Son las 12:00 del medio día. El sol de las cabañuelas de uno de los primeros días de enero reverbera sobre las piedras de las calles de Villa Merlano, un barrio subnormal de San Benito Abad (Sucre).
Mientras me dirijo al lugar donde organizan la olla comunitaria es inevitable toparse en el camino con decenas de perros raquíticos que cruzan de una casa a otra buscando la mejor sombra para guarecerse del calor insoportable. Un grupo de niños juegan sin camisa, sin temor al sol incandescente. Precisamente este barrio ha sido seleccionado para poner en marcha el proyecto de ollas comunitarias de la Presidencia, destinado a las personas que fueron afectadas por la ola invernal.
Llego al lugar donde se cocinan los alimentos, me abro espacio entre la gente que se encuentra activa alrededor de unas calderas gigantes que humean incansables.
Pregunto a viva voz: —¿Dónde se encuentra William?
Una señora con un gorro de chef me señala: —Ahí está el Dr.
Atisbo a William, que le hace un gesto a la señora reprochándole que le diga doctor. Él, William Barreto, ha sido el que ha aterrizado el proyecto en el barrio.
Mientras me tomo un oloroso tinto, exhorto a William para que me cuente un poco sobre la experiencia que con éxito ha arrancado en Villa Merlano.
Sin ninguna inflexión de voz comienza a narrar su odisea. —No ha sido fácil, me dice mientras se seca el sudor de la frente con el dorso de su mano derecha.
—Este es un proyecto de la Presidencia para los afectados por la ola invernal. No obstante, el proyecto es enfático en sugerir que debe ser ejecutado por la junta de acción comunal de cada localidad.
Mientras dice esto, crispa las cejas y continúa.
—Entonces te puedes imaginar el lío: en San Benito, me refiero al casco urbano, no hay una junta de acción comunal.
Mientras anota en una libreta, una lista de las cosas que se deben comprar para la próxima olla, le pregunto: —¿A cuántas personas beneficia este proyecto?
—Directamente, a unas doscientas personas, e indirecta, a 400 o 500, me responde. Hay mucha necesidad en el sector, continúa.
—Hay que organizarse –me dice, rompiendo todo el hilo de la conversación. Es lo que busca este gobierno, que la gente se organice. Hace una breve pausa y sigue: —Si alguna persona, al final, se sintió fuera de este gobierno, fue porque sencillamente no se organizó.
Lo más importante de todo esto es que la gente se está organizando, incluso los habitantes de los corregimientos están buscando afianzarse mediante la organización.
William relata que al principio fue rechazado, pues la comunidad está prevenida y no cree en ninguna promesa política. La clase dirigente que se ha mantenido en el poder ha sembrado esta semilla de la desconfianza. Y por si fuera poco, la misma gente se resiste a organizarse. No le han faltado los problemas. Cuenta que más de uno ha querido pescar en río revuelto y que ha sido blanco de calumnias. Sin embargo, una auditoría de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, se encontró con que este proyecto es uno de los mejor ejecutados en el país.
Los platos suenan en la cocina y algunos habitantes de Villa Merlano, al menos hoy, tendrán dos comidas. Me despido de William, quien antes de irme, sentencia: —No se le olvide que la organización es la clave, pero la iniciativa de organizarse debe surgir de la misma comunidad.
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