La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la IV semana de Pascua

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,13-25):

PABLO y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Juan los dejo y se volvio a Jerusalén; ellos, en cambio, continuaron y desde Perge llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a unos que les dijeran:
«Hermanos, si tenéis una palabra de exhortación para el pueblo, hablad».
Pablo se puso en pie y, haciendo seña con la mano de que se callaran, dijo:
«Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso; unos cuarenta años “los cuidó en el desierto”, “aniquiló siete naciones en la tierra de Canaán y les dio en herencia” su territorio; todo ello en el espacio de unos cuatrocientos cincuenta años. Luego les dio jueces hasta el profeta Samuel. Después pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, durante cuarenta años. Lo depuso y les suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David”, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: “Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 88,2-3.21-22.25.27

R/.
 Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijieste: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso. R/.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora». R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,16-20):

CUANDO Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Jueves de la IV semana de Pascua.
 
La prelación de la «exhortación» (anuncio) con respecto de la «enseñanza» (catequesis) no es una cuestión académica, sino vital para la misión. Primero tiene que haber el anuncio explícito de «la palabra del Señor», es decir, el mensaje de Jesús (kerigma), que es la tarea del «profeta», y después se dará su ilustración a la luz de las Escrituras, es decir, la enseñanza (catequesis), que es la tarea del «maestro». El grupo misionero ideal que constituyó el Espíritu Santo está constituido por un profeta (Bernabé) y por un maestro (Saulo).
Hay que determinar cómo conjugar la libertad cristiana con el seguimiento del Señor, ya que él no faculta a sus discípulos para actuar de cualquier modo; hay un vínculo que es preciso respetar. No basta con ser piadoso, Jesús espera de sus discípulos un compromiso más que simplemente religioso. Por otro lado, dado que va en nombre del Señor el discípulo tiene derecho a saber qué puede esperar de los destinatarios del mensaje que se le ha confiado.
 
1. Primera lectura (Hch 13,13-25).
Saulo cambió su nombre hebreo por el nombre latino «Pablo» (cf. Hch 13,6-12) De llevar el nombre del rey famoso por su alta estatura (cf. 1Sm 9,2), para significar su vínculo como «siervo del Mesías Jesús» (cf. Rom 1,1), pasó a adoptar ese nombre, que significa «pequeño» (paulus). No obstante, aquí aparece arrebatándole a Bernabé el liderazgo del grupo, contra lo dispuesto por el Espíritu Santo. Él, que es maestro, encabeza el grupo («Pablo y sus compañeros», quitándole protagonismo a Bernabé, que es el profeta. Por eso, Juan (Marcos) se separó del grupo, porque la enseñanza (o instrucción) va a versar sobre las Escrituras (el Antiguo Testamento), en donde no hay cabida para «la palabra del Señor» (el evangelio), y Pablo se dirigió a la sinagoga.
Al «tomar asiento», indican su intención de participar en la homilía, derecho que tenían como judíos adultos que eran. Al ser invitados a «exhortar», era de esperar que lo hiciera Bernabé, el exhortador, pero Pablo se adelantó. El hecho de reclamar atención con la mano sugiere que en la sinagoga hubo un barullo de extrañeza por la presencia de esos extraños. El discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia va dirigido a los «israelitas y adeptos», lo que indica cierta apertura. La primera parte del mismo resume la historia del pueblo desde Egipto hasta David, sin mencionar a Abraham, ni a Moisés ni a Josué, y presenta a Jesús como sucesor de David (cf. Lc 20,41-44: Jesús niega ser «hijo» o sucesor de David), omitiendo también la promesa hecha a Abraham. Según Pablo, de la descendencia de David «Dios sacó para Israel un salvador». Como referencia de Jesús, él recurrió al testimonio de Juan Bautista, en su condición de precursor del Mesías –en vez de apelar a todo «lo que se refería a él en toda la Escritura» (cf. Lc 24,27.44)–, quien lo presentó como el esposo, el que venía a realizar la alianza de Israel con Dios.
Por ahora, se ve que Pablo pierde de vista el horizonte universal.
 
2. Evangelio (Jn 13,16-20).
Este texto presenta dos afirmaciones de carácter solemne (tienen la misma frase inicial (Ἀμὴν ἀμὴνλέγω ὑμῖν: «les aseguro») en las que Jesús se refiere:
• A la relación de los discípulos con él, en su calidad de maestro.
• A la relación de cualquier ser humano con él a través de los discípulos.
En la primera se extiende más –como es obvio– porque la calidad del mensajero determina la reacción de los destinatarios ante el mensaje. Además, es importante tener en cuenta que ambas afirmaciones se dan en el contexto de la cena, en donde él les lavó los pies a sus discípulos.
1. La relación de los discípulos con él.
Jesús cita un proverbio conocido (cf. Mt 10,25), que hay que entender bien. Ha declarado que los discípulos son sus «amigos» (iguales), por eso se descarta que el proverbio tenga la intención de llamarlos «siervos». Lo que él pretende es fijarse en la segunda parte del mismo («… ni el enviado mayor que el que lo envía») para hacerles ver la temeridad y la arrogancia que significaría apartarse ellos de su línea de conducta. Eso sería muy irresponsable (no responder), porque no basta entenderlo, hay que ponerlo en práctica. Y esta puesta en práctica no es mero cumplimiento de un deber, sino el logro de la propia realización («dichosos»). La plenitud de la vida radica en el amor; el discípulo debe tener claro que no será feliz dominando, sino amando, no generando desigualdades entre las personas, sino buscando la igualdad. Por eso alude al traidor, para que ellos sepan que, pese a ser consciente de la traición, él fue voluntariamente a la muerte, sabiendo que el enemigo podría estar camuflado entre los amigos. Así deberían ellos deducir la calidad de su amor y también conocer el amor gratuito del Padre, del cual él es enviado (Mesías o Ungido).
2. La acogida de los discípulos.
La acogida del enviado implica también la aceptación del mensaje. Como este no consiste en meras palabras, porque el mensaje lo encarna el mensajero, y como el mensajero no se aparta de la línea del que lo envió, el discípulo –con su actitud de solidaridad y servicio– da su mensaje entregándose él mismo a darle dignidad y libertad a todo ser humano. Esta actividad dista tanto del poderío despótico como del sentimentalismo romántico, porque cuestiona toda convivencia social inequitativa e injusta a riesgo de las propias seguridades y, a veces, al precio de la propia vida. Pero el discípulo es consciente de que lleva la presencia de Jesús y la del Padre. El discípulo no espera para sí un destino diferente del destino de quien lo envió.
 
La misión consiste en presentar a Jesús y establecer la relación con él. Después –y en función de esa presentación y de la consiguiente relación– viene la instrucción que permite ahondar en esa experiencia, para ayudar a comprender sus alcances y a derivar sus consecuencias.
El discípulo goza de la libertad que le da el Espíritu Santo para amar como Jesús. Esa es su línea de fidelidad y su ruta de felicidad. El amor del Enviado y Consagrado de Dios –sellado con el Espíritu– está en función de la liberación y salvación de la humanidad. Esta doble tarea se ha de realizar en un «mundo» que esclaviza a las personas y se empeña en extinguir en ellas la aspiración a la plenitud de la vida. Para cumplir esa misión, el discípulo debe despertar, o apoyar, en todos los hombres la aspiración a una vida más plena, y ofrecerlas a todos la vida que propone Jesús y la convivencia en el Espíritu Santo. Esta propuesta es eficaz si:
• El discípulo mantiene su unión con el Señor que lo envía, fiel a su Espíritu.
• El discípulo se abre y acerca a todo ser humano para liberarlo y salvarlo.
• El discípulo «saca» del «mundo» a los hombres para llevarlos al reino de Dios.
Esta tarea es tan exigente como la del mismo Señor, y tiene iguales requisitos. Por eso recibimos el Espíritu del Señor, y nos nutrimos con su cuerpo y sangre. La comunión eucarística es fuerza para la fidelidad y la misión.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.

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