sucediendo», sino también «lo que va a suceder después». Así cobra pleno sentido la descripción del que está sentado en el trono como «el que era, y que es, y que viene».
La razón por la que este designio ha permanecido en secreto no obedece a ocultación por parte de Dios, sino a incapacidad de la humanidad para percibirlo. Primero, porque la experiencia que la humanidad ha tenido de Dios ha sido hasta Jesús mediata y parcial, cuando no del todo falsa; además, porque las explicaciones que «los hombres» le han dado al acontecer histórico actuaban como filtros que impedían ver la luz que brota de la persona, la vida y la resurrección de Jesús.
Ap 5,1-10.
Hasta ahora no se ha dicho del que está sentado en el trono cosa alguna distinta de la descripción de su gloria, por un lado, y la alabanza por su designio y su obra creadora. Ahora, se advierte que en su mano hay un rollo escrito por las dos caras y herméticamente cerrado («siete sellos»). Esto alude a que en su interior está escrito su contenido y, en su exterior, un resumen del mismo. Por eso se sabe qué contiene y, al mismo tiempo, se ignora su contenido. El rollo procede de él, y es como un decreto suyo, que manifiesta su designio; pero no hay quien lo pueda desclasificar.
1. El designio sellado.
Esta imagen manifiesta que se trata de algo jamás revelado a la humanidad. Secreto mantenido oculto (cf. Rm 16,25; Ef 1,9; 3,5.9; Col 1,26). A partir del siglo III se propuso la interpretación según la cual este rollo es el Antiguo Testamento, cuyo sentido pleno develaría Jesús. Lo cierto es que no se ha encontrado a nadie capaz de hacerlo. Y será la ruptura de los sellos la que desate acontecimientos que perturbarán la tierra (cf. 6,1-8,1), no propiamente la lectura de su contenido. La desolación de Juan es grande, ante la incapacidad de la humanidad para abrir el rollo o siquiera examinarlo («lloraba yo mucho…»).
2. El Cordero.
Uno de los 24 ancianos consuela a Juan diciéndole que sí hay quien abra el libro, y lo presenta como «el león de la tribu de Judá, el retoño de David». La imagen del león connota fuerza; la del retoño de David, al Mesías (cf. Gn 49,9; Is 11,1.10). Cuando Juan mira hacia el trono, lo que ve es un Cordero, «de pie, aunque degollado». Este constituye la imagen de la víctima por excelencia. El único capaz de proclamar y ejecutar el designio de Dios con fuerza («león») es Jesús, entregado por todos para el perdón de los pecados («Cordero degollado») y resucitado para salvación de toda la humanidad («Cordero de pie»). Las imágenes con las que lo describe dan a conocer su excelencia: «Cordero», alude al éxodo; «siete cuernos»: plenitud de su poder para comunicar vida, en relación con la plenitud de vida del Espíritu de Dios (y distinto del «poder» del mundo, que mata); «siete ojos que son los siete espíritus de Dios»: plenitud del Espíritu, que le da absoluto conocimiento de Dios y la capacidad de infundirlo a toda la humanidad («a la tierra entera»).
3. El homenaje al Cordero.
El cordero recibe el rollo «de la diestra del que está sentado en el trono» y empieza un ceremonial de alabanza. Los 24 ancianos, ahora con cítaras, como salmistas, con cuencos preciosos («oro») llenos de aromas «que son las oraciones de los santos», entonan un cántico inaudito («nuevo»), la alabanza tradicional es insuficiente para lo que se quiere expresar: la excelsitud de la obra de Dios por medio del Cordero (antes era por la creación, 4,8-11). El pueblo antiguo fue adquirido por Dios rescatándolo de Egipto; el nuevo, fue adquirido para Dios por el Cordero de toda la humanidad para hacerlo partícipe de la realeza de Dios («reyes»), para constituirlo como puente de acceso a él («sacerdotes»), con un ilimitado futuro de libertad («serán reyes en la tierra»). Esta adquisición se logra por la consagración que los hace partícipes de la «santidad» de Dios a través de la comunicación del Espíritu Santo. Este reinado es histórico, como el del Hijo del Hombre antes de su resurrección (cf. Lc 5,24; 22,29-30).
A esta alabanza se suman las multitudes de los ángeles y, finalmente, todas las criaturas (vv. 11-14. omitidos). La muchedumbre de los ángeles pondera la gloria del Cordero, y los rasgos que le atribuyen son propios de Dios. La creación, por su parte, tributa al Cordero el mismo homenaje que a Dios. Todos reconocen la condición divina de Jesús-Cordero liberador y salvador: con su palabra («Amén») y con su gesto («postración») manifiestan su total acuerdo en la alabanza que le atribuye esa condición divina a Jesús, el Cordero.
El enigma de la historia de la humanidad se esclarece de forma esplendorosa en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. En él encuentra el cristiano la clave para interpretar hechos en apariencia absurdos, contradictorios, ilógicos. Dios no hace de la historia un teatro en el cual él es un titiritero y los hombres marionetas. Todas las formas de libertad caben en este designio, desde la autonomía de las realidades terrenas (las «catástrofes naturales») hasta el irresponsable libertinaje de los hombres, pero siempre la última palabra la tiene la vida, porque el creador de la naturaleza y el liberador y salvador de la humanidad es Dios, por medio del Cordero, degollado y de pie, muerto y resucitado. En medio de la historia está el Cordero como fuente del Espíritu, que libera a los hombres para la libertad y los hace constructores de una nueva creación, de la nueva humanidad, de la nueva historia.
El pan de la eucaristía es comunión con el Cordero para hacer realidad ese designio divino, con la plena conciencia de ser creadores de la historia definitiva.
Feliz jueves.
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