(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)
Miércoles de la XVII semana del Tiempo Ordinario. Año I
San Ignacio de Loyola, presbítero
Memoria obligatoria, color blanco
La Palabra del día
Primera lectura
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le habían mandado. Los israelitas veían la piel de su cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Santo eres, Señor, Dios nuestro
Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo. R/.
Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor,
y él respondía. R/.
Dios les hablaba
desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos
y la ley que les dio. R/.
Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor, nuestro Dios. R/.
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XVII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
En respuesta a la solicitud que hizo Moisés de que el Señor los acompañara, los perdonara y los considerara su heredad, el Señor prometió un pacto que consiste en realizar «maravillas» ante el pueblo («tu pueblo», le dic a Moisés) para facilitarles el asentamiento en Canaán. Sin embargo, el pacto y las maravillas estarán sujetos a la guarda del pacto y la observancia de los mandamientos. Ante todo, se trata de no contemporizar con las costumbres de los pueblos que encontrarán en Canaán, deben excluirlas por completo. Se trata de no hacer alianza con esos pueblos, es decir, no asimilarse a ellos; y también de proscribir sus formas de culto, descartándolas de su territorio. Los términos en que se formulan estas restricciones dan la impresión de una «política de tierra arrasada» (cf. Exo 34,12-13; Deu 7,1-6), pero es cuestión de formulación.
El Señor le dio a Moisés un nuevo «decálogo» (cf. Ex 34,14.17-28) con preceptos añadidos, unos, y explicados, otros, que parecen tener en cuenta situaciones diversas, especialmente referentes a las prácticas cultuales de los pueblos vecinos, por lo que ha sido llamado «decálogo cultual», ya que trata sobre todo de fiestas, primicias y sacrificios. En tanto que la alianza del Señor con su pueblo se asimila a un matrimonio legítimo, la idolatría se considera «prostitución» (cf. 34,16). Esto, de por sí, plantea la alianza en términos de relación de amor, mucho más que legal.
El relato que sigue a continuación combina dos circunstancias, la bajada de Moisés del monte y su regreso de la tienda del encuentro, unidas por la irradiación de la gloria del Señor en el rostro (la persona) de Moisés.
Ex 34,29-35.
Los versículos siguientes continúan la narración la narración interrumpida en Exo 31,18. Tratan de expresar que Moisés, por el trato con el Señor, participa de su santidad (cf. Sal 34,6).
Una tradición da cuenta de la irradiación del rostro de Moisés, irradiación expresada con el verbo hebreo קָרַן, derivado de קֶרֶן, «cuerno» (en plural: «rayos»), de donde se derivó la traducción literal de la Vulgata: «su rostro tenía cuernos», en vez de «su rostro irradiaba, o resplandecía».
1. El descenso del monte Sinaí.
Moisés, luego de los cuarenta días con sus noches, bajó del monte trayendo las dos losas de la alianza, sin darse cuenta de que su rostro reflejaba la gloria del Señor, con quien había hablado. Con esta noticia el narrador quiere subrayar tanto la familiaridad de Moisés con el Señor como la naturalidad del influjo de la gloria del Señor en la persona de Moisés. Por eso, la reacción de Aarón y los israelitas fue de temor religioso, porque intuyeron en él la gloria del Señor y pensaron que esta visión podría acarrearles la muerte. Moisés disipó su temor cuando los llamó, pero aun así solo se atrevieron a acercarse Aarón y los jefes de la comunidad. Luego de que Moisés les hubo hablado a ellos, se disipó el temor general, y se acercaron los demás miembros del pueblo, y entonces él les comunicó «las órdenes» que el Señor le comunicó en el monte Sinaí (el «decálogo cultual»). La circunstancia de que el decálogo cultual y el decálogo ético tengan en común solo los términos de la primera tabla (exclusividad del Señor, prohibición de la idolatría y prescripción del sábado) puede señalar la imperiosa necesidad que había de esa «ruptura cultural» para poder guardar la fidelidad a la alianza con el Señor. Eso es lo que significa la prohibición de doblegarse y caer en el sincretismo religioso (cf. Exo 34,12-13)
Hasta aquí, el velo en el rostro de Moisés aparece como un medio para atenuar el temor.
2. En la tienda del encuentro.
Ahora el velo juega una función muy diferente, por cuanto Moisés se lo retira para hablar con el Señor, indicando así que se trata de una conversación «entre amigos», es decir, «cara a cara» (cf. 33,11), sin secretos por parte del Señor y sin temor por parte de Moisés: él se muestra confiado ante el Señor, y el Señor se le revela como él es (cf. 34,6). Con el rostro descubierto, es decir, reflejando la gloria del Señor, Moisés transmitía a los israelitas lo que el Señor le había mandado, permitiendo así que ellos constataran que había hablado con el Señor, porque veían en su rostro radiante el reflejo de la gloria divina. Pero, una vez había comunicado lo que el Señor le había mandado, volvía a cubrirse el rostro hasta cuando volviese a hablar con el Señor. En la Biblia se encuentra una gran variedad de términos para referirse al paño con el que se usaba cubrir la cara de las personas por distintos motivos. El término aquí usado (מַסְוֶה) es exclusivo de este pasaje, y puede deberse a la particularidad de su función en relación con la revelación del Señor a través de Moisés. En todo caso, el velo se relaciona con la Tienda del Encuentro –al parecer destinada al uso exclusivo de Moisés para su encuentro con el Señor– y con la comunicación del mensaje del Señor al pueblo: la gloria del Señor solo debe irradiar cuando Moisés habla en su nombre.
Moisés es intermediario, pero no pretende infundir en los israelitas el respeto que debían sentir ante el Señor. Se entiende así el «temor», como respeto religioso, no se trata de miedo. En otras palabras, Moisés solo apela a su condición de reflejo de la gloria divina cuando se trata de cumplir su misión, pero durante el resto del tiempo él quiere convivir en el campamento como uno más, sin distinguirse de sus hermanos.
El apóstol Pablo ofrece a los corintios (2Cor 3-4) una meditación sobre este acontecimiento, que él refiere, en primer lugar, a Jesús, que refleja de manera permanente la gloria del Padre, pero ya no con preceptos legales o cultuales, sino con el don del Espíritu Santo, que es la gloria divina; y explica que el velo que no permitía ver permanentemente la irradiación de la gloria en el rostro de Moisés significa que ese resplandor era fugaz, mientras que el que refleja Jesús es eterno. En segundo lugar, refiere esa irradiación al testimonio apostólico, que –en la fragilidad de la realidad humana– muestra esa gloria de manera asombrosa hasta cuando se revele en la vida futura. Esto se da porque el cristiano es creatura nueva y agente de renovación del mundo con la fuerza del Espíritu del Señor y del mensaje de la reconciliación. Por eso, el cristiano refleja, con el rostro al descubierto, la gloria de Dios, porque esta gloria es el amor que Dios manifestó en la persona de Jesús, y ahora manifiesta a través de sus discípulos.
Esta es la gloria que se nos infunde en la comunión eucarística, para que al salir de la celebración la reflejemos en nuestras vidas mediante el testimonio de amor solidario y servicial que nos debe distinguir como discípulos del Señor. El cristiano, como el Señor, no necesita velo, porque él no es amenazante, ya que su mensaje ni infunde temor ni se urge mediante amenaza, sino con amor.
Feliz miércoles.
Comentarios en Facebook