Entre los centenares de devotos que se veían antes de empezar la procesión al Dulce Nombre de Jesús, había uno que no transmitía prisa por caminar.
Esperó paciente en un pretil aún caliente por el sol de todo el día. Mirada fija a la imagen más venerada por los sincelejanos y acompañada de su hija Maribel Puerto y su nieta Maria Ángel Martínez, es claro que la cuestión es de tradición.
La historia de Carmen Monterroza Pérez alrededor de la efigie sagrada comenzó hace 60 años. El «Cabecita de oro», como también lo llaman, ya era tal cuando los cabellos de ella no tenían el blanco de hoy y ambos hacían gala de la inocencia de la niñez.
La cercanía y fervor a la imagen se la debe a una tía de la que tiene los mejores recuerdos.
«Vengo desde que estaba joven, señorita. Figúrese usted. Setenta y ocho años (tengo). La tía mía era solterona y le gustaban todas las procesiones, se llamaba Pastora Monterroza. Ella vivía en la calle El Bolsillo», rememora.
Pastora no iba a fiestas, por lo menos las mundanas. Mas sí a todas las religiosas. «A procesiones. Rezábamos, y velas y todo eso. A ella le gustaban mucho las procesiones, y a mí me quedó gustando», añade.
Sus acompañantes no están con ella en vano. Saben que Pastora dejó una huella de fe que no puede acabar. Hija y nieta lo asienten con una mirada de entre alegría y respeto. No queda duda de que serán fieles a lo que han recibido.
Carmen, de blusa amarilla con mangas cortas y una falda blanca que le tapa hasta las rodillas, es de esas abuelas recatadas que viven la fe con recelo. De su relato se desprende una mujer conforme, como el vallenato, que aunque «se merece muchas cosas», le agradece y pide a Dios una en especial. La califica como un favor recibido año tras año del Dulce Nombre de Jesús:
«La salud, apenas. La salud, le pedimos tanto la salud. Esa imagen para mí es el mismo Dios. Uno le pide a él. A los que dicen que para qué vamos a eso, les digo que sí vamos, porque somos católicos. Hay muchos que no llevan esa tradición, pero uno sí».
Para ella, la procesión debe continuar. Quiere conservar su salud para transmitir intacta la fe y la tradición que un día recibió una tía que, haciendo honor a su nombre, la guió como una oveja al rebaño.
Multitudinaria
La procesión de este año convocó a centenares. Familias, niños, señoras de edad y jóvenes. Las velas encendidas de siempre no faltaron. Tampoco las plegarias en altavoz y la presencia de las candidatas; una sosteniendo el estandarte del Dulce Nombre y el resto sosteniendo cintas que se desprendían de este.
A llegar a la catedral, la bienvenida del párroco y la compañía de los otros padres que ofician ahí. Muchos esperaban al «santico» más querido por estas tierras, porque doña Zaida Martínez, su custodia de toda la vida, fallecida hace ocho meses, lo prestaba la noche de la procesión y hasta el día siguiente después de la misa en la que bendicen especialmente a los niños. A ella, como a Carmen, también le encargaron una tradición: cuidar del Dulce Nombre de Jesús, para que él cuide de Sincelejo.
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