Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,10-17):
Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacia dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.»
Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.»
Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?»
A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.
Palabra del Señor
Lunes de la XXX semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El seguidor de Jesús, en cuanto persona, como testigo del Señor, y su comunidad, en cuanto tal, como testigo del reino de Dios, se constituyen en alternativa, es decir, en una nueva opción para vivir (hombre nuevo) y convivir (nueva sociedad). Esta nueva opción consiste en proponer la persona de Jesús como ideal de vida humana, y el reino de Dios como ideal de convivencia social. Optar por Jesús y entrar a formar parte de su Iglesia implica un cambio radical de mente y de conducta.
Ese cambio se puede apreciar en las calidades personales: sinceridad, renuncia al rencor, al robo, al vocabulario ofensivo; búsqueda del trabajo honrado y del lenguaje positivo; seguir los impulsos del Espíritu, no los de «la carne», cultivar el buen trato y brindar el perdón con facilidad, para parecerse cada vez más a Dios (cf. Ef 4,17-31).
Así, el autor lleva a ver que la fe cristiana no es un asunto meramente íntimo –aunque sí lo es, y muy íntimo–, sino también un fenómeno de profundas y dilatadas repercusiones sociales. No se puede decir que el cristiano sea un «revolucionario», ni que el reino de Dios es una «revolución» –en el sentido moderno de esos términos– porque el término es etimológicamente inexacto, ya que «revolución» (latín revolutio) implica la noción de «volver atrás», e históricamente se asocia al recurso a la violencia; ambas acciones están descartadas por la esperanza y el amor cristianos.
Ef 4,32-5,8.
El modelo de vida y convivencia para el cristiano son el amor y el perdón de Dios por medio del Mesías. Por eso, se trata de ser «hijos» de Dios, es decir, reproducir su conducta, amando según el modelo de amor propuesto por el Mesías, el cual con su entrega se consagró como Hijo. Jesús inculcó la imitación de Dios como Padre (cf. Mt 5,45.48; Lc 6,36). En las cartas de Pablo, él se presenta como imitador del Mesías y se propone a la imitación de los fieles (cf. 1Tes 1,6.7; 1Cor 15,24-28), pero parece que Jesús propone imitar a Dios en el ser, en tanto que Pablo se propone a la imitación en el hacer.
Esa imitación de Dios como hijos que quieren parecerse a su padre excluye unas conductas que, de suyo, niegan el amor: por un lado, la lujuria (πορνεία), la inmoralidad (ἀκαθαρσία) y la codicia (πλεονεξία) forman la triada básica, de la cual se derivan, por el otro, y para mencionar seis (lista incompleta, pero bastante indicativa): la obscenidad (αἰσχρότης), la estupidez (μωρολογία) y la chabacanería (εὐτραπελία). Las tres primeras aparecen como causales, son impensables, «de eso, ni hablar; es impropio entre consagrados»; las otras tres aparecen como manifestaciones, pero «están fuera de lugar», no tienen cabida entre «consagrados». En lugar de todo eso, exhorta «dar gracias a Dios» (εὐχαριστία). Esta acción de gracias entraña reconocer el amor de Dios y darle testimonio público de gratitud.
Vuelve a los comportamientos básicos y hace una advertencia perentoria: nadie que se dé a la lujuria, a la inmoralidad o a la codicia (la cual declara verdadera «idolatría») podrá tener parte en «el reinado del Mesías y de Dios», puesto que son manifestaciones de egoísmo que impiden las relaciones de amor propias de la nueva sociedad. Al hablar juntamente del «reinado del Mesías y de Dios», quiere dejar claro que se refiere a la etapa histórica del reino de Dios, es decir, que esas conductas no son admisibles en la Iglesia (reino del Mesías), porque tampoco tendrán lugar en el reino de la vida definitiva. En 1Cor 15,24-28, muestra la secuencia de uno a otro reino
Y previene a sus interlocutores en contra de quienes proponen doctrinas que justifican prácticas contrarias al modo de vida y de convivencia propio del reino, porque esas cosas acarrean «la ira (reprobación) de Dios sobre los rebeldes». Se refiere a que esas conductas, propias de su anterior vida pagana, causan la ruina personal y comunitaria, porque Dios no las respalda, y, sin el apoyo de Dios, tales personas y comunidades construyen sobre cimientos falsos. Por consiguiente, lo que han de hacer es denunciarlas sin contemplaciones, como luz que brilla en las tinieblas. Vale la pena recordar que «rebelde», cuando tiene por objeto a Dios, no se refiere a la oposición a un dominio tiránico, sino, al contrario, a la resistencia a dejarse liberar por él (cf. Ef 2,2). Se trata de pasar de «la tiniebla» a ser «hijos de la luz» (cf. Ef 5,9-20, omitido).
El autor ha venido recordando la catequesis bautismal. Antes se había referido al vestido nuevo («revestirse del hombre nuevo»: 4,24); luego a la imitación de Dios (5,1), y, ahora, al contraste luz-tinieblas (5,8). Esta toma de conciencia de la dignidad propia del bautizado es otra invitación a la coherencia de vida y a la construcción de la nueva convivencia, la Iglesia, portadora y testigo del «secreto de Dios», que es también «el secreto del Mesías». En el trasfondo de esta exhortación está el reino de Dios en la historia, («el reino del Mesías»), que es la realización del «misterio» a favor de la humanidad. El cristiano no puede perder de vista esa visión y esa misión.
La liturgia del cristiano (su culto a Dios) consiste en vivir y convivir de tal manera que con su vida y su convivencia anuncie la buena noticia de Jesús y le denuncie al «mundo» su injusticia. La celebración de la eucaristía debe ser estímulo tanto para la vida y la convivencia cristianas como para la denuncia profética del «pecado del mundo». Cuando en la eucaristía se nos ofrece el pan como presencia viva del «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», entendemos que la eucaristía no termina en la intimidad de nuestro corazón, sino que, desde allí, está ordenada a repercutir en los diversos medios en los que nos desenvolvemos quienes la recibimos.
Feliz lunes.
Comentarios en Facebook