(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)
Palabra del día
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Año II
Color verde
Primera lectura
Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espiritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Sácianos de tu misericordia, Señor.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Dános alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas. R/.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosostros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Segunda lectura
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,17-30):
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando. y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Después de haber señalado con insistencia el ansia de prestigio como un serio obstáculo para el seguimiento, Jesús va a señalar ahora otro, la codicia de riqueza. Dado que él anuncia y propone el reinado de Dios e invita a construir su reino, deja claro que el reinado de Dios no acontece a golpes de poder, como reinan los reyes de la tierra, y que su reino no es una réplica de los reinos de la tierra, en los que los hombres rivalizan entre sí movidos por intereses egoístas y mezquinos.
Mc 10,17-30.
El fragmento del evangelio de Marcos que leemos este domingo relata el encuentro de Jesús con un rico angustiado por el problema de la muerte, y las repercusiones de este encuentro entre los discípulos de origen judío. Vemos tres momentos: el diálogo de Jesús con el rico, la enseñanza de Jesús a sus discípulos respecto de la riqueza, y la preocupación del grupo por su futuro.
1. Diálogo de Jesús con el rico.
Los hechos suceden en el «camino», esto es indicio de que tienen importancia para el seguimiento de Jesús. El hombre que se aproximó a Jesús apareció de pronto, se le acercó corriendo, en señal de la prisa que lo urgía, y se arrodilló ante él, gesto con el que expresó la angustia que lo acosaba.
Se dirigió a Jesús tratándolo de «Maestro insigne», reconociendo así que Jesús podía enseñarle y guiarlo para superar su zozobra. Su pregunta supone que él ansiaba la plenitud de la vida y que sus riquezas no le habían dado respuesta a esta inquietud. Pero, sobre todo, supone que él creía que la plenitud de la vida se logra con acciones, no con un cambio personal; por eso le preguntó a Jesús «¿qué tengo que hacer?», seguramente pensando en los mandamientos.
Jesús reaccionó con una pregunta para aclarar el punto de partida, porque «insigne como Dios, ninguno». Es decir, en cuestión de obtener la plenitud de vida, Israel ha tenido el más insigne de los maestros: Dios. Así que lo remitió a los mandamientos. La enseñanza de Dios al respecto es clara y no necesita de intérpretes ni maestros. Pero, al enumerar los mandamientos, Jesús solo mencionó los que se refieren al prójimo, sin referencia a Dios ni a la religión, o sea, le propuso un código de conducta ética válido para cualquier ser humano, religioso o no, dando a entender que la relación verdaderamente humana, honrada y solidaria, es suficiente para lograr la plenitud de la vida. Esa es la única exigencia de Dios para dar la vida eterna, y vale para todos. De nuevo, Jesús igualó a judíos y paganos, ahora en la posibilidad de lograr la plenitud de la vida.
El rico declaró haber cumplido todo eso desde su juventud, lo que indicaba que su inquietud no tenía solo que ver con el futuro, sino también con el presente. Entonces Jesús buscó comunicarse con él de manera más personal («se lo quedó mirando») y le demostró su amor invitándolo a ser seguidor suyo, habida cuenta de su libre voluntad de alcanzar la vida en plenitud. Solo «una cosa» le faltaba para satisfacer su anhelo actual de vida: además de no hacer daño, empeñarse en hacer el máximo bien posible, pasar de ese amor mínimo que son los mandamientos al máximo amor que se pueda concebir. Por eso lo invitó a salir de su zona de comodidad, en donde había crecido apoyado en la riqueza e insensible al sufrimiento ajeno, y a preocuparse por mejorar la condición de los desposeídos. Solo así podía entrar en la comunidad de Jesús, añadiendo a su preocupación por el más allá su compromiso con el más acá. Y así podría disfrutar desde ya la vida eterna.
El rico reaccionó con extrañeza y desagrado, y, en vez de seguir a Jesús, se alejó de él lleno de una gran pesadumbre, porque le resultaba impensable desprenderse de sus muchas posesiones.
2. La enseñanza de Jesús.
Jesús aprovechó el hecho para hacerles ver a sus discípulos la dificultad de los que tienen dinero para entrar en el reino de Dios. Ante la reacción de desconcierto por parte de ellos, señal de que también sentían apego por el dinero, Jesús insistió en que la confianza en las riquezas impide al ser humano entrar en la comunidad que se esmera por instaurar en esta tierra la nueva sociedad, el reino de Dios, y llamándolos cariñosamente «hijos» les mostró su amor haciéndoles ver que la confianza en la riqueza, en la práctica, engaña al hombre con una falsa seguridad y le hace pensar que el reino de Dios es un obstáculo para su realización.
Los discípulos se preguntaron cómo sería posible que el hombre subsistiera sin el apoyo de las riquezas materiales. Pero Jesús los invitó a cambiar de perspectiva: pensando a lo humano, resulta imposible, actuando unidos con Dios, es del todo posible. Reemplazando el egoísmo por el amor de Dios, la subsistencia sin apego a la riqueza deja de ser problema.
3. La preocupación del grupo.
«Pedro» intervino entonces para alegar méritos por parte del grupo y para reclamar derechos. Él alegó que el grupo lo había dejado todo y que desde entonces había venido siguiendo a Jesús (cf. Mc 1,18.20). Quería que Jesús se refiriera en concreto al futuro del grupo. Lo primero que afirmó es verificable, lo segundo no. Por respuesta, Jesús afirmó categóricamente que nadie que dejara sus seguridades se vería privado de la ayuda de Dios. Y no se refirió a una ayuda cualquiera, sino a la máxima: «cien veces más» (cf. Mc 4,8). En la primera enumeración, la que se refiere a lo que se renuncia, estas realidades están unidas por la disyuntiva «o» (ἢ), indicando alternativas, no una simultaneidad, es decir, no hay que dejar todo lo que él enumera. En cambio, en la segunda, esas mismas realidades (excepto una) están unidas por la conjuntiva «y» (καὶ), señal de simultaneidad. Lo único que falta en la segunda enumeración es el «padre», por dos razones: porque el padre en la sociedad patriarcal era el principio de dominio y posesión, y porque en el reino el único padre es Dios, fuente de vida y libertad. Sin embargo, el reino de Dios, al oponerse al reino del dinero, encontrará resistencia en los que pongan su confianza en la riqueza, y estos perseguirán a los que propongan el reino de Dios. Pero los ciudadanos del reino tienen garantizada la vida eterna.
La riqueza, en sí misma, no es obstáculo para el seguimiento de Jesús, sino la actitud del hombre ante ella. La indiscutible necesidad de los bienes de la tierra para la subsistencia puede conducir a exagerar esa necesidad por encima del bien de la vida personal y de la convivencia social. Eso lleva al individualismo insolidario, a la división y la rivalidad entre individuos y grupos, y, sobre todo, a la negación de la igualdad y la fraternidad entre las personas. Eso choca con el reinado de Dios y hace imposible construir su reino. La propuesta de Jesús permite al ser humano vivir el amor en la historia y, desde ya, experimentar la dicha de la vida futura.
Las auténticas comunidades cristianas asocian la vida presente y la vida futura por la experiencia del Espíritu Santo, que permite experimentar aquí y ahora el amor del Padre y hacerlo sentir en las relaciones sociales. Y las asambleas dominicales son espacios privilegiados para que confluyan la historia y la eternidad estimulando la responsabilidad histórica con la certeza de la vida eterna.
¡Feliz día del Señor!
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