Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,14-23):
EN aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.
Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».
Palabra del Señor
Jueves de la III semana de cuaresma.
El culto «en espíritu y verdad» (Jn 4,23.24) se basa en la fe y se manifiesta en un amor universal, gratuito y fiel que imita el de Dios (lunes, martes y miércoles). Dicha fe, a su vez, se basa en la escucha atenta, reflexiva y responsable de la palabra de Dios.
«¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere el Señor que lo escuchen?» (1Sm 15,22). Contraponer el culto ritual a la escucha implica subordinar el primero a la segunda. Esa es la regla de la fidelidad establecida y reiterada por los profetas. En el Nuevo Testamento se resuelve ese dilema haciendo ver que el culto consiste en escuchar, y que la escucha se verifica llevando a la práctica la palabra del Señor.
1. Primera lectura (Jer 7,23-28).
El capítulo 7 es un largo oráculo en l que el profeta denuncia la perversión de juntar injusticia y culto como si no fueran realidades recíprocamente excluyentes. Y hace ver que el Señor se opone a que el profeta interceda por el pueblo, porque este lo disgusta con el culto a los ídolos que les sirve de pretexto para atropellar a sus semejantes (cf. Jer 7,1-20).
Este fragmento pertenece a un oráculo en el que El Señor advierte: «…cuando saqué a sus padres de Egipto no les ordené ni hablé de holocaustos y sacrificios» (Jer 7,22; cf. Is 1,11; Am 5,25; Sal 51,18). El profeta contrapone culto e injusticia. No se puede cometer la injusticia so pretexto de que el culto la subsana. Por eso aclara:
• La orden que dio el Señor fue que escucharan y siguieran el camino señalado por él (el camino del éxodo: cf. Jr 11,4); así serían él su Dios y ellos su pueblo. Siguiendo ese camino serían felices. Esta escucha se verifica en la puesta en práctica de la palabra del Señor.
• Pero ellos no escucharon, siguieron sus planes y le dieron la espalda al Señor en vez de darle la cara. «Dar la espalda» significa apartar de la vista, ignorar; «dar la cara», entablar una relación leal y transparente. No escuchar implica traicionar la alianza pactada.
• Ha sido inútil el envío constante de profetas: nunca quisieron escuchar. Después de que él los liberó de la esclavitud, el Señor les ha venido hablando incesantemente por medio de los profetas; no hay razón para no escuchar, pero ellos han sido más tercos que sus antepasados.
• Incluso ahora siguen empeñados en no escuchar. No escucharán ni si el profeta les repitiera sus oráculos, no responderán ni si les gritara. En vez de ser el pueblo que se caracterizara por la escucha de la palabra que los hace sabios, se obstinan en su insensatez.
• La sinceridad ha sido extirpada de su boca. Sin palabra del Señor en los oídos, no hay verdad en sus labios. Ya no se podrán presentar como el pueblo de la escucha y de la praxis de la palabra del Señor. Por eso su culto carece de valor y es inaceptable.
En síntesis, el pueblo, en lugar de avanzar, ha retrocedido. En tanto que los dioses de los pueblos son mudos, el Señor habla, pero eso de nada ha servido, porque ellos se volvieron a los ídolos y no escucharon la voz del Señor.
2. Evangelio (Lc 11,14-23).
El Antiguo Testamento llama «demonios» a ídolos a los que se les ofrecen sacrificios humanos (cf. Sal 106,36-37). «Demonio» connota, así, idolatría y violencia. La violencia («demonio») anula la capacidad de diálogo («mudo»). Jesús libera al hombre de la violencia (expulsa el demonio) y lo capacita para el diálogo («habló el mudo»). Entonces surgen las reacciones ante este hecho:
• Las multitudes se admiran. El pueblo raso reacciona positivamente a la acción de Jesús. Esto ya implica un cierto «plebiscito» a favor suyo. La mayoría del pueblo mira con aprobación esa actividad liberadora de Jesús. Los necesitados de libertad y vida reconocen que las obras de Jesús cumplen la esperada promesa del Dios del éxodo.
• Pero algunos «de ellos» no quieren admitir que el Señor, el Dios del éxodo, actúa por medio de él, y por eso le atribuyen a magia («Belcebú») la acción de Jesús. La actividad liberadora de Jesús lesiona sus intereses, y por eso ellos lo descalifican. No pueden permitir que en el pueblo se abra paso la idea de que Dios actúa ahora a través de este incómodo profeta.
• Otros reconocen que dicha acción es –ciertamente– liberadora, pero piensan que no tiene las características de poder que los letrados atribuían a las «proezas» de Moisés. Por eso lo «tientan» pidiéndole una señal –según sus exigencias– «de origen celestial». Según ellos, no basta la acción liberadora, se requiere, como garantía divina, una demostración de poder.
Jesús descubre sus intenciones (διανοήματα: aquí no se trata de pensamientos abstractos). Dado que él con su actividad lesiona sus intereses, se proponen que el pueblo lo mire como opuesto a Dios. Hay que hacer una distinción para comprender mejor: «Belcebú» es el nombre del dios de los cananeos; significa «señor de la morada (alta)», pero los judíos lo llamaban en arameo con un nombre que sonaba parecido, y que significaba «señor de las moscas», o «señor del estercolero». «Satanás» es un nombre hebreo que significa «acusador», y a veces «fiscal», asignado al enemigo del hombre. Por eso, Jesús replica primero la acusación central, la de que él recurre a la magia:
• Es absurdo conjeturar que el adversario de Dios y del hombre («Satanás») esté en contra de sí mismo, eso lo debilitaría. No tiene sentido que Jesús, practicando magia («Belcebú»), se ponga al servicio del poder adversario («Satanás») debilitando así su influjo sobre las personas.
• La acusación de magia se vuelve en contra de ellos, porque ellos tienen discípulos que también combaten la violencia (expulsan «demonios»). Si Jesús lo hace recurriendo a la magia, entonces también ellos y sus discípulos hacen lo mismo.
• Si –como lo hicieron las multitudes– se hubieran dado cuenta de que en Jesús está la fuerza misma de Dios («el dedo de Dios»: cf. Ex 8,15) que desacreditó a los magos egipcios, tendrían que admitir que el reinado de Dios ha llegado por medio de él.
• El «hombre fuerte» (ἰσχυρός) que cuida su «patio» (αὐλή: cf. Lc 22,55) representa el estamento dirigente que se fía del dominio ideológico que ejerce sobre el pueblo. En cambio, el «más fuerte» (ἰσχυρότερος: cf. Lc 3,16) es Jesús, que inutiliza ese dominio ideológico y «pone en libertad a los oprimidos» (cf. Lc 4,18).
• No estar de parte de Jesús es oponerse a los valores que él encarna, y, por tanto, renunciar a la plenitud humana que él ofrece; no recoger con él la cosecha (cf. Lc 3,17) es oponerle resistencia a la obra de Dios, y, por tanto, exponerse al fracaso.
«Escuchar» va más allá de «oír». Es tener la apertura suficiente para descubrir la obra liberadora y salvadora de Dios más allá de las apariencias, interpretando de forma correcta que Dios actúa donde el amor desacredita cualquier poder opresor. Ese amor «escucha» al Señor. En cambio, no «escucha» ese culto que se usa como coartada para eximirse del amor, o para hacerse cómplice del poder opresor; es signo de que la sinceridad ha sido extirpada. Llamar «obra de Dios» a lo que es obra del diablo, porque engaña y violenta al ser humano, o viceversa, llamar «obra del diablo» lo que libera al ser humano, es otra manera de negarse a escuchar.
Celebrar la eucaristía es una ocasión propicia para escuchar la palabra de Dios; recibir la eucaristía es una forma privilegiada de escuchar, porque así nos hacemos solidarios («un solo cuerpo») con Jesús, que es la Palabra encarnada, hecha hombre. Dios habla en Jesús, y al acoger a Jesús con fe escuchamos al Padre.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.
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