La Palabra del día y al reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la I semana de Cuaresma. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (18,21-28):

ESTO dice el Señor Dios:
«Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado —oráculo del Señor Dios—, y no que se convierta de su conducta y viva?
Si el inocente se aparta de su inocencia y comete maldades, como las acciones detestables del malvado, ¿acaso podrá vivir? No se tendrán en cuenta sus obras justas. Por el mal que hizo y por el pecado cometido, morirá.
Insistis: No es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 129,1-2.3-4.5-7a.7bc-8

R/. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?

V/. Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

V/. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R/.

V/. Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

V/. Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y el redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,20-26):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Viernes de la I semana de Cuaresma.
 
«El Dios de los dioses, el Señor, habla» (Sal 50,1), no es como los ídolos, que tienen boca y no hablan. Él faculta («inspira») a los que hablan «en su nombre» (enviados por él), pero no tiene problemas en rectificarlos cuando sobre su mensaje pesan más los prejuicios culturales que la experiencia del amor del Señor. Por eso la lectura del Antiguo Testamento resulta tan difícil para quienes «por observar un árbol no aprecian el bosque», y asumen posturas unívocas, equívocas o fanáticas. Pero, cuando el que habla es Jesús, el Padre puede decir «¡escúchenlo a él!» (Mc 9,7) sin restricciones, porque «al Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). El profeta Ezequiel, en su tiempo, tiene que rectificar la doctrina de la retribución, sin importar que Moisés haya dado pie para que se forjara la doctrina tradicional. Jesús afirma mucho más que el profeta la responsabilidad de cada uno en las relaciones interpersonales y en las relaciones de convivencia social.
 
1. Primera lectura (Ez 18,21-28).
El capítulo entero es una afirmación de la responsabilidad personal. Cada uno es responsable de sí mismo y se atiene a las consecuencias de sus actos. Ni el padre responde por el hijo, ni viceversa (cf. 18,19-20). La doctrina en sí es novedosa y hasta heterodoxa.
 
Se afirma esto en tono polémico, incluso contra lo tenido por verdades admitidas por todos: era común afirmar que Dios castigaba «la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (cf. Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18) e, incluso, se presentaba la actitud de Dios como recíproca, o sea, se decía que su conducta dependía de la del hombre (Dt 7,9-15); pero había también dichos en contra de esa concepción vindicadora, prohibiendo que unos tuvieran que responder por las culpas de los otros, y responsabilizando a cada uno de sus acciones (cf. Dt 24,16).
 
Razón última de esa afirmación de la responsabilidad individual: Dios quiere salvar, no condenar; «sobre el justo recaerá su justicia, sobre el malvado recaerá su maldad». Por eso, el Señor deja paso al arrepentimiento, para que cualquier persona cambie en relación con él («se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos») y con el prójimo, de acuerdo con las exigencias de la alianza con el Señor («practica el derecho y la justicia»). Si lo hace, tiene asegurada la vida.
 
El malvado es un muerto en vida, pero puede volver a la vida y «no se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo vivirá»; el justo vive, pero puede hacerse malvado y morir; «no se tendrá en cuenta la justicia que hizo: por la iniquidad que perpetró y por el pecado que cometió morirá». Por su parte, el Señor quiere que todos vivan.
 
El Señor es justo reconociendo y respetando la libertad humana. Cada uno decide su vida, nadie es heredero de culpas o de méritos ajenos; tampoco la propia culpa impide el cambio, ni la justicia vivida exime para siempre de responsabilidad. Pero esto no significa que maldad y justicia estén en igualdad de fuerzas en el corazón humano, porque en este prevalece el designio salvador del Señor, que quiere que el hombre viva, y no que perezca.
 
2. Evangelio (Mt 5,20-26).
En el Antiguo Testamento se considera «justo» al hombre cumplidor de la Ley de Moisés. El discípulo de Jesús tiene un criterio superior: «justo» es el que va más allá de la Ley, guiado por el Espíritu de Dios. Por ejemplo, no basta con respetar la vida ajena, evitando matar, hay que evitar todo lo que daña las relaciones humanas.
 
Jesús propone una gradación de condenas que va en ascenso según la gravedad del daño causado a la relación con el semejante. No se deben entender sus palabras como la formulación de una nueva casuística, sino como valoración de las actitudes que favorecen o entorpecen la relación fraternal. La ira contra el otro, el desprecio o la exclusión del semejante afectan la convivencia y, por eso, ameritan la intervención de los tribunales de la comunidad. El que excluye a otro termina excluyéndose a sí mismo.
 
Es preciso ver claro que la reconciliación con Dios pasa a través de la reconciliación con el prójimo. Hasta tal punto es esto cierto, que reconciliarse con el «hermano» tiene prioridad sobre el culto ritual, porque la reconciliación es culto vital. Por eso hay que hacerse creativo, hábil y experto en zanjar diferencias legales, antes de que los pleitos arruinen sin remedio la propia vida y la convivencia con los demás. La ley no alcanza para crear las relaciones humanas propias de la nueva sociedad, «el reino de los cielos».
 
2. Evangelio (Mc 14,53-64).
Jesús, llevado a juicio por los tres poderes: el religioso («sumos sacerdotes»), el laico («senadores») y el ideológico («letrados»), es conducido ante el sumo sacerdote, el jefe político de Judea y jefe religioso de todas las comunidades judías. Pedro, después de abandonarlo, lo sigue, aunque «de lejos», por interés, con afecto, pero sin implicarse; no se solidariza con su suerte. De hecho, se junta con los incondicionales de los que encausan a Jesús, pero abrigando la esperanza de que él reaccione en contra de ellos.
 
El juicio no busca justicia, sino condena, así haya que recurrir a falsos testimonios; pero estos testimonios se neutralizan entre sí, de manera que buscan que Jesús se auto incrimine, pero él no se defiende. No tiene caso, porque el juicio es ilegítimo por donde se lo mire. Él no legitima la falsedad ni la mala fe.
 
Como Pedro esperaba, él se declara Mesías, pero, en contra de sus expectativas, Jesús no procede contra sus acusadores. No obstante, esa respuesta les basta a los acusadores para presentarlo como subversivo y agitador ante Pilato. Pero Jesús les advierte que rechazándolo a él se exponen a rechazar a Dios y a arruinar su nación, en tanto que a él lo favorecerá la Fuerza (de vida), insinuando así su resurrección. Por injusto que el juicio sea, el resultado le será favorable. Él, por amor, intenta salvarlos de la auto condenación. Pero ellos insisten en condenarlo incluso a costa de sí mismos. Al declarar su muerte y comenzar a ejecutarla deciden su propia suerte.
 
La diáfana afirmación de la responsabilidad personal es un paso importante para el logro de la madurez humana. La ausencia de dicha responsabilidad es muestra clara de infantilismo. Por eso muchos recurren al expediente de responsabilizar de sus acciones a los astros, a los espíritus, a los demonios… a lo que sea, con tal de no asumir ellos su responsabilidad. Es preciso superar esa superstición para superarse a sí mismo asumiendo la propia y personal responsabilidad.
 
Pero eso no basta, porque es necesario cultivar actitudes positivas, creativas, generadoras de unas nuevas relaciones interpersonales, maduras, fundadas en el amor. Esto es lo que el Espíritu de Jesús hace posible en todo el que le dé su adhesión. Hacer que el hombre se responsabilice y sepa respetar al otro, es tarea de la ley; lograr que el hombre construya una nueva convivencia, cada vez más grata, es la obra del Espíritu. Por la Ley respeta la vida ajena; por el Espíritu pone su vida al servicio de los demás. A eso nos compromete Jesús cuando se nos entrega él mismo para darnos vida. Y nosotros le respondemos: «¡Amén!» («¡De acuerdo!»).
Feliz viernes penitencial.

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