El tejido de 26 mujeres en Pileta: más que una manualidad

Las clases de tejido para estas mujeres de Pileta son más que eso; se convierten en un espacio de convivencia y disfrute.
Angeles

En la escuela pública de San José de Pileta, un corregimiento de Corozal que se hizo famoso por las manos benditas de un poblador que ‘arreglaba’ a quienes se quejaban de alguna dolencia muscular, se han multiplicado las manos prodigiosas.


Ya no para tratar a los apesadumbrados por ‘aires’, o a los zafados, sino para dar vida a creaciones que son, al tiempo, un talento desarrollado y un emprendimiento.

Son 26 mujeres que han vivido en carne propia el desplazamiento forzado, pero que, sin desconocer el daño que les produjo la violencia, se muestran más como entusiastas y futuras empresarias, y luego como víctimas de aquel delito cruel que es salir obligadas de sus tierras.

Todas están, como sus niños o familiares más chicos de la casa, ‘matriculadas’; solo que ellas, en el curso de tejido al que asisten disciplinadamente en el colegio de Pileta cada tarde que son convocadas.

Se ríen, conversan, buscan entre sus bolsos los útiles, se sientan y se concentran. Poco diferencia la actitud de ellas de las de sus niños, pues a la hora de aprender son tan libres como ellos.

A cambio de salones, prefieren la amplitud del aula de reuniones, donde no hay paredes ni rejas que atajen las ideas que, a diferencia de las aves de corral que las ‘escoltan’ desde los patios vecinos, vuelan sin límite alguno.

Un poco tímida pero dispuesta, Margelis Pérez Mercado, una de las líderes del grupo, cuenta que lo más demorado fue reunir a sus compañeras; lo de empezar clases fue lo de menos y lo más esperado por todas.

«Yo escogí al personal, la muchacha [de trabajo social] vino y nos trajo la maestra», señala ya sin miedo a las cámaras, y se explaya confiada en que su visión, como la de sus compañeras, es «llegar a futuro» con los aprendizajes.

Aunque no es el primer curso que hacen, todos con el apoyo del Sena, incluido este de tejido –en el que también se involucró Afinia como impulsor del mismo–, empiezan esta experiencia como si fuera la primera.

Así también lo ve Manira Meza Pérez, que salió desplazada hace 17 años de una vereda y encontró acogida en Pileta. Al recibir las herramientas para el tejido, explica que, como ama de casa, se dedica al trabajo doméstico, pero aclara que la alegría de formarse en este nuevo curso le da la esperanza de sacar adelante a sus hijos con un trabajo alterno.

Beatriz Herazo Barreto, otra de las juiciosas alumnas del curso, está por primera vez en una experiencia como esta y su perspectiva es lograr la elaboración de una cartera, un bolso y un monedero que tienen por misión realizar.

«Esto da para vivir, para sostenernos, después de que uno salga adelante», manifiesta con notoria convicción.

Uno que otro niño que no se aguanta en la casa o que ellas deben llevar para que no queden solos, se cuela en las clases sin que eso las distraiga del tiempo que, en ese momento, es primordialmente, para ellas.

Soffi Santís Martínez, gerente de Afinia en Sucre, considera que este tipo de iniciativas contribuyen al perfeccionamiento de habilidades y destrezas, así como al aprovechamiento del tiempo libre.

«En un proyecto que les permitirá generar ingresos sin salir de casa. Los sucreños somos personas muy creativas, nos gusta idear e innovar. Este curso será el primer paso para grandes creaciones y emprendimientos que nos llenarán de orgullo», augura.

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