Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):
EN aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
Nuevamente presenta el evangelio la figura de un recaudador de impuestos, pero esta vez desde su condición de pecador y haciendo tránsito a la condición de salvo en cuanto hijo de Abraham. El recaudador de este relato está dibujado con cinco trazos:
a) Es de origen israelita (ἀνήρ), circuncidado y miembro del pueblo de Abraham, pero traidor a su pueblo y aliado de los romanos que ocupaban el territorio judío.
b) Es «puro» de nombre (זַכִּי, Ζακχαῖος: «puro», «inocente»), pero de conducta reprochable. En este rasgo se parece a los fariseos, «tumbas sin señal» (cf. Lc 11,44)
c) Es un «jefe de recaudadores» (ἀρχιτελώνης), es decir, un rapaz explotador tanto de su pueblo como de los recaudadores que estaban subordinados a él.
d) Es rico (πλούσιος), con un enriquecimiento criminal, porque ha amontonado una fortuna que es producto de la opresión y de la explotación.
e) Es «bajo de estatura» (μικρός τῃ ἡλικίᾳ), como consecuencia de lo anterior; es decir, es un ser que no da la talla humana, que se ha deshumanizado.
La circunstancia del encuentro de él con Jesús establece una sutil comparación entre la prostituta Rahab, que ayudó a Josué a entrar a Jericó, y que por eso se salvó con su familia, y el recaudador Zaqueo, que con alegría acoge en su casa a Jesús, y este lo declara salvado con toda su casa.
Lc 19,1-10.
La entrada de Jesús en Jericó carece del triunfalismo de la entrada de Josué; apenas se menciona, no se describe. Mientras atraviesa la ciudad, aparece Zaqueo, afanado por distinguir a Jesús, pero impedido de hacerlo por la multitud y su baja estatura. Tiene dos obstáculos: la multitud es para él un estorbo; la baja estatura humana, su lastre personal. Pero trata de superar sus obstáculos, por eso se apresura a buscar una forma de hacerlo.
El sicómoro (συκομορέα) al que se sube para ver a Jesús es otra de las plantas de la familia de las moráceas, la tercera que nombra el evangelista. La primera, la higuera, era figura de la institución judía (cf. Lc 13,6-7), la segunda, la morera, era figura de ese mismo pueblo en cuanto infiel (cf. Lc 17,6). El sicómoro es una higuera egipcia cuya madera era usada para ataúdes de momias. Ese sicómoro coincide con «el lugar» por donde Zaqueo pensaba que iba a pasar Jesús. «El lugar» es designación técnica del templo. Con este artificio literario, Lucas da a entender que Zaqueo, con el fin de conocer a Jesús, regresa a la institución que lo ha excluido, sin darse cuenta de que esta institución reproduce el mismo sistema de dominación que hubo una vez en el antiguo Egipto, es un «nido de víboras» (Lc 3,7-9), un cajón para muertos.
Por eso Jesús lo manda bajarse enseguida y le explica que es designio de Dios que él se aloje en su casa. Zaqueo accede y lo acoge con alegría, mientras «todos» censuran a Jesús, incluidos sus discípulos, hasta ahora disueltos en la multitud. El hecho de hospedarse en casa de un pecador, a los ojos de todos, lo hace cómplice de su pecado, según las leyes de pureza e impureza. En esta censura contra Jesús se advierte la mentalidad farisea que domina el ambiente de la ciudad. Pero en la alegría de Zaqueo se percibe el despunte de la nueva época: el Mesías está a la vista, y esto es motivo suficiente para la alegría (cf. Lc 1,17.28.57; 2,10).
Zaqueo se hace eco de las exigencias de enmienda propuestas por Juan Bautista (cf. Lc 3,10-14), que se atienen a las prescripciones de la Ley; pero va más allá, las desborda. La Ley solo preveía la restitución cuádruple en un único caso (cf. Exo 21,37); en los demás era siempre inferior (cf. Exo 22,1-15; Lev 5,20-25; Num 5,5-7), pero Zaqueo generaliza para sí mismo la exigencia hecha una vez por David (cf. 2Sam 12,6). Esta enmienda de su conducta individual resulta suficiente para obtener la salvación, como había enseñado Jesús (cf. Lc 18,18-20: «vida definitiva»).
Sin embargo, ni Zaqueo da su adhesión a Jesús, ni él lo invita a seguirlo. La razón está en que el recaudador hace una rectificación que se mantiene en los términos de la Ley –judía o romana–, por muy severa que esta sea, en tanto que Jesús pide la renuncia a todos los bienes (cf. Lc 12,33; 18,22); o sea, pide empeñarse en erradicar la sociedad injusta e inequitativa (cf. Lc 17,6). Zaqueo no se ha comprometido a no exigir más de lo que los recaudadores tenían establecido por la ley romana (cf. Lc 3,12-13), y retiene la mitad de sus bienes, es decir, no renuncia a todos ellos; por consiguiente, aún no está dispuesto a ser discípulo de Jesús (cf. Lc 14,33). Se reintegra al pueblo de Abraham, pero no está del todo preparado para integrarse a la comunidad de Jesús.
Hay tres reacciones frente a Jesús: la de los que lo dejan todo para seguirlo (cf. Lc 5,11.28; 18,28), la de quienes están demasiado apegados y de nada se desprenden (18,18-25), y la de Zaqueo, que se desprende de la mitad de sus bienes (19,8). Está en un punto intermedio, indeciso todavía.
Se bajó del sicómoro y enmendó su pasado, y eso le vale la presente declaración de salvación: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», y la rehabilitación en su condición de israelita de pleno derecho: «también él es hijo de Abraham». Queda despejado el camino para darle su adhesión al hombre Jesús, que ha venido a «buscar lo que estaba perdido y a salvarlo». Esta expresión remite a las parábolas de la oveja, la moneda y el hijo (cf. Lc 15), particularmente a la del hijo, que estaba «muerto» y volvió a la «vida» (salvar), «perdido», y se le ha «encontrado» (buscar), porque en ella se resalta de forma explícita el hecho de la enmienda y del regreso a la casa paterna.
La exclusión no se valora con criterios ideológicos, que a menudo son inhumanos, sino desde la perspectiva del amor, y particularmente del amor universal del Padre Dios. Cuando los discípulos de Jesús se disuelven en la masa, ya no tienen criterio propio, y juzgan y condenan con criterios de masa, incluso a su propio maestro.
La reintegración de todos los excluidos tiene dos exigencias: la enmienda, por parte de estos, y la superación de la sociedad injusta, por parte de todos. Zaqueo tiene que bajarse del sicómoro y rectificar su conducta, solo así puede ver la salvación y ser reconocido como hijo de Abraham. Los demás, tienen que abrirse a él y reconocerlo como israelita igual a ellos. En otros términos, hay que replantearse la vida y también la convivencia social.
Las asambleas de cada domingo, donde se hace memoria del Señor resucitado, son un encuentro con Jesús que debiera contener ambos elementos: habernos bajado del sicómoro, es decir, haber roto con la sociedad injusta, y haber enmendado nuestras injusticias personales. Así aprendemos a construir el reino de Dios en la tierra.
Feliz día del Señor.
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