Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,21-24):
EN aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
Palabra del Señor
Martes de la I semana de Adviento.
La llegada del Mesías conduce a un nuevo conocimiento de Dios que muestra sus alcances en la vida personal y en la convivencia social. No se trata de un saber de carácter académico, sino de un conocimiento experimental. Quien conoce a Dios vive y convive de un modo consecuente con esa experiencia que tiene de él. El saber intelectual es muy importante para la humanidad, pero, en el caso de Dios, es del todo insuficiente, ya que el conocimiento de Dios necesariamente genera la paz, porque exige la práctica de la justicia.
1. Primera lectura: promesa (Is 11,1-10).
El oráculo apela a dos imágenes para ilustrar el conocimiento del Señor, el Dios que sacó a Israel de Egipto: la primera, vegetal; la segunda, animal. En el centro de ellas muestra las consecuencias de dicho conocimiento en el país: sus habitantes no harán daño ni estrago.
1.1. El tocón de Jesé.
La imagen de un árbol talado casi hasta sus raíces sirve para describir la situación de la dinastía de David. Por eso lo denomina «el tocón de Jesé», nombre del padre de David. La promesa del Señor mantiene vivo ese tocón, y ahora recibe la acción del Espíritu del Señor. Cuatro veces se nombra el Espíritu. Es, al mismo tiempo, aquel Espíritu que puso orden en el caos (cf. Gn 1,2) y que le da vida al cementerio en que se convierte el pueblo en el exilio (cf. Ez 37,9). Seis atributos se predican de él. Es una infusión de vida que queda abierta a una plenitud posterior.
1.2. Las consecuencias.
Se excluye el juicio temerario, basado en falsas impresiones de vista o de oídas, y se afirma el juicio justo, con énfasis particular en los desprotegidos y en las víctimas de la opresión; y en su favor se asegura una sentencia justa. Da garantías de que no habrá impunidad, pero la ejecución del violento, su pena de muerte, consistirá en la fuerza concluyente de la sentencia oral, no en la eliminación física. El vástago de David se caracterizará por ser justo y leal.
1.3. Los animales.
La evocación del paraíso campea en la segunda imagen. Las relaciones entre vivientes, animales y humanos, evocan la paz paradisíaca. Conviven los antagónicos (el lobo carnívoro y el cordero herbívoro…), y la figura humana aparece despojada de todo rasgo de poder y de violencia: un niño los pastorea, es decir, está a su servicio para conducirlos a alimentarse y a abrevar. Tampoco hay peligro para el niño, pues la armonía rige las relaciones recíprocas.
2. Evangelio: cumplimiento (Lc 10,21-24).
El prometido Espíritu del Señor es el Espíritu Santo, que descansa sobre Jesús, el Mesías ungido para dar cumplimiento a las promesas (cf. Lc 4,18ss). Movido por él, Jesús exulta de gozo por dos motivos: la presencia activa de la salvación, y la nueva relación entre Dios y la humanidad.
2.1. La salvación.
El designio de Dios está al alcance de los sencillos, los que quieren vivir y convivir en libertad, humildad e igualdad. Pero está fuera del alcance de los que el profeta llamó «sabios y entendidos» (Is 29,14), los que alardeaban de un saber académico que no los comprometía en absoluto. Los intelectuales de la época no entendían las obras del Mesías, las rechazaban, pero el pueblo sencillo veía en ellas la obra misma del Dios que los sacó de Egipto.
2.2. La relación.
El verdadero conocimiento de Dios es experimental y relacional, no teórico. Conocer a Dios es vivir y convivir como Jesús. A Jesús solo lo conoce el Padre, y al Padre solo lo conoce Jesús y aquel a quien Jesús libremente se lo revele. Para conocer a Dios hay que aprender a ser su hijo, porque él es Padre. Quien conoce al Padre no lo demuestra ufanándose de un saber reservado a iniciados, sino amando como el Hijo, y apartándose de toda maldad o complicidad con el mal.
Las estadísticas pueden llevarnos a la conclusión de que nuestro país «está lleno del conocimiento del Señor», porque arrojan datos según los cuales un significativo porcentaje de su población es bautizada. Pero las mismas estadísticas señalan crímenes contra el ser humano, maltrato a los animales, juicios temerarios contra personas, millones de víctimas, daños y estragos por todo el país en proporciones alarmantes. Esos datos no se compaginan.
Por otro lado, Jesús sigue exultando de gozo y bendiciendo al Padre porque existen hijos que han desentrañado el verdadero secreto del Padre, su amor ilimitado, incondicional, invariable, y se han comprometido a vivir y a convivir con base en ese secreto. Solo conoce al Padre quien convive con los demás como hijo suyo, a imitación de Jesús.
En la comunión eucarística expresamos nuestra decisión de asimilarnos a Jesús, no a demostrar dominio sobre saber teórico alguno. Por eso Pablo solía decir que entre los corintios prefirió «ignorarlo todo, excepto a Jesús Mesías y, a este, crucificado» (cf. 1Co 2,1-2). Es preferible dar testimonio del amor entregado a presumir de un saber académico que orgullosamente distancia de los demás.
Feliz martes.
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